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MEMORIAS DE ANTICUARIO

Arte en la ciudad: la vuelta de las galerías

2/10/2016 - 

Allá por los 80 no se escuchaba todavía el sonido de los módems en nuestras casas y las televisiones eran unos mamotretos que venían de fábrica con apenas dos canales y gracias. Lo que sí existía, quizás en parte por lo anterior, era una sana, (por lo de andar) costumbre de lanzarse a la calle e “ir de galerías”. Consecuencia de ello unos pequeños puntos rojos, junto a los cuadros, poblaban los muros de aquellos espacios en los que el humo del tabaco todavía presidía inauguraciones en las que se regalaban catálogos y que se abarrotaban con un simple chasquido de dedos. La decoración de las viviendas del nuevo desarrollismo de la democracia consistía en buena parte en colgar arte del momento de aquellas paredes en acabado de gotelé. Las adquisiciones se mostraba con orgullo a las amistades como signo de prosperidad, optimismo, cultura y acusada personalidad. Más de uno salía con ganas de ir al estudio del artista “a ver si le quedaba obra en venta”. 

Mucho de aquel arte no era necesariamente lo más vanguardista del mundo; de hecho una parte nada despreciable era de una calidad cuestionable, no habiendo soportado con la suficiente dignidad el paso del tiempo. Otro, como se sabe, sí que lo hizo e, incluso, obra que por aquel entonces circulaba únicamente en el ámbito privado, fue adquirida para configurar los fondos de los primeros museos de arte moderno que se fueron inaugurando en nuestro país, siendo punta de lanza el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM). Parecía que aquello que funcionaba, no a toda máquina, pero si a una velocidad de crucero más que interesante, nunca acabaría, pues comprar arte, siempre dependiendo de la situación económica de cada uno, era una de las primeras necesidades “lúdicas”, una vez se tenían cubiertas las primeras obligaciones económicas. Los hogares más conservadores y profesiones liberales se tiraban por la figuración más clásica y los más progresistas por artistas más de vanguardia, aunque no siempre era así. Por entonces los eventos públicos relacionados con la creación eran prácticamente inexistentes, salvo unas ferias que tenían vocación claramente comercial. La información sobre exposiciones viajaba por el boca a boca, los anuncios en prensa y envío por correo de la invitación a la inauguración… y sin embargo más de un centenar de artistas y medio centenar de galerías vivían del arte cuando menos sin apreturas. 

En 2010 un artículo de Marta Moreira en ABC, daba la voz a alarma de un sector que parecía herido de muerte. Galeristas de toda la vida hablaban desconcertados de que un “no público” se había evaporado y que los coleccionistas de toda la vida habían arriado velas. Galerías históricas como Tomás March, La Nave, Charpa o Valle Ortí echaban el cierre. Coincidió con una crisis económica que persiste, pero había algo más. Por aquel entonces a modo de anécdota, al unísono de este desolador panorama las grandes salas de subastas batían records en el mundo del arte especulativo. Pero esa era una guerra que transcurría en una galaxia muy lejana.

No soy un galerista en el sentido canónico del término, pero considero a las galerías de mi ciudad como primas hermanas. Además de con antigüedades trabajo con arte moderno y con obras que quizás fueron adquiridas en algún momento en una de ellas. Mi abuelo ya por los años 30 hizo llamar a su tienda “Galería de arte”, tal como reza una vieja cartela en madera, pero el concepto por aquel entonces era completamente distinto al actual. Quienes se dedican a tan particular sector, es inevitable que en muchos momentos eso del mindfulness y para focalizar la mirada en un futuro difícil de escrutar. inevitable plantearse hacia dónde vamos.

Galerías y ciudad

Por lo que me cuentan los visitantes extranjeros que vienen a mi galería da la sensación de que, con el tiempo, parece que están cambiando las razones por las que ven atractiva una ciudad y particularmente la nuestra. Pienso que las ciudades más atractivas del futuro no serán aquellas que reúnan un mayor número de hitos monumentales por metro cuadrado, sino aquellas cuya vida en las calles y lo que en ellas acontece tenga una mayor personalidad y tipicidad. Las ciudades deben buscar ser diferentes dentro de una escala humana. El parecerse unas y otras no se lleva.

Hace unos días publicaba Carlos Garsán una excelente guía sobre cuatro rutas ideadas para visitar las galerías que se unen bajo el paraguas de su asociación: la ruta de Ciutat Vella, de la Xerea, del Ensanche y de Russafa. No duden que a las ciudades de un futuro próximo las harán más interesantes para propios y extraños las galerías de arte. Si, también sus panaderías, sus librerías, los mercados, sus pequeños restaurantes y en definitiva aquellos negocios que ofrezcan algo distinto y personal. Sin ello, ¿qué ciudad vale la pena ser vivida? ¿Están seguros de que un modelo de una ciudad con una impresionante catedral rodeada de una enorme cantidad de franquicias a imagen y semejanza de cualquier otra ciudad del mundo es atractivo?

Leía hace unos días a la soprano norteamericana Joyce Didonato algo que me hace pensar “Existe el riesgo de que ver opera sea tan fácil que el público deje de ir al teatro”, refiriéndose a la emisión en directo pública en la calle, cines o internet de representaciones operísticas. Llevada la inefable reflexión al terreno del arte, prefiero ser escéptico que dogmático, porque no tengo absolutamente clara mi postura, pero habría que plantearse que en una época presidida por el exceso de información e imágenes en toda clase de dispositivos, si a ello añadimos una excesiva proliferación de eventos públicos (y gratuitos), con la loable intención de promover el arte y el trabajo de los artistas, quizás estén coadyuvando sin quererlo a cubrir la “cuota de arte” del público asistente, con lo que la adquisición del mismo no se presenta como una necesidad del espíritu, al haberlo saciado de imágenes.

Temporada 16-17

Una excelente muestra del mejor arte contemporáneo que ahora mismo se está haciendo ya está colgado en las galerías de la ciudad; recurriendo al tópico, se ha alzado el telón de una temporada más. Les sugiero que hagan las cuatro rutas al completo aunque, a priori, tengo especial curiosidad por los grandes formatos de Rebeca Plana en Thema, las impresionantes selvas en blanco y negro del Calo Carratalá en Alba Cabrera, los paisajes al borde de la abstracción José Saborit en Shira. Los incondicionales de la ilustración no deben perderse a Mariscal en Pepita Lumier, o el virtuosismo en lo figurativo de Chema López en Rosa Santos.

Quiero pensar que en los últimos tiempos hay una suerte de renacer. Juro que hace poco vi una cola en una inauguración. Pero no nos dejemos llevar por la apariencia: el del arte es un sector que no puede sustraerse a la realidad de que los números han de cuadrar, sino el artista no puede producir ni la galería abrir sus puertas. El sector de las galerías de arte precisa de un coleccionismo en menor o mayor escala que se fue y que debe volver. Las galerías me consta que hacen un ímprobo esfuerzo de imaginación para atraer y crear un nuevo público: música, charlas, visitas guiadas. Quizás los coleccionistas masivos y compulsivos pertenezcan a otra época y ahora la adquisición de arte sea reflexiva. Un coleccionista a pequeña escala que desea tener una obra más seleccionada en su casa.

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