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CRÓNICA 

El Festival de les Arts muestra todo su potencial como evento

12/06/2016 - 

VALENCIA. En la película 24 Hours Party People se narra cómo en los 80, tras la oxigenante llegada del punk a la civilización, el ‘buen hacer’ empresarial logró que el público se girase hacia la cabina del Dj y empezara a considerarlo un artista más. Aquella revolución, aquel gesto, narrado con tanta eficacia visual por Michael Winterbottom en 2002, va camino de encontrar su extremo contrario: el día en que el interés comercial logre que, en mitad de un macrofestival de música, alguien, quizá algunos, se giren hacia el escenario y descubran que aquellos cuerpos sobre el mismo son la materia prima de la experiencia que se les ofrece. Esta idea, menos excesiva de lo que pudiera parecer, está a punto de alcanzarnos en el tiempo.

Hasta que llegue ese día (o vuelva), la segunda edición de Festival de les Arts ha mostrado toda su potencialidad como evento social. Si el pasado año reunió a 22.000 personas, este 2016 casi ha doblado su audiencia: 40.000 asistentes. Con la distancia que cabe tener ante los datos que, como en este tipo de festivales, solo controla la organización, el crecimiento en el flujo de público por el recinto era notable. Otro asunto es la atracción o el interés del mismo por según qué artistas. Sin embargo, lo verdaderamente relevante del caso es que la organización ha sabido invertir la fórmula del éxito comercial para un festival de música de estas dimensiones: primero acaparar a un público masivo, posteriormente prepararse para elevar el listón de su propuesta artística. Una potencialidad que levanta todas las expectativas en cuanto a su cartel (inversión o rentabilidad) de cara a las próximas ediciones.

Así, con un line up que, ‘a los puntos’, no era superior al de su edición de debut, las bandas nacionales (con distancia, Love of Lesbian e Izal) superaron el interés del menú internacional (The Dandy Warholsb o Hurts, entre otros) con una grata sorpresa añadida: la incorporación de artistas valencianos –el año pasado solo representados por La Habitación Roja- reunió tanto o más interés que algunos de los foráneos. Y, con todo, pese a que el festival contó con algunas actuaciones destacables, el ambiente social y ajeno a la música en directo (decenas de personas entre las primeras filas comentando cualquier vicisitud mundana o intelectual) prevaleció un año más en la experiencia. Pero no es un factor negativo: por el ambiente, las caras, gestos, comentarios y sensaciones recogidos a lo largo del viernes 10 y sábado 11 de junio, el grueso de la clientela diría estar satisfecho o muy satisfecho con lo vivido.

Foto: NEREA COLL

Viernes

Y lo vivido arrancó con el primer desfase horario (nada distinto a otros festivales), que llevó a los murcianos Perro a actuar con la solana. El mismo enérgico, frenético y estimulante directo hubiera sido una bomba para el disfrute situado, por ejemplo, a la hora en que The Fratellis arrastraron el cancionero zombie en el que se ha convertido una de las bandas que más dinero generó la pasada década en Reino Unido. El ‘descoloque’ de Perro fue por la cuestión del horario, pero en el caso de Ángel Stanich si se percibió una profunda distancia de conexiones con el público, quizá por explorar con ahínco las ideas más clásicas del rock.

En su vis como trobador, como un recitador dylaniano en pleno 2016, el directo de Stanich solo sirvió como previa para Manel. Los de Barcelona llegaban tras un concierto en el Primavera Sound la pasada semana que, dicen desde su entorno, ha marcado uno de los muchos hitos de su carrera. El de Les Arts, a todas luces, no. El pobre sonido –incluso hasta por volumen- y la aún más pobre adaptación de algunas de sus canciones al directo no llegaron a conectar a la banda con el público hasta alcanzar alguno de sus hits pasados y los singles del último LP. Entonces, llegó Carlos Sadness. El artista y su banda, que sustituían a Fuel Fandango en el cartel, ofrecieron un concierto de una empatía desbordante con el público del festival. Si Manel había deambulado canciones redondas por su naturalidad y desprotección, Sadness, cuyo repertorio, interpretación, mensajes, gestos y cuanto requiera el show business ha sido creado para ser caballo ganador en estos casos, demostró haber entendido mucho mejor a qué se juega en estos escenarios del siglo XXI que quien escribe esta crónica. De lo musicalmente propuesto apenas se puede decir nada.

