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Fanny, la primera comuna de lesbianas del mundo del rock

Filipinas, lesbianas y mujeres, Fanny sufrieron todas las discriminaciones posibles en la escena rockera de los años 70. Sin embargo, tuvieron la oportunidad de grabar cuatro discos con un sello de Warner, con lo que si no llegaron a la cima se debió al mismo problema que afrontaron decenas de grupos buenísimos en esa época: la competencia era feroz. Lo que queda para el recuerdo es su comuna de mujeres en Los Angeles, en lo que sí que fueron pioneras

21/10/2023 - 

VALÈNCIA. Los años, la vejez, los sinsabores y la observación me han llevado a una conclusión lapidaria que susurraré al oído a mis descendientes antes de morir: todo aquel que sigue una tribu urbana, todos los que son fanáticos de un género musical, esos que van vestidos de arriba abajo según un estilo concreto y no se pierden un concierto de su rollo, todos esos, a esos no les gusta la música. 

Puedo hablar del público rockero, lo he tratado muchos años. Entre ellos habrá verdaderos melómanos abiertos de mente, pero la norma más que la excepción que yo he encontrado es al oyente que busca estructuras musicales preconcebidas. Llámenlos clichés, arquetipos o canon, el caso es que necesita una check list para determinar si una canción es audible por su persona. Luego ya veremos su calidad, pero primero que cumpla unos estándares que hablen bien de él o de determinada manera. 

Hay gente que está muy loca, de los boomers a los primeros millennials, toda esa gente que tuvo que pagar por la música vive obsesionada con el estatus que se alcanza conociéndola, acumulándola o exteriorizando que la escucha. Hay peleas de gente de cincuenta años por estupideces musicales que dan vergüenza ajena y destilan más violencia y desprecio que trifulcas políticas en esta, la era del odio, la identidad y la intolerancia. Afortunadamente, las nuevas generaciones tienen un acceso mucho más fácil a cualquier tipo de música y mediante la erudición o los gustos exclusivos ya no se sienten superiores a otras personas. Ha costado mucho, se ha arruinado la industria del disco por el camino, pero se ha logrado ganar esta batalla al orgullo ridículo, un terrible enemigo del ser humano. 

Dicho todo esto, no puedo más que esbozar una sonrisa con el documental Fanny, the right to rock y algunas ideas que se vierten en él. Vaya por delante que el machismo campaba por sus respetos en los años 60 y 70 en toda la sociedad y, por supuesto, en las escenas rockeras. En un momento dado alguien dice que nunca había visto un grupo de chicas tocar rock sin enseñar los pechos hasta Fanny. Es una afirmación osada, porque grupos de chicas hubo a manta, sobre todo en las escenas garajeras, en Reino Unido las Liverbirds incluso llegaron a girar por Japón, pero no es menos cierto que existió el fenómeno de las Ladybirds, grupos de chicas que tocaban en top-less tanto en Estados Unidos como en los países nórdicos europeos. 

Lo cierto es que grupos como las Runaways y luego Joan Jett fueron recibidas con insultos en los medios o que hasta la Nueva Ola un grupo formado íntegramente por chicas no alcanzó el número uno. Por eso en el documental no es extraño cuando aparecen frases del venerado Lester Bangs diciendo que los grupos de chicas apestan, o de Frank Zappa explicando que los hombres van a los conciertos a escuchar música y las mujeres, a follar. Esa era la tónica. 

Muchos grupos femeninos han sido absueltos por ese público, la misma Joan Jett, y se citan de forma recurrente, como las Girlschool, que las apadrinaba Lemmy, y fueron pioneras en el metal. Sin embargo, Fanny no, nunca. Sus vídeos siempre han estado ahí, no se puede decir que el público interesado en el rock no las conocía. Su problema era más complicado. A mi juicio, el grupo cuando más brilló fue cuando más se acercó al pop. ¿A terrenos comerciales? Posiblemente, aunque eso no fue ninguna garantía de éxito. Y es en este punto cuando, el público rockero, esa masa amorfa, te dice que eran unas moñas. Mientras que sus piezas más rockeras, desgraciadamente para ellas, caen en los estándares y llaman menos la atención. 

