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ILUSTRACIÓN

Belén Segarra y Chumi: dos ilustradores se encuentran frente a la 'baraja maldita'

Los ilustradores Belén Segarra y Chumi coinciden en inspirarse en los Arcanos Mayores del tarot para dar a luz a sendos proyectos personales

22/11/2015 - 

VALENCIA. La sala no huele a incienso y tampoco está decorada con pequeñas brujas de dudoso gusto que prometen atraerlo todo, desde el amor hasta el dinero, pero apenas sirven para acumular polvo. Ni siquiera hay una pequeña fuente de plástico comprada en una tienda de todo a yen que sirva para equilibra el feng shui. Falta incluso una pitonisa con los dedos cubiertos de anillos de oro tamaño Mr. T, comprados con la voluntad que le dejan los incautos a cambio de leerles ese futuro de cartón piedra que les gustaría vivir. En el encuentro, la maestra de ceremonias es Mme Cristina Chumillas y tiene lugar en la galería Pepita Lumier, la única de Valencia dedicada a la ilustración. Allí se sientan, frente a frente, Belén Segarra y Antonio Chumillas (a.k.a Chumi), dos talentos unidos por algo tan pintoresco como pueda ser el tarot.

Hasta la mañana en que tiene lugar la cita, no se conocían. Y, sin embargo, la baraja maldita —así la bautizó T.S. Elliot— ha unido sus destinos. Ambos cayeron bajo el influjo de los Arcanos Mayores y le dedicaron un proyecto personal que han decidido autoeditar. Ninguno puede citar una razón concreta por la que decidieron embarcarse en este viaje, pero tampoco se arrepienten. “¿Casualidad? ¿Serendipia?”, diría Iker. “Inquietante”, respondería Carmen.

“A mí me ha gustado la iconografía de los tarots desde siempre”, explica Belén, “aunque tampoco puedo decir que me hubiera propuesto ir más allá hasta que se me ocurrió hacer mi propia baraja”. Su sino cambió el día que cayó bajo el hechizo del inclasificable Alejandro Jodorowsky, a través de uno de sus libros dedicados a la baraja, y nació un proyecto en el que ha dado lo mejor de sí misma como ilustradora. Una auténtica delicatessen de la que Pamela Coleman, autora de los dibujos del Waite Smith—el tarot más extendido (y plagiado) del planeta— se hubiera sentido orgullosa. No es una copia ni un pastiche sino un auténtico homenaje, una interesantísima reescritura que parte de las fuentes originales (el tarot de Marsella) para explorar nuevos territorios.

La historia de Chumi comienza en otro lugar pero acaba en el mismo sitio. Aficionado a la música (es, desde hace 25 años, miembro de Doctor Divago), su primera idea era, simplemente, rendirle un homenaje al rock’n’roll y, sobre todo a la influencia de los músicos negros. Pudo haber sido una baraja de poker —“que hubiera tenido mucho más recorrido comercial”, apunta— o incluso la típica de familias con la que juegan los niños. “Al final me decidí por el tarot porque quería que fuera un proyecto lo más personal posible, una prolongación de mi trabajo sobre leyendas del blues”, explica. Al igual que le pasó a Belén, la mano del destino se vistió de inspiración en su diabólico plan.

De Arcano en Arcano

Lo curioso de ambos proyectos es ver hasta qué punto pueden resultar complementarios. Los dos aprovechan las fuerzas de los Arcanos Mayores, esas cartas que se añaden a la baraja original y entre las que se esconden los secretos del destino. Pero cada uno de estos creadores se ha aproximado a ellos desde un punto de vista muy distinto.

Chumi explica que “a mí no me interesó indagar en el sentido de la baraja, sino que me enfrenté a los Arcanos uno a uno y quise ir identificándolos con algunos de los rasgos de los músicos más importantes de la música negra”. Así, no es extraño que su recorrido comience con Screamin’ Jay Hawkins, pionero del shock rock, y cuya (exagerada) leyenda hay que leer a ritmo de la mítica I put a spell on you.

No ha sido fácil, pero teniendo en cuenta la materia prima, no es de extrañar la fuerza de la baraja de Chemi. Así, cabe destacar por ejemplo la elección de Robert Johnson, para la carta número 13 (más conocida como ‘El Arcano sin número’ o La muerte). Cuenta la leyenda —y a partir de la tercera cerveza nadie duda de ella— que fue a él a quien se le presentó el Diablo en persona en un cruce de caminos y a quien vendió su alma a cambio del Blues.

