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Aquellos maravillosos éxtasis: el sonido techno de la familia

Der Klang der Familie es un auténtico manual de historia, un repaso a la evolución del sonido electrónico que caracterizó a un Berlín que se reencontró consigo mismo tras la caída del Muro

16/11/2015 - 

VALENCIA. Breakdancers de Alexanderplatz, hooligans, gays de Schöneberg, punks del Este, soldados británicos de permiso, expatriados estadounidenses, okupas de Kreuzberg, estudiantes, artistas. A la familia que se reunió tras abrirse las fronteras no le unían lazos sanguíneos, sino sentimentales. Musicales. El techno había cruzado el océano emigrando desde Detroit -ciudad que lo vio nacer pero que lo dio en adopción mostrando poco interés respecto a su futuro- y casi sin querer aterrizó en una ciudad no demasiado alejada estéticamente de la deprimida capital del motor. Berlín era gris en apariencia, pero tenía el afán de sacudirse de encima el polvo de la historia reciente. Aquella música futurista hecha en la mayoría de ocasiones con pocos medios encajaba perfectamente con lo que la juventud pedía a gritos desde hacía décadas: libertad.

De pronto, todo el mundo podía componer. El techno era una especie de punk sacado de una máquina: ruidoso, exaltado, explosivo. La autoridad del productor o del DJ no tenía sentido, la estrella era la fiesta. La esencia era la comunión. Alcanzar el éxtasis, la única meta posible. Con la apertura, la parte oriental de la ciudad había quedado despoblada, lo que ofrecía todavía más alicientes para la escena electrónica; uno podía simplemente llegar a un edificio, pegar una patada a la puerta y descubrir ante sí un inmenso espacio en el que instalarse o en el que celebrar una fiesta clandestina. Era un momento en el que los límites los ponía realmente la imaginación de cada uno. Búnkeres, fábricas, almacenes. Todo estaba ahí, solo había que cogerlo. Y lo cogieron.

De aquellos bpms y samplers, estas love parades. Entender un fenómeno como el boom del techno en Berlín es entender una parte fundamental de nuestra cultura musical actual. De los primeros experimentos con audiencias que se deslizaban hasta agujeros mohosos para bailar a oscuras, hasta un Somewhere Over the Rainbow de Marusha solo superado por Mariah Carey y Whitney Houston en ventas, hay una fascinante historia que los periodistas Felix Denk y Sven von Thülen han decidido contar y Alpha Decay publicar, y que lleva por título Der Klang der Familie, o lo que es lo mismo, El sonido de la familia.


“Después de estar varias veces en el Planet [un club mítico de la época dorada del techno berlinés], me pregunté si acaso no estábamos fundando una nueva religión. Una especie de protorreligión pagana cuyos adeptos y tribus se reunían todos los fines de semana para realizar las danzas rituales en su templo, adorando así al dios Groove y reforzando el sentimiento de comunidad”. Estas palabras pertenecen al artista 3Phase, uno de los protagonistas principales de la historia. El sentimiento de comunidad del que habla, se acrecentó además por el auge de drogas como el éxtasis, omnipresentes en las noches de sudor e ingravidez. El amor químico cohesionaba y era bien visto, un ingrediente que elevaba y acercaba. “El techno era completamente asexual. La mayor parte de la gente iba demasiado puesta como para mantener relaciones sexuales. Aquel ven, dame un abrazo, aquel besuqueo de éxtasis, jugaron un papel destacadísimo. Pero estaba más allá de la sexualidad, no más acá”. Quien asegura esto es Disko, DJ y redactor de la ya extinta revista Frontpage. Cierto o no, la realidad es que la familia se nutrió de adeptos semana tras semana, hasta hacerse tan grande que no tuvo otro remedio que atomizarse en una gran cantidad de clanes.


El fin de la subcultura

El final de esta aventura no es necesariamente trágico sino una transformación: la irrupción del trance como respuesta al techno más agresivo y marcial, empleado como vía para penetrar en el mercado inglés, mucho más suave que el alemán; así como los nuevos sonidos demandados por la pujante sociedad rave, terminaron por enterrar el sonido original. La institucionalización y profesionalización de los eventos y la sustitución de la frescura natural por la planificación empresarial de los últimos años, hicieron posible la cultura que mató a la subcultura. El techno, finalmente, entraba en la cultura popular y era fagocitado por ella. 

Y ahora, ¿qué hay del espíritu original? ¿Queda algo? Parece que sí. Sin ir más lejos, en la misma noche valenciana. Tras años en los que el techno y sonidos derivados quedaron relegados aun segundo plano o puede que a un tercero, resurge una escena autóctona que cuenta con fiestas, promotores y DJs que apuestan por recuperar una autenticidad que prescinde de las convenciones, de lo masivo o de lo estándar.

Erick Broo (Cuzco, 1980), es uno de estos promotores: “Hoy día podemos escuchar este tipo de sonidos, sobre todo, en el barrio de Ruzafa, en locales como Nylon - Caravaca, en la sala Propaganda de Play Club, o en Gordo, anteriormente Excuse me. Pero no solo aquí, también en la sala Oven de La3 o en Miniclub -Avenida del Puerto y Blasco Ibáñez-, y en eventos puntuales como la fiesta Fayer, que acaba de cumplir cuatro años, o el festival Volumens, que el año que viene celebrará su segunda edición”. Las posibilidades que ofrece la gran fonoteca que es internet, junto a un cambio de actitud en una parte del público al que le preocupa fundamentalmente divertirse y no tanto otras cuestiones como la apariencia, son a su parecer las causas de este renacimiento en la que es la cuna de otro movimiento que marcó un electrónico y legendario antes y después. 

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