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sexo y discapacidad

El tabú del derecho a ser feliz

Sufrir una discapacidad supone, para muchas personas, no tener derecho a disfrutar de una sexualidad plena. La batalla por lograr la normalización ya ha empezado, pero son muchos los tabús, y conseguirlo llevará aún mucho tiempo 

| 12/06/2018 | 11 min, 25 seg

 VALÈNCIA.- La primera vez llegó a los cuarenta años. Dice que estaba harto de ser un ‘pagafantas’ al que las chicas le cuentan los problemas con sus parejas mientras él se queda escuchando e imaginando cómo será eso del sexo. Ligar cuando tienes osteogénesis imperfecta, huesos de cristal, no es fácil, comenta Pablo Jovaní, y muchos dan por hecho que te tienes que resignar a que la vida sexual pase por tu lado sin detenerse. Su primer encuentro sexual tuvo lugar en octubre del año pasado, de la mano de una acompañante íntima. «Desde entonces me levanto cada mañana con una sonrisa y con una erección. Imaginarte la vida sin poder esquiar no es tan duro pero imagínate sin sexo, sin una caricia, sin contacto o sin sentirte deseado». 

La irrupción del sexo en la vida de Pablo, con los quizá veinte años de sexualidad plena que tiene por delante, como él mismo indica, se debe al proyecto que ha emprendido en València la médico y sexóloga Charo Ricart y Dimitri Zorzos, terapeuta corporal y acompañante íntimo. Una suerte de centro de desarrollo sexual donde se derriban tabús sobre la discapacidad y se ofrece un enfoque distinto a los cánones normativos mayoritarios sobre el tema.

Cuesta cambiar de paradigma pero de eso se encargan estos profesionales y usuarios que explican que el sexo, o mejor dicho la sexualidad, por encima de todo, es conexión, y a veces, se traduce en una mirada, un roce, una conversación erótica; al margen de un hecho y un derecho biológico. Para Pablo es salir del metro de la silla de ruedas y sentirse «como si midiera 1,80». Vamos, una inyección de seguridad y autoestima a la que tiene acceso dificultado un diez por ciento de la población en España, nos indica Charo Ricart, la directora de Sexualidad Funcional

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La propia Charo vive con una diversidad funcional desde que nació y conoce de cerca los prejuicios sobre la sexualidad en la discapacidad pero es hace cuatro años, durante la investigación para su tesis doctoral, cuando se entrevista con numerosas personas que por su discapacidad física no tienen acceso a su cuerpo pero sí al deseo sexual, o por su diversidad intelectual se ven mancados de esta posibilidad porque deciden por ellos sus familias o cuidadores, también angustiados por esta situación. «Se viven auténticos traumas familiares que ven el sexo como un gran problema y no una necesidad. Toda persona tiene sexualidad genital pero es un tema tabú en la discapacidad. Muchas veces las familias nos dicen ‘‘no remováis el tema’’ pero el tema está ahí. Aquí contamos la anécdota de un joven que manifestó varias veces a su familia sus necesidades y las intentaron tapar o desviar hasta que en una cena familiar decidió bajarse los pantalones y mostrarles una erección. Tú puedes esconderlo pero tarde o temprano saldrá», comenta Ricart.

Es por esto que el espacio está dirigido a personas con diversidad funcional, a las familias, a las parejas, a la sociedad en general y, como entidad formadora, a profesionales e instituciones. En la entrevista también están presentes Pepe y Josep Legua, padre e hijo. Josep tiene veinte años y nació con síndrome de Down. Su padre considera que su edad es la idónea para contar con un recurso como el centro.

 «Recuerdo que no hace mucho, en pueblos como el mío, el sexo era tabú para las personas con diversidad intelectual. Yo no quería eso para mi hijo. Conforme Josep iba creciendo esta necesidad fue apareciendo, aunque para muchas familias sigue siendo una cuestión difícil de manejar. Nosotros como padres queremos abordarla dándole una vida plena a nuestro hijo donde el sexo no sea un tema obsesivo sino natural, con pareja o sin, conociendo su cuerpo, sus gustos, el respeto hacia sí mismo y hacia el otro, naturalizándolo en definitiva», señala.

