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LA VUELTA AL MUNDO DE CULTUR PLAZA

El frío abrazo de Berlín

Tiene tanta historia como futuro; acarició el Bauhaus, abrazó el techno y se envolvió en grafiti; se bebe mucha cerveza, te pican las avispas y las heridas de la Guerra todavía le escuecen

25/07/2016 - 

BERLÍN. Adiós, Berlín, Auf Wiedersehen. El último vistazo, desde la ventanilla del avión, apenas de refilón. No es momento de sentimentalismos. La capital alemana vive repleta de traumas, lo que le ha conferido un carácter gélido, duro como el acero para el visitante. Para quienes resistan la mirada, su distinción resulta magnética. Su oferta cultural es incontestable, las tardes se agotan despacio en los biergarten y, sobre todo, la historia descarnada sigue muy expuesta, dispuesta a golpearte nada más doblar la esquina. No es de extrañar que tantos le hayan escrito y cantado a la capital germana. 

The Wall

Veo la pared donde colgué 
las fotos que acumulé
durante toda la vida
Berlín, de Coque Malla

Son las ocho de la tarde, y el Sol comienza a caer a este lado del río, contra esta parte del Muro. Todavía los hay que le sostienen la mirada al agua, con una cerveza fría entre las manos, una cazadora vaquera sobre los hombros. Se tumban en el césped, a lo largo de la escuchimizada franja que separa el Spree del hormigón, para contarse historias e historietas, todo en presencia de la verdadera Historia. Porque este pedazo de piedra, que sobrevivió al derribo de noviembre del 89, antaño presumió de hasta 45 kilómetros y fue detonante de dos Alemanias, dos imperios, dos mundos. El arte, el urbano, lo salvó de la extinción, para acabar convertido en la East Side Gallery, una oda en formato grafiti a la perseguida libertad.

En los 1.316 metros que perviven, se suceden viñetas frenéticas. Un Trabant comunista se estrella contra la fachada, cientos de rostros profieren gritos de Munch, Gorbachov besa a Honecke. Cae el sol, y Abel se encuentra a Donovan, Billy Wilder cuenta Una, dos y tres; Álex le oculta a su madre que la barrera se ha derrumbado durante el tiempo que permanecía en coma; ya no hay Good Bye, Lenin! Llega la noche, y se escucha el maullido de Calamaro, a Sabina murmurando las proclamas de Fidel. Sobre sus ladrillos construyó Roger Waters el undécimo álbum de Pink Floyd, pero sobre todo se dieron besos los Heroes de David Bowie. Nunca un monumento viajó tanto con cimientos tan profundos. De madrugada, los últimos tragos se pegan en Friedrichshain, y ese es el único instante de silencio del Muro.

Unterwelten

-¿Así mantienes las promesas? Me has prometido que serías valiente y no dejas de lloriquear. Pero es inútil, Helga: tengo que irme, no me hagas las cosas más difíciles.
-No te vayas, mamá, por favor, no me dejes sola- volví a suplicar.
Cogió la maleta y, al volverse, dijo con el dedo levantado:
-Y cuando salga por la puerta no empieces a gritar y despiertes a tu hermano, ¿has entendido?
Mi madre cerró la puerta detrás de ella para ingresas en las SS. No volví a verla en 30 años.
No hay cielo sobre Berlín, de Helga Schneider

Ni siquiera el Bond de Octopussy, ni ninguno de los agentes de las novelas de espías de John Le Carré, conocen el camino. No han reptado por sus túneles, ni se han escabullirdo en sus refugios, para después emerger a una superficie plagada de estallidos. Berlín tiene una vida A, pero también su historia B. Estamos a plena luz del día, pero en un instante (incluso con tours turísticos) descendemos a los abismos más oscuros, arañamos las entrañas de una metrópolis dolorida, donde un rasguño basta para hacer sangre. En los pasillos subterráneos, se escuchan las voces de tiempos pasados, acumulan polvo kits de emergencias que nunca se usaron, camas de hospitales en las que nadie se tendió. Perecen las estancias de la II Guerra Mundial, pero también las que se construyeron por si llegaba una tercera. Estaciones de metro preparadas para cerrarse herméticamente apenas saltara el aviso.

De la guerra se han grabado películas, tanto del antes como del después (de Das boot a La lista de Schindler, de El hundimiento a Madlitos Bastardos), y también se han hecho numerosos documentales y series (Holocaust, Band of Brothers, The Pacific). Sin embargo, donde mejor se imprime el dolor es sobre el propio terreno, plagado de referencias a un pasado doloroso. En los libros se mitiga: ha habido best sellers (El niño del pijama de rayas, El invierno del mundo, El inocente, de Ian McEwan), pero nada tan empapado de dolor como las obras de quienes la vivieron, y solo en algunos casos la sobrevivieron. Del famoso diario de Anna Frank, escrito en una alacena secreta de Ámsterdam, a la aventura berlinesa de Angelika Schrobsdorff o Helga Schneider, quien llegó a conocer al Führer y lo describió como “un hombre viejo que arrastraba los pies”. Por no hablar de las viñetas, (cercanas, cruentas, cómicas, dolorosas, todo a la vez) del Maus de Art Spiegelman, descendiente de una familia de judíos polacos.