Por cierto, lo de utilizar a Lead Belly para ilustrar La Justicia es lo que se suele calificar como “genial”. Como no podía ser de otro modo, en este universo de voces rotas y exceso de bebida, no faltan los nombres de mujer. Ahí está Etta James, que supo aproximar el rock al rhythm’n’blues, ilustrando La Luna, mientras Aretha Frankin ejerce de La Estrella y la gran Billie Holiday presta su rostro a El Sol.

Un sendero llamado tarot

Belén, en cambio, eligió una aproximación totalmente diferente. “Yo he ido estudiando las cartas una tras otra y en orden. No he renunciado totalmente a las imágenes más tradicionales, que me han servido de referencia, pero sí que me he permitido todo tipo de licencias”. Lo que le da una dimensión especial a su baraja no es la suma de la fuerza de cada uno de los Arcanos por separado —como en el de Chumi— sino la progresión: sus cartas evolucionan.

“Cuando empecé no lo sabía, pero a medida que iba avanzando me daba cuenta de que las cartas tenían una estructura interna y que la baraja de tarot es como un libro”, apunta. De hecho, sin ella saberlo, se ha sumergido en los orígenes de estos naipes, cuando nacieron como carte da trionfi en la Italia del siglo XV, y en una época en la que los Arcanos Mayores simulaban una Desfile de la Victoria, que encabezaban los soldados rasos y cerraba el rey.

“Otra de las cosas que descubrí”, y en eso ha acertado plenamente, “es que los adivinos no utilizan el tarot para adivinar el futuro, sino para interpretar el presente”, explica Belén. La riqueza de símbolos y el color facilitan mucho la labor de cualquiera que esté familiarizado con el arte de echar las cartas, dos elementos que juegan un papel fundamental en este trabajo.

Otra ¿casualidad? ¿serendipia? que haría caerse a Iker de la silla es que ninguno de los dos, y sin que exista motivo alguno, numeró El Loco. El debate sobre si el tarto debe o no llevar una carta con el “0” ha dividido a teóricos de todas las épocas. Así, siguen los pasos del tarot de Marsella con lo que el naipe no se sitúa al margen de las demás cartas (al ser la única que lleva una numeración árabe en lugar de romana) sino que se integra en el conjunto y puede aparecer en cualquier momento o lugar.

De las cartas de Belén hay muchas cosas que destacar. En primer lugar, el estilo naïf que da un plus de autenticidad y verosimilitud a un tipo de baraja que se suele caracterizar las elevadas pretensiones de su autor, coronadas por la profundidad intelectual de un charco y salpimentado por un estilo que aspira a onírico y rara vez supera lo infantil. La fantasía, y el humor, y la explosión de colores del trabajo de Belén remite –una vez más- al espíritu libertario y descarado que animó en su día a Pamela Coleman a redefinir el mundo del tarot.

Una datos curioso: una burla de esa musa que ha inspirado a ambos ilustradores —o de ese inconsciente colectivo que tanto gusta a los vendedores de motos— es la carta de Los Enamorados, que tambos han querido reinterpretar a su manera, y ambos con un trío (¿en qué estarían pensando?). La de Chumi destila chulería gracias a la presencia de Sonny Bop Williamson I, por cuyos favores compiten una mujer blanca y otra negra. El de Belén va más en la línea del poliamor, con un cupido que lleva tres flechas en su arco listas para alcanzar otros tantos blancos.

El proceso de creación fue tranquilo para Belén, pero lleno de anécdotas en el caso de Chumi. “Lo llevé a un tienda de esoterismo muy conocida en Valencia para ver si les interesaba distribuirlo y, a medida que iba explicando con mi mejor voluntad el proyecto, peor me miraba la de la tienda. Al final me acabaron echando, no a patadas pero casi”, recuerda. En otra ocasión, una mujer le advirtió de la misteriosa muerte que le espera a todos aquellos que se tomaban a broma los naipes malvados. Por supuesto, ella no creía “pero lo respetaba”. Por suerte sigue vivo… o al menos seguía vivo al cierre de esta edición.

Estos dos proyectos, con sus orígenes tan distintos pero tantos puntos en común, ilustran perfectamente el poder de tarot, un conjunto de cartas que no sirve para adivinar el futuro (ni siquiera el pasado) pero con un gran poder de evocación. Como el mítico Necronomicón, el libro nacido de la imaginación de H.P. Lovecraft y que el poeta loco Abdul Alhazred nunca escribió, su poder no reside en lo que es, sino en lo que queremos que sea.

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