Manel (Foto: NEREA COLL)

Con Sadness como el triunfador del asunto, llegaron los conciertos en paralelo de The Dandy Warhols y Senior i el Cor Brutal. El del valenciano provocó la primera gran inmersión en el escenario Kaiku, ubicado sobre el agua. Mucho se podría hablar sobre la idoneidad de permitir el aforo a un concierto sobre el agua, con cientos de posibilidades eléctricas sobre el icónico

Con una conexión desigual con el público, The Dandy Warhols repasaron las excelentes canciones de su nuevo disco, mientras el respetable esperaba de nuevo la ocasión de escuchar en directo la popular ‘Bohemian Like You’. Y sonó. Al otro lado del puente, sobre el agua, Senior repartía estopa política, convertía las canciones de su amplio repertorio en el tránsito entre un comentario y otro vinculando a Calatrava, la experiencia acuática y otros chascarrillos en puro entretenimiento.

El gran momento de la noche fue para Love of Lesbian. Las canciones del su último álbum, ‘El poeta Halley’, se desarrollan en el directo con tanta intensidad o más que sus consabidos hits. No faltaron los disfraces, proyecciones y, en definitiva, un show al que no le pesan los años, capaz de fidelizar público a la vez que suma adeptos. Las canciones del citado último trabajo, contra pronósticos que hubieran augurado cualquier tipo de canguelo creativo, incluye alguna de sus propuestas más sobresalientes. Más estéticos y poéticos que nunca, los catalanes han sido muy capaces de crear un sonido propio, a la altura de muy pocos en la escena de la música popular española.

Love of Lesbian (Foto: NEREA COLL)

Por lo que se refiere al resto de directos, el público se divirtió con el directazo de The Strypes. Los ingleses fueron de lo mejor del festival, sin en la intención del respetable se encuentra la de descubrir nuevos alicientes para dejar que la música nos estimule una vida mucho más interesante. Frescos, directos, respetuosos con sus orígenes, necesariamente jóvenes y resueltos, todo bien con su concierto. En mucha menor medida sobre los mismos criterios quedaron los directos de Neuman o We Are Scientist, estos últimos en esa terna extraña de grandes bandas de rock que se quedaron en wannabe y que Les Arts recopiló para esta edición (con Warhols, Fratellis y The Drums, por ejemplo).

Sábado

Foto: NEREA COLL

El ambiente no cambió en la segunda jornada. Si acaso, mejoró. Socialización, litros de alcohol, algunas propuestas gastronómicas bastante interesantes (ya era hora de que muriera el viejo concepto de la ‘comida del festival’) y el lado arty del festival. A diferencia del resto de producciones de la empresa que gestiona Les Arts (los mismos impulsores, aunque con distinto CIF, de Arenal Sound, Viña Rock o Alhambra Sound) este festival cuenta en su haber un imbrincado sistema de conexión con los creativos de la ciudad. Buena cuenta de ello se dio en la jornada del jueves con Les Arts Pro, pero su circuito que implica a pintores e ilustradores genera un muy interesante caldo de buenas vibraciones para cuando llega el festival. El lado urbano, si alguien lo dudaba, le ha sentado bien a la ciudad con Les Arts, quizá por que la ciudad se había privado por muy distintos motivos de tener un operador económicamente capaz de levantar semejante infraestructura. Sobre todo, aunque esto se encuentre en las antípodas del interés por la música, por ser un proyecto capaz de cumplir con las incontables demandas de fianzas, seguros, limpieza y compromisos con la Administración, algo que convierte a este negocio en un espacio de mercado muy limitado.