Pepe insiste en la palabra normalizar, algo que marcan también desde Plena Inclusión CV, una plataforma que aglutina numerosas entidades que representan a personas con discapacidad intelectual y a sus familias en la Comunitat. Llevan años ofreciendo un servicio de orientación sexológica y de apoyo a la sexualidad. La responsable del departamento, Noemí Soriano, señala que es fundamental respetar los espacios de intimidad y «enfocar la sexualidad no solo desde la prevención y el riesgo sino desde la afectividad, la pareja, la orientación sexual o la violencia de género, pero sobre todo como un derecho».

Más que una «descarga genital»

Para la doctora Sacramento Pinazo, profesora de psicología social en la Universitat de València y presidenta de la Sociedad Valenciana de Geriatría y Gerontología, iniciativas que normalizan la cuestión ayudan a todos. «A las personas con discapacidad de cualquier tipo, porque les puede ayudar en su identidad, a lograr un mayor y mejor desarrollo erótico, puede proporcionar información sobre la maternidad o la anticoncepción, o a detectar un maltrato. También porque les puede ofrecer un acompañamiento íntimo. En el caso de las familias, puede formar para evitar la sobreprotección. Y con respecto a los profesionales sociosanitarios, puede formarles para conocer lo que es la sexualidad».

Dimitri Zorzos es uno de los primeros asistentes eróticos o acompañantes íntimos de España. Lleva más de una década ejerciendo, primero en Barcelona y ahora en València donde en medio año ha formado a una docena de acompañantes íntimos y el centro cuenta con más de cincuenta usuarios. La figura legal de su profesión no se ha regularizado en España en estos años, a diferencia de otros países europeos.

A simple vista cuesta separarla del servicio sexual, que lo es, explica Zorzos, pero nunca es esta la motivación «pues todos nosotros tenemos otras ocupaciones en nuestra vida personal, sino que es una intimidad mucho más profunda. En un acompañamiento ocurren muchas cosas, no solo una descarga genital. Para alguien es la oportunidad de ver un cuerpo desnudo, acariciarlo, saber dónde están los límites de su propio cuerpo o el inicio de una intimidad de pareja», explica.

Este griego afincado en València comenzó su camino como asistente erótico en Barcelona. Ahí, el Tandem Team lleva años desarrollando su proyecto bajo el subtítulo de diversidad y conciencia. Al otro lado del teléfono, María Clemente, psicóloga especializada en neurorrehabilitación, sexóloga y vicepresidenta del centro, desgrana las diferencias principales entre un trabajo sexual y el acompañamiento íntimo. Ricart y Zorzos insisten en dejar bien claro que el acompañamiento nunca tiene una motivación económica y que muchos de sus acompañantes ni siquiera perciben una retribución, pero además, existe otra diferencia crucial, que es la temporal.

«Poder tener un acompañante en el descubrimiento del cuerpo a quien no ha podido hacer ese viaje antes porque se le ha negado es algo maravilloso»

«Aquí no se parte del hecho de que una hora vale tanto sino que te pones a disposición de la persona para que su experiencia sea plena. Primero vendrá una entrevista, luego quizá conocerás a sus padres, pero sobre todo existe una diferencia en el marco de partida, que mientras en el trabajo sexual es coitocentrista y orgásmica, en el acompañamiento es conexión, sexoafectividad. ¿Cómo asistir a una persona sin sensibilidad en su cuerpo? Aquí, quizá el acompañamiento será un baile de rostros. ¿O a una persona con diversidad intelectual? A veces una discapacidad física es adquirida. Tienes un accidente y te quedas en silla de ruedas. ¿Cómo gestionar a partir de entonces tu sexualidad? ¿Y cómo lo hace tu pareja? Hay gente a la que no le sirve el trabajo sexual», indica.

Juan Carlos Gurrea corrobora estas diferencias. Es otro de los usuarios de Sexualidad Funcional en València. Convive con una tetraplejia de cuello para abajo que no le ha impedido disfrutar de la sexualidad. Tuvo pareja, pero desde que rompieron también rompió con el sexo. «Estaba hundido. Además, vivo con mis padres, que son mayores y bastante conservadores, y no podía plantearles siquiera mis necesidades. Cuando vi la posibilidad de tener un acompañamiento íntimo me pareció una gran solución. Quedé con la persona. Cenamos en un chino, nos lo contamos todo y marcamos las condiciones. El encuentro tuvo lugar en un hotel. Mis amigos, que son los putos amos, me ayudaron a reservar la habitación, me acompañaron y me esperaron. Fue tan liberador», señala.

