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la nave de los locos / OPINIÓN

Aún no os habéis enterado

Vosotros, los que disfrutáis de una posición privilegiada, no os habéis percatado de que el mundo cambió. El sistema político nacido tras la II Guerra Mundial se ha derrumbado. Si el futuro sigue pasando por más dosis de liberalismo tramposo, no hay salvación para la Europa que se felicita por la victoria del principito francés

15/05/2017 - 

Sentado en una de las últimas filas de butacas, en una esquina, detrás de una columna para pasar desapercibido, asisto a una demostración de poderío: la celebración de séptimo aniversario de Valencia Plaza. A mi izquierda tengo a Javier Quesada, que subraya un libro en inglés antes de que comience el acto. El Palacio de Congresos se ha llenado. Veo a mujeres despampanantes como no las hay en mi pueblo. ¡Qué taconazos, qué pechos, qué manicuras! Me siento como un viejo verde al que se le cae la baba. Pienso pedirle un pañuelo a Javier para limpiármela pero no me atrevo.

Al llegar al Palacio de Congresos me he dado cuenta de que el tiempo pasa, que no perdona. Ese reloj inexorable que marca las horas. Todos más viejos, más obesos, más torvos. He vuelto de mis años de destierro —podéis preguntar por mí en la sierra madrileña— y vuelvo a saludar a compañeros de un pasado en el que ya no me reconozco. Los poderosos posan para los fotógrafos: los señores empresarios Vicente Boluda, José Vicente Morata, Salvador Navarro y mi amado Federico Félix. Parece que el tiempo no pasa para ellos. Cambian los gobiernos, caen presidentes; se marchó  la derecha manostijeras y ha llegado la socialdemocracia melancólica e inútil y ellos siguen ahí, retóricos y paternalistas. Con esta gente me siento seguro porque como hombre conservador valoro la tranquilidad y el orden.

Es el día después a las elecciones presidenciales francesas. Los que intervienen en el acto se felicitan por la victoria del principito. De él no nos interesan sus ideas liberales para que todo siga igual, sino su estilo. El estilo hace un hombre, lo individualiza; las ideas, sobre todo si son del siglo XVIII, lo convierten en una criatura vulgar. Nos interesa ese sujeto poliédrico, filósofo y banquero, que ha llegado a jefe de Estado gracias a una necesaria conjunción de circunstancias: es audaz, dispone del don de la oportunidad y sobre todo tiene suerte. Es de los que hacen la Historia pero no la padecen.

Del principito francés no nos interesan sus ideas liberales para que todo siga igual, sino su estilo. El estilo hace al hombre, lo individualiza; las ideas lo convierten en una criatura vulgar 

Con curiosidad observamos que, con tantas mujeres bellas y jóvenes como hay en el mundo, él prefirió caer rendido en brazos de una mujer madura, como Napoleón, Shakespeare o Raymond Chandler. Pero nada o muy poco cambiará con este llamado reformista. Encarna una ilusión que acabará pronto en otra decepción. Francia, metáfora de Europa, persistirá en su decadencia hasta que los bárbaros, que están a las puertas, alcancen sus objetivos. (Marine, amor, no te desesperes; la próxima vez la fruta estará lo suficientemente podrida para que caiga por su peso).

Todos se felicitaron por el triunfo del principito. Victoria engañosa, espejismo histórico. El profesor Luis Garicano, el de la flexiseguridad, fue el invitado a dar una conferencia. Estaba feliz porque, a su entender, las luces habían vencido a las sombras. Que se jodan Trump, Le Pen y el bueno de Vladímir, vino a sugerir. El economista, tan  brillante como es, se resiste a aceptar lo evidente. El sistema político nacido tras la II Guerra Mundial se ha desmoronado. No queda nada de él, sólo los escombros. Las reglas del juego han cambiado. Hablar de los valores de la Ilustración está bien en un salón de té, entre gente cultivada y cortés que no tiene problemas para llegar a fin de mes, pero cuando sales a la calle, el lenguaje de la tribu ha calado en la gente.

Europa vuelve a sus demonios históricos

Garicano se lamentó, como era de esperar, de los populismos. Él, que viaja a Inglaterra con frecuencia, percibe una animadversión creciente de los ingleses hacia los continentales. Volvemos a las andadas, al parecer. Europa y sus viejos demonios históricos. Ha pasado ya demasiado tiempo desde 1945, cuando el miedo gobernaba el mundo: miedo a otra guerra mundial y miedo de los capitalistas a Josef Stalin. Por eso cedieron creando el Estado del bienestar. Sobre ese miedo se fundó la Europa de Adenauer y Monnet. Ese miedo se ha ido diluyendo porque quedan ya muy pocos supervivientes para recordarnos aquella tragedia. Ese miedo ha sido sustituido por una combinación de soberbia e ignorancia entre las clases dirigentes.

Me llamaréis pesimista y seguramente llevéis razón pero preguntaos vosotros, los que disfrutáis de una posición privilegiada, ¿qué le ofrece la Unión Europea a esa legión famélica de parados o trabajadores pobres que han visto cómo la globalización los convertía en parias? Un pozo negro sin futuro. ¿Os extraña que esa clase media depauperada y atemorizada vote a Marine? Un sistema político necesita algo más que una retórica grandilocuente para legitimarse. Debe garantizar la justicia social y la seguridad. Si el futuro sigue pasando por más dosis de liberalismo tramposo, el menú cruel que se sirve frío a los países holgazanes del Sur, no hay salvación para la Europa de Garicano y del principito. Los bárbaros harán carne picada con Voltaire.  

Y así, a todos esos traficantes de vanas ilusiones que se felicitan por haberse conjurado el peligro extremista, convendría pedirles que moderasen su optimismo irreflexivo porque la partida no está decidida. Sólo se ha ganado una batalla. Los bárbaros, las fuerzas de la oscuridad, siguen esperando una ocasión más propicia. La tendrán. Recuerden esos comerciantes de optimismo impostado el verso de aquel genial poeta florentino, víctima de la perfidia de la política, aquel verso grabado en el dintel de las puertas del infierno, nuestro infierno: “Abandonad toda esperanza los que entráis aquí. Sí, la esperanza, ese asidero engañoso al que algunos nos agarramos sin demasiada fe.

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