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vidas de cine

‘Black Mass’ o el regreso del cine policiaco de los 70

La película protagonizada por Johnny Depp entronca con un subgénero del thriller que toma la realidad como punto de partida

23/10/2015 - 

VALENCIA. “¿Ha visto a esta mujer?”. Ésa era la pregunta que formulaba el anuncio televisivo lanzado por el FBI. El spot se subió en junio de 2011 y era el intento desesperado de la agencia federal para localizar a uno de los criminales más buscados de Estados Unidos, James Whitey (Albino) Bulger, un delincuente de 81 años de edad, el rey de la mafia irlandesa de Boston que llevaba tres lustros huido y al que se acusaba de 19 asesinatos, además de tráfico de drogas, conspiración, blanqueo, extorsión…

La mujer a la que se buscaba era a su pareja, Catherine Greig, 21 años más joven que él, y el anuncio se emitió en franjas horarias y en programas que coincidieran con los gustos de ella. La idea, descabellada pero brillante, era llamar la atención de mujeres que la conocieran, posibles amigas o personas que tuvieran sus mismas aficiones. Y al final fue una vecina la que dio el aviso. Concretamente, Miss Islandia 1974, Anna Bjornsdottir. Localizada Greig, fue localizado él, en Santa Mónica, California.

No era la primera vez que se había ubicado a Bulger por la zona. Con motivo del estreno de Infiltrados (2006), la oscarizada película de Martin Scorsese, se tuvo noticia de que había sido visto en un cine asistiendo a una proyección del largometraje. La película protagonizada por Leonardo di Caprio y Matt Damon era un remake del film de Hong Kong Internal Affairs (2002), de Alan Mak y Andrew Lau. Con todo, Scorsese tuvo la habilidad de llevar el largometraje a su terreno y aprovechó el argumento original para dar su particular lectura del caso Bulger al cual representó en el personaje de Jack Nicholson. ¿Qué pensaría Bulger de la interpretación de Nicholson? ¿Y de la visión que daban de él? Porque las similitudes eran más que obvias.

Bulger fue también confidente de la agencia federal al tiempo que creaba su propio imperio mafioso. Como el protagonista de Infiltrados, su relación con el agente federal corrupto venía de antiguo. En la vida real, él y el agente John Connolly firmaron en 1975 en el interior de un Plymouth un pacto de tintes maquiavélicos por el cual el delincuente ayudaría al federal a desmontar la mafia italiana, y el federal le permitiría actuar con manos libres protegiéndole de otras agencias policiales. Un pacto que realmente se firmó décadas antes, el día que Connolly, siendo un crío, fue invitado a un helado de vainilla por Bulger, cuando aún era un delincuente en ciernes y sólo un pequeño mito de los suburbios del sur de Boston.

Que Bulger se librase siempre llamó la atención de la prensa de la época. No había forma de que lo pillaran y eso despertó el recelo de las agencias que no podían apresarlo. Además, se daba la circunstancia de que uno de sus hermanos pequeños, William, era un destacado político demócrata que llegó a ser presidente del senado de Massachusetts durante 18 años, si bien ambos apenas mantenían relación. Los 80, pues, los Bulger eran la familia más importante y poderosa de la ciudad.

Cuando a finales de la década los periodistas del Boston Globe comenzaron a dar pábulo al rumor que vinculaba al FBI con el delincuente, sus denuncias fueron consideradas meras especulaciones. Pero estaban en lo cierto. Protegido por el FBI, Whitey Bulger, el delincuente, parafraseando a Franklin Delano Roosevelt, ya no era un hijo de puta cualquiera sino ‘nuestro hijo de puta’. Y por ello Connolly, dentro de ese acuerdo torticero que mantenía con él, le avisaba antes de que los agentes de la DEA o la policía estatal actuaran.


El ascenso de Bulger dentro de la delincuencia entronca con el de otros personajes similares en los 70 en Estados Unidos. Muchos de ellos han sido retratados de manera directa o indirecta en el cine. No es casualidad. La América de los 70 fue una sociedad insegura, violenta, deprimida, que acababa de salir de los esperanzados años sesenta zaherida por las traumáticas muertes de algunos de sus líderes, como John Fitzgerald Kennedy, Martin Luther King y Robert F. Kennedy. La desmoralización de la sociedad americana se tradujo en imágenes harto elocuentes de tristeza y dolor colectivos, como la improvisada comitiva fúnebre que veló el tren que llevaba los restos de Robert F. Kennedy de Nueva York a Washington.

