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'HISTORIAS DE TELEVISIÓN'

C.S.I. bajo el microscopio: aciertos y errores científicos

El científico y divulgador valenciano J. M. Mulet publica ‘La ciencia en la sombra’, un repaso a la ciencia forense que utiliza al medio audiovisual como ejemplo y del que sale bien parado la serie creada por Anthony E. Zuiker

17/06/2016 - 

VALENCIA. En la divertida novela de Tom Holland Banquete de sangre, en la que se dan cita desde Jack el Destripador a Lord Byron, el británico concluía su libro con un reconocimiento que era muy sugerente: “Agradezco también al doctor Ric Caesar y al capitán Damien Busch las muchas discusiones que mantuve con ellos hasta altas horas de la noche sobre una posible patología del vampirismo”. Partiendo de que los vampiros no existen, resultaba curioso imaginarse al autor con sus dos conocidos disertando seriamente sobre un imposible, elucubrando en un juego intelectual incansable, empleando para ello términos médicos y policiales.

No es nuevo. Algunos autores, especialmente anglosajones, intentan en la medida de lo posible que sus textos de ficción pasen no ya por verosímiles sino por veristas, y para ello son capaces de todo tipo de cabriolas. El hecho de estar inspirado en un suceso real, o tomar como punto de partida acontecimientos ocurridos verdaderamente, se ha convertido en algunos casos en un valor de venta. El problema es que, a veces, por mucho que se intente, se acaban acudiendo a pequeños trucos y argucias que no sólo no tienen nada que ver la realidad, sino que pueden incluso desmerecer todo el trabajo de campo realizado antes. 

Esto tipo de incongruencias se da con mucha frecuencia en el cine de intriga. El difunto investigador Robert K. Ressler, una de las fuentes originales de la película El silencio de los corderos se lamentaba en sus memorias El que lucha con monstruos de que se les sobrevalorara y se les convirtiera en héroes. “Los autores de artículos —y más aún los de ficción— a menudo exageran en sus obras la idea de lo que el FBI puede realizar gracias a la técnica del retrato psicológico. Hacen que ésta técnica parezca una varita mágica que, cuando la policía dispone de ella, resuelve instantáneamente el crimen. (…) La magia tiene poco que ver con ello”, concluía lacónico.

Realidad, ficción, uno de los problemas con los que suelen encontrarse escritores y guionistas es cómo casar sus narraciones con la vida real ya que, paradójicamente, el verismo estricto, la rigurosidad, no es garantía de verosimilitud. El guionista William Goldman (Todos los hombres del presidente, Dos hombres y un destino) relataba en sus Aventuras de un guionista en Hollywood varios ejemplos de historias reales que muy difícilmente podrían llevarse a la pantalla, y mucho menos hacer que fueran apasionantes… porque nadie se las creería. Entre ellas citaba el incidente de Michael Fagan, un desequilibrado que se coló en 1982 en el Palacio de Buckingham y estuvo charlando durante 10 minutos con la reina Isabel, a la que amaba. Las circunstancias que rodearon al incidente fueron tan berlanguianas, que una mera descripción produce hilaridad; (un inciso; quizá ése ha sido el secreto del humor de nuestro añorado Berlanga: su estricto realismo). Las necesidades narrativas no se ajustan siempre a los disparatados márgenes de la realidad. Por eso los guionistas y escritores se toman licencias. Algunas son intencionadas y otras puro desconocimiento. 

El científico y divulgador valenciano J. M. Mulet ha querido disociar grano de paja en su nuevo libro La ciencia en la sombra (Editorial Destino), disponible en las librerías desde esta misma semana. Si bien es un ensayo de divulgación científica que tiene como fin acercar al gran público la ciencia forense, a la manera de volúmenes muy populares como La ciencia de Sherlock Holmes de E. J. Wagner o el célebre Cómo morimos de Sherwin B. Nulanda lo largo del texto Mulet salpimienta su discurso con ejemplos tomados del cine y de la televisión, muy especialmente de la serie C.S.I., creada por Anthony E. Zuiker que sale muy bien parada de su escrutinio. 

El volumen reflexiona en cómo los novelistas en ocasiones han inspirado a la ciencia forense, con casos como los de Conan Doyle y su Sherlock, o el de Agatha Christie y su Hércules Poirot, quien en Muerte en el Nilo anticipó el uso de la búsqueda de rastros de pólvora en las manos. “(…) La historia de la ciencia forense no se entiende del todo sin la historia de la novela policíaca o del género negro”, escribe Mulet. Esto hace que La ciencia en la sombra tenga una segunda lectura, y es la de las verdades o mentiras que se esconden tras algunas de las historias, situaciones y narraciones que contemplamos en series y películas y que se han convertido en un cliché cultural. Por ejemplo: “(…) Es muy típica la escena de ver a alguien en el suelo y como el primero que llega le pone la mano en el lateral del cuello para buscarle el pulso. Fallo. Lo más usual hoy día es coger una linterna y enfocarla en el ojo para ver si la pupila está dilatada”, escribe Mulet.