La puerta

En Berlín, entre ruinas,
hay un chopo en la Karlplatz.
Su bello verdor la gente
se detiene a contemplar
Die Pappel vom Karlsplatz, de Bertolt Brecht

Cuando la brisa sopla entre los chopos del Tiergarten, meciendo los lagos, serenando el ambiente, a Berlín se le empieza a derretir el hielo. Ese instante de calidez, bien entrado el mediodía, es perfecto para tenderse en los lindes de algún parque. Para arrodillarse frente al Bundestag, el emblemático parlamento alemán que hace temblar a Europa, y comprobar como la clásica fachada se funde con la moderna cúpula. Observada y observante, de vidrio, concebida por Norman Foster para ofrecer vistas panorámicas y hablar de reunificación. 

Un poco más allá (sí, mira bien) se encuentra la Puerta de Brandemburgo, el gran centro neurálgico por derecho histórico. Ni Alexanderplantz ni Potsdamer Platz podrían siquiera hacerle sombra. A ese monumento que tienes delante Napoleón le arrancó la cuadriga para presumir de su victoria en París; entre sus columnas desfilaron las SS con antorchas; le colgaron banderas los soviéticos y Ronald Reagan dio un discurso. La frontera del este y el oeste, que durante la Guerra Fría quedó atrapada en territorio intermedio.

En Berlín Alexanderplatz, la exitosa novela escrita por Alfred Döblin en 1928, el recorrido por las calles centrales, por los monumentos principales, tiene una lectura mucho más prosaica. El protagonista es un ex convicto de la prisión de Tegel, que camina con mirada analítica, incluso por la plaza que le da nombre. La capital germana aparece entonces grandiosa, pero miserable, al mismo tiempo. Los pensamientos del protagonista son los mismos que los del visitante que asiste escéptico a la grandiosa capital, muy especialmente en tiempos de crisis y emigrantes: “Volví el rostro y vi todas las injusticias que hay bajo la capa del cielo, y he aquí que había lágrimas en los que padecían injusticia sin que nadie los consolara, y los que cometían la injusticia eran demasiado poderosos. Y alabé a los muertos, porque habían muerto ya”.

Kreuzberg, motherfucker

Sometimes I feel like screamin 
Sometimes I feel I just cant win 
Sometimes I feelin my soul 
is as restless as the wind 
Maybe I was born to die in Berlin
Born to die in Berlin, de The Ramones

Son las ocho de la tarde… otra vez. Los estómagos empiezan a rugir en sintonía con la algarabía de la city. Para quienes estén de vuelta, ha llegado la hora de devorar un currywurst bajo la última luz del día, tal vez un bretzel (jamás pretzel por estas latitudes). Los dos bocados callejeros de la capital europea no igulan al schnitzel o al cálido apfelstrudel, pero hay ocasiones para todo. Y esta vez se trata de morder, para después beber, tal vez en los bancos de madera de un biergarten, espantando a las avispas que se posan en las jarras. O puede que optemos por los futones de algún destartalado pub, donde la música electrónica estalla nada más cruzar el umbral de un antro de paredes desconchadas,.

Friedrichshain es una buena opción, pero la zona alternativa por excelencia es Kreuzberg. Desde que cerraran Tacheles, aquel edificio okupa que se había apropiado un colectivo artístico, el frenesí indie se ha desplazado a este barrio multicultural. Porque Berlín es ciudad donde florece la rebeldía, de ahí que le hayan cantado los Sex Pistols (Oh now i got a reason...) en Holydays in the Sun, pero también logra encandilar a los más contenidos, incluso a los crooners, y así va sonandoHot time in the Town of Berlin, con la voz de Frank Sinatra (When the Yanks go marchin' in… ). Y poco a poco se caldea la noche, se suaviza el alma, y el frío desaparece, mientras los barrios se convierten en hervideros del pecado. 

Bienvenidos a la ciudad de los contrastes, con pasado y con futuro, empapada de enorme dolor, pero con una capacidad de redención y recuperación como ninguna otra. Una urbe con rictus de seriedad, a la que de vez en cuando se le descuelga alguna sonrisa. Berlín merece abrazos, ser abrazada y dejarse abrazar, aunque sea con fuerza de acero y labios de hielo. Poco a poco, el frío hermético de sus calles dejará paso a los relámpagos de calor.

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