Foto: NEREA COLL

Pero si de música, canciones y buenos momentos, enriquecedores, es lo relevante, el sábado en las primeras horas hubo conciertos de interés. Zahara o Tardor acusaron la solana y la siesta del sábado que no les proporcionó tanto público como sus directos merecían. La ubetense, si la industria musical se rigiera por criterios previos a la llegada de Napster, podría ser con sus temas un referente de lo más extenso y habitual en España. El paso del tiempo solo ha beneficiado a su directo, acumulándole una banda integrada e impropia del horario al que actuó. Menos han evolucionado sus próximos Miss Cafeina, que actuaron después de los citados y de Badlands, lo mejor del ámbito local en la segunda jornada del festival sobre el escenario acuático.

Al estilo de Love of Lesbian, pero con algo más de publico (si cabía y cupo) llegó el directo de Izal. El concierto obtuvo su recompensa –este sí- de atención, cariño y respuesta, pero nada que no se hayan labrado con un cancionero todavía no muy extenso y que apenas encuentra rechazo. Su gran logro, como Love of Lesbian o quizá al contrario de otros artefactos capaces de funcionar en festivales como la seda (hablemos de Sadness) es el de construir estructuras interesantes, no acomodarse en soluciones melódicas de perogrullo (Dorian no actuó en esta segunda edición, pero esta es una mención expresa) y, en definitiva, aportar. Ellos mismos han reconocido en sus redes sociales que el espectáculo, fuegos artificiales y demás producciones incluidas, está entre sus mejores recuerdos en vivo. Con este paquete se puede decir que la honestidad no lo es todo, porque quizá los mimbres se asemejaran al punto de partida de Full –repetían en el festival, como Izal- pero no. Ni mucho menos.

Foto: NEREA COLL

El otro gran concierto de la noche fue Hurts, lo mejor de los extranjeros en Valencia. Theo Hutchcraft desplegó todas sus variantes como frontman, en una suma de creatividad en directo que posiciona sus canciones en una experiencia muy complementaria a sus álbumes. Uso de luces y escenografía y reparto de rosas a la finalización del concierto (y no es la única pose con origen en Morrisey y los Smiths), el de los británicos fue un concierto plagado de buenos momentos de sonido, dejando en entredicho a las bandas de gran formato que pasaron por el escenario Negrita –el más grande- y no supieron rentabilizar aforo y posibilidades.

El citado aforo fue algo más ingrato con L.A., una banda con un solo pero en directo: no haber creado ningún himno imperecedero al nivel técnico, creativo y rockero que despliegan. Igualmente, su aportación está en un escalón tal alto del panorama rock made in Spain que bien merece la pena verlos siempre que hay ocasión. No tanto se puede decir de Second, con una desigual fidelidad de público que les mantiene en festivales, que les genera una base de incondicionales, pero que pese a los muchos años de trabajo sigue evitándoles de miles más dulces, a las cuales siempre se les ha adivinado la intención de catar.

Por último, no cabe dejar de mencionar el concierto de The Drums en el que tuvimos la ocasión de ver una de esas raras avis cada vez más habituales sobre los escenarios: un teclista que no tocó nada. Fue puro entretenimiento ver como disimulaba su capacidad como estatua, sacudiendo la pandereta con total parsimonia, cruzando los brazos y dedicándose a tener la camisa bien planchada. Y requiere tanta atención esto por su farsa es sintomática para calibrar la deriva de una banda llena de buenas ideas. Los neoyorkinos crean sin pudor nuevos álbumes, con arreglos de guitarra casi infantiles, básicos de nacimiento, pero en el que todavía sobrevive Jonathan Pierce. Su cantante, puro espectáculo pese a que el público que le disfruta esté casi de espaldas a sus sinuosos bailes, es una mina de melodías y de algo muy preciado en el pop y el rock internacional: interpretación e implicación con el escenario.

Un lujo para cerrar un festival que en apenas dos ediciones se ha metido en el bolsillo al público con una oferta de directos –la artística y la gastronómica, como satélites, son más que sobradas- que, a buen seguro, irá a más. Con 40.000 personas en su haber, patrocinadores, avalistas, interés de la Administración y demás vientos favorables pueden acumularse y aupar a Les Arts como festival de música de referencia no solo para Valencia (público al que ya tiene ganado, pase lo que pase), sino para el resto del Estado.

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