Entre los errores de bulto se destacan los de piezas cinematográficas clásicas como Vértigo: De entre los muertos (1958), la obra maestra de Alfred HitchcockEn el artículo dedicado a la inspección de cadáveres, Mulet constata que la película se apoya “en una trampa de guión que un forense desmontaría en diez segundos y mirando el cadáver de lejos”. En concreto se refiere a que la narración toma como punto de partida un engaño, el de tirar una mujer asesinada desde un campanario y hacer que parezca un suicidio, algo que cualquier forense habría destapado nada más ver el estado del cuerpo: “el rigor y el livor habrán empezado y el forense notará que tiene músculos rígidos o depósitos de sangre”, apunta. 

Obviamente, esto no altera la consideración artística hacia la obra, ya que las creaciones de ficción son enjuiciadas en función de otros criterios, como su emotividad, intensidad, coherencia narrativa, belleza estética, ritmo, etc… Pero este tipo de análisis permiten por el contrario reconocer y apreciar la rigurosidad de otras obras, y defenderlas como un valor en sí.

Así pasa con la franquicia C.S.I., una de las más longevas de la actual televisión estadounidense, en antena desde el año 2000 en sus diferentes versiones, y que Mulet toma como referencia en numerosas ocasiones. Que C.S.I. sea tan rigurosa no es extraño ya que fue creada por Zuiker tras ver un programa de The New Detectives, una serie documental que se exhibió entre 1996 y 2004 en Estados Unidos, y que reconstruía crímenes reales y la investigación que los había resuelto. C.S.I. no es sino la ficcionalización con unos personajes atractivos de hechos reales. Ese vínculo con la realidad era de facto uno de los valores publicitarios de la serie y a los productores les gustaba incluir en los dvd’s de la serie entrevistas con los auténticos CSI’s que les asesoraban.

Para Mulet C.S.I. “es la serie arquetípica” sobre la investigación forense y una de las responsables del auge que está teniendo esta disciplina científica en los últimos años. “Tiene de positivo”, escribe el científico valenciano, “que todo se basa en la recogida de pruebas, en las evidencias objetivas y en los análisis, no en lo que dicen los testigos. No obstante, luego los actores cogen mal las pipetas automáticas en el laboratorio, hacen en varios minutos análisis que en la vida real duran horas y, en lugar de tener cada uno su especialidad, el mismo experto es capaz de analizar muestras biológicas, desmontar un coche, hacer un análisis de suelos, detener e interrogar al sospechoso y liarse a tiros con el malo, todo desde un laboratorio impresionantemente equipado inmune a los recortes presupuestarios”.

Con todo, su balance es más que bueno. La cita positivamente en capítulos tan diversos como el dedicado a las autopsias (“en C.S.I. siempre vemos el famoso corte en Y que va en diagonal desde los hombros hasta el esternón”), a la hora de hablar de la reconstrucción de rostros a partir de cráneos, de la investigación de la escena, de cómo retirar carne y tejido de los huesos hirviéndolos cual caldo… Esas son las de cal. La mención de arena es a la rapidez con que se resuelven los test genéticos. “Ya sea en Estados Unidos o en Lesotho, una prueba de ADN requiere tres o cuatro horas (…) aunque los guionistas de C.S.I. se empeñen en lo contrario”. “Sin duda, a pesar de los fallos y de algún que otro deje machista (los chicos siempre visten uniforme y las chicas van escotadas, ¿no te habías dado cuenta?), la serie C.S.I. se parece más a la realidad que otras como El mentalista o Castle, donde la policía científica no es necesaria y nunca busca fibras o huellas dactilares porque Patrick Jane o Richard Castle lo saben todo y siempre pillan al malo”. Gallifante, medalla y premio para Grissom, Horatio y compañía.

Cabe insistir, el verismo no es un valor absoluto en narrativa: Es una cortesía. Y la historia de la Literatura, el cine y la televisión están llenas de obras de arte, piezas maestras, cuyo vínculo con la realidad es pura fantasía. Un buen ejemplo se encuentra en Crónicas marcianas, de Ray Bradbury. En una introducción escrita por el propio Bradbury en 1997, reconocía un cierta incomodidad ante su libro que no sabía por qué lo llamaban de ciencia ficción ya que sólo un relato del volumen respondía “a las leyes de la física tecnológica”. Pese a esa irrealidad “los físicos de culo duro de CalTech” aceptaban la atmósfera “compuesta por oxígeno fraudulento” que liberó en Marte y le seguían invitando año tras año a dar conferencias. ¿Cómo se explicaba eso? Bradbury tenía su repuesta. “Fingiéndose ignorante, la intuición, curiosa por el aparente abandono, echa hacia atrás la invisible cabeza y serpentea entre las yemas de tus dedos adoptando formas mitológicas. Y porque escribí mitos, quizá mi Marte disfrute de unos pocos años más de vida inverosímil”, decía. Y es que Aristóteles estaba equivocado; la realidad no es la única verdad, aunque sea tan apasionante como la mejor fantasía.

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