Sentada junto a él está Elena, que desde el mes de mayo es acompañante íntima. Prefiere preservar el anonimato. Tardó año y medio en dar el paso y realizar su primer encuentro. «Quise sentirme preparada porque en el acompañamiento es muy importante no flaquear», explica.

También de pago

Zorzos cuenta que «cuando empiezas a interactuar con cuerpos no normativos ves que es una estupidez lo que nos han enseñado. No es que no puedan hacer cosas sino que las hacen de otra forma y podemos explorar infinitamente. Mis esquemas de la belleza han cambiado gracias al acompañamiento. Me he liberado de la dictadura del ojo. Busco la belleza en la funcionalidad del cuerpo. Es como cuando eres adolescente y toda tu energía se concentra en el paquete y de pronto, un día a los diecinueve años, siento que hay algo más, y te relajas. Hay algo más que lo que nos marcan los cánones».

Pinazo amplía el concepto. «La posibilidad de tener una persona que acompaña en el descubrimiento del cuerpo a quien no ha tenido la oportunidad de hacer ese viaje antes por miedo, por desconocimiento, porque se le ha negado es algo maravilloso. Para algunas personas puede ser la primera vez que tienen un contacto piel con piel con otro adulto. La primera vez que alguien valora su belleza y les trata de modo horizontal y cercano. La primera vez que no le cosifican. Sentirse amado», dice.

Hace unos años, espacios como estos no existían pero sí los del trabajo sexual. Casas como la de la Señora Rius. Lydia Artigas, la madame de Barcelona, de moral distraída, como ella se define, lleva dedicándose a «hacer señores» desde hace décadas, y ofrece un servicio a personas con discapacidad desde hace seis. La experiencia empezó por casualidad. Comenta que le llegó una llamada desde el centro Goodman de Neurorrehabilitación y se pusieron a ello.

«Nuestras señoras tienen más de treinta años. Son maduras y saben darle un valor especial a un señor diferente. El sistema puede ser más rápido pero nunca fácil. Le ponemos mucho sentimiento. Hay chicos que han abusado del porno y tienen la debilidad de masturbarse pero el sexo o se comparte o no lo es. El sexo da la felicidad, la seguridad pero tiene que ser en relación, aunque no es fácil hacerle entender a una madre que su muchacho ya no es un niño de seis años», explica.

El punto de partida de Artigas es diametralmente opuesto. «Nosotras ofrecemos un servicio pero no ofrecemos un acompañamiento medio fijo o más largo porque las ilusiones surgen rápido. Somos un recurso como para cualquier otro cliente».

«Han venido trabajadoras sexuales a formarse pero cuando ven los protocolos que aplicamos nos dicen que para ellas es perder dinero»

María Clemente de Tandem Team lo matiza. «A veces han venido trabajadoras sexuales para formarse como acompañantes pero cuando ven los protocolos que aplicamos, la entrevista previa que a veces te hace invertir el día entero, la motivación emocional, nos dicen que para ellas es perder dinero. Ante la inexistencia de recursos, la opción que ofrece la Señora Rius es muy considerable. Nosotros ahora nos estamos especializando y hemos hecho un gran camino. Cuando empezamos solo nos llamaban usuarios, luego centros y ahora gerentes de los centros para formar a su personal».

Charo Ricart y  María Clemente comentan que tanto en Cataluña como en la Comunitat hay una empatía cada vez mayor con el tema pero no ocurre lo mismo en otras zonas de España. Su objetivo, señalan, es que la atención a la sexualidad en la diversidad funcional sea un eje integral que comience a reflejarse también en la administración, especialmente a través de subvenciones a ciertos recursos, y a dotar de marco legal a la figura del acompañamiento íntimo. En definitiva, normalizar lo que aún hoy es un tabú. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 44 de la revista Plaza

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