Me recuerdan, de hecho, levemente a Suzy Quatro, artista que siempre desee que me gustara, me compré todos sus singles uno a uno de la época rockera, pero la realidad era tozuda: eran canciones muy normalitas y con unas producciones que Jesús, María y José… En cambio, cuando bajó el pistón, en Aggro-Phobia había canciones mucho más interesantes. Con Fanny es igual. 

Por eso, en el documental, cuando hablan del agotamiento y la desesperación de Fanny a la hora de generar ingresos, cuando se explica que es un grupo que murió por puro desgaste, hay que tener cierta cautela. Dudo mucho que nada de eso les ocurriera por ser mujeres. En su línea de rock melódico, en 1970, se pueden citar muchos grupos de calidad excelsa que se hundieron en la miseria. Crabby Appleton, en Estados Unidos, o Badfinger, en Reino Unido, que acabaron ahorcándose y compartían discográfica matriz, Warner, con las protagonistas de este documental. 

En el inicio de los 70, los grupos entre dos aguas no corrieron gran suerte. Para rockear, había nacido el heavy rock que petaba estadios. Para popear, estaba el soft-rock californiano llevándoselo crudo. Para intelectualizar, estaba todo el sinfónico y progresivo. Para bailar, salsa, disco y funk a punta pala. Quizá podrían haber encontrado su lugar en el glam, pero como se cuenta en el documental, lo intentaron, pero ellas mismas acabaron rechazando maquearse. En estos años, muchos grupos y artistas buenísimos, genios, vendieron poco y se fueron al hoyo o al olvido. En eso Fanny no creo que sean una excepción. De hecho, la oportunidad de grabar cuatro discos con Reprise es todo lo contrario a la discriminación. Tuvieron una gran oportunidad de consagrarse.

Pero sí que recomendaría el documental. Hay algo realmente excepcional en ellas, al margen de que fueran la mayoría filipinas. Sin que mediara ninguna revelación o suceso importante, de la nada, ellas se juntaron, se fueron a vivir en grupo y montaron una comuna de lesbianas y bisexuales en un edificio precioso, rústico, en lo alto de Los Angeles. Vacilan al entrevistador diciendo que vivían en una “fantasía masculina”. 

Al mismo tiempo, una de ellas, la batería original, se quedó embarazada y decidió tener a su hija, que vivía con ellas en la comuna. Había gran cantidad de alcohol y drogas, se pasaban por ahí de los Rolling Stones a Little Feat, grandes amigos del caballo en esos años. Esos momentos son interesantes. Sobre todo en la medida en que se va esculpiendo un estilo que alcanzó su cima en el disco Mothers Pride, donde canciones como Beside Myself ya tenían “algo”, eso que solo tiene uno y se tiene o no se tiene, pero su siguiente LP, y último, en lugar de seguir esa estela y perfeccionarla, la abandonaba de forma un tanto decepcionante. Claro, que enfocar el documental en esta evolución de su estilo y desarrollo de su talento le importaría a mucho menos público. Las gentes de hoy quieren el politiqueo. 

Han tirado por la discriminación que sufrieron por el machismo, por el racismo y por la homofobia. Son enfoques que no dejan de ser tampoco interesantes, especialmente cuando explican que en las entrevistas promocionales no podían vender la historia que todo el mundo quería oír sobre qué chicos les gustaban o quiénes eran sus novios. Y ahí volvemos a lo mismo, a ese gran público alienado, que no quiere descubrir artistas originales, sino los que cumplan una serie de normas más estrictas que el etiquetado alimentario de la UE para que sean dignos de ser oídos con todos los conceptos en su sitio. Siempre ha sido así, también porque el rock nunca ha dejado de ser ni más ni menos que un mercado. 

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