Unido al hundimiento moral, se añadió una creciente sensación de inseguridad. Tal y como destacaba Antonio José Navarro en su artículo ‘Ley y (des)orden’ del libro colectivo El ‘thriller’ USA de los 70, publicado por Nosferatu, según una encuesta Gallup de 1978 “una quinta parte de los habitantes de las principales ciudades del país se sentían ‘muy inseguros’ si se veían obligados a salir de noche, incluso si lo hacían en sus propios vecindarios”. Ese mismo año se cometieron en Estados Unidos 40 millones de delitos, se practicaron dos millones de detenciones, un 5% del total, y se enviaron a la cárcel con sentencia firme a 142.000 delincuentes. En ese marasmo, agravado por la crisis del petróleo, cabe contextualizar el mefistofélico pacto entre el agente del FBI Connolly y el delincuente que gobernó Boston.

La poderosa atracción del personaje y de su historia era tan obvia que ya en las crónicas de su juicio de 2013 se remarcaba que era digna del mejor guión de cine negro. Y, cómo no podía ser menos, ese guión es ahora película. Black Mass, que se estrena este viernes en España, y que está protagonizada por Johnny Depp, ha sido llevada a la pantalla por Scott Cooper, un cineasta que se dio a conocer con su opera prima, el drama Corazón Rebelde que le supuso un Oscar para su protagonista, Jeff Bridges.

Desde hace más de tres lustros se han manejado diferentes opciones para hacer una película con la vida de Bulger tomando como punto de partida el que para muchos es el mejor libro escrito sobre el criminal bostoniano, Black Mass, redactado por los periodistas del Boston Globe Dick Lehr y Gerard O’Neill, y que apareció publicado este verano en España por Stella Maris. Los primeros que se interesaron por el trabajo de Lehr y O’Neill como punto de partida fueron los todopoderosos hermanos Weinstein allá por el año 2000, mucho antes siquiera de que fuera detenido. Harvey Weinstein compró los derechos del libro antes de que saliera publicado. Sin embargo, se tiró atrás y jamás los ejerció.

La historia de Bulger pasó después por manos tan dispares como las del irlandés Jim Sheridan (Mi pie izquierdo, En el nombre del padre) o el eficaz artesano Barry Levinson (Dinner, Rain Man), pero ninguno de esos proyectos fructificó. Fue ya en 2013, con el juicio a Bulger en ciernes, que se comenzó a mencionar la posibilidad de que Depp lo protagonizara, y ya en febrero del año pasado tanto él como Cooper fueron confirmados.

El largometraje es un recital a mayor gloria de Depp, quien se encuentra acompañado por actores de la talla de Benedict Cumberbatch, Dakota Johnson, Joel Edgerton o Kevin Bacon, y sirve para recuperar una suerte de subgénero cinematográfico que son las películas biográficas sobre delincuentes de los años 70. Algunas coetáneas como The French Connection (1971, William Friedkin), otras posteriores como American Gangster (2007, Ridley Scott), son películas que toman como base la realidad, cuando no la retratan directamente, y suelen estar inspiradas en libros o artículos periodísticos. Algunos casos son tan conocidos como la trilogía de Sidney Lumet formada por Serpico (1973) que se basaba en un libro de Peter Maas, Tarde de perros (1975) que tomaba su argumento de un artículo de la revista Life escrito por P. F. Kluge y Thomas Moore, y El príncipe de la ciudad (1981) que adaptaba un libro de Robert Daley.

Black Mass pues se enmarca una larga tradición que tuvo una de sus primeras cumbres precisamente entre finales de los sesenta y principios de los setenta, con las películas producidas por Philip D’Antoni Bullit (1968, Peter Yates), The French Connection y Los implacables, patrulla especial (1973) que dirigió el propio D’Antoni. Son películas que, tal y como escribió Roberto Cueto en ‘La mirada del observador’, “cambiaron irremediablemente el rostro de la ficción policial americana y cuyo legado está hoy más a la vista que nunca”.

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