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GRAND PLACE / OPINIÓN

Fronteras

7/11/2017 - 

Recuerdo a mi abuelo cantando la Internacional, rozando con sus dedos los 90 años y golpeando rítmicamente su bastón contra el suelo. Acariciaba la veintena cuando el Ejército Rojo venció dentro de las fronteras rusas, mientras se libraba la batalla exterior de la Primera Guerra Mundial. Su espíritu, el de la Revolución Rusa, la del socialismo internacionalista y global, guió su vida y su camino por la senda de la dignidad.

A cien años exactos de aquella Revolución olvidada, la lucha de clases ha dado paso a la lucha de fronteras. Este centenario, el de la toma de poder de Lenin y los bolcheviques en Rusia, casi ha pasado desapercibida, escondida en nuestras propias batallas… Pequeñas guerritas del día a día que no llegan ni a guerrillas, batallitas ganadas y perdidas en la lucha por la supervivencia de una sociedad perdida, de una generación truncada tras la crisis.

Las fronteras abren y cierran caminos, ponen vallas al campo y levantan muros entre los espíritus de la gente. Las fronteras fracturan una sociedad con el miedo al diferente, con el odio al otro, al que no es de los míos, de los nuestros. Pero, cuando ese “nuestros” es suficientemente numeroso, es cuando los poderes establecidos comienzan a temblar y cuando los pilares del Estado comienzan a resquebrajarse. 

Pero todo esto no tendría importancia si no pusiéramos en ello el alma. Cuando los sentimientos salen a la calle, la razón se queda en casa. Como bien dijo Eduard Punset en su libro El viaje a la felicidad, las emociones son lo que mueven el mundo. las que lo hacen girar. Para bien o para mal. Lo bien cierto es que las emociones también dejan un regusto amargo…

Y eso es lo que ha pasado en la crisis catalana y en todas las crisis que rompen la convivencia cuando los sentimientos toman el asalto al poder. Y eso es lo que ha pasado cuando todos los resortes del Estado se han confabulado con el sentimiento y no con la razón. Un Estado que se sabe vencedor y que no sabe ser generoso y magnánimo no es digno de sus ciudadanos. Tampoco lo es un Estado cuyo fin es aplastar al vencido, como muestran las últimas decisiones judiciales encarcelando a parte del Govern de la Generalitat cesado, y ordenando la búsqueda y captura del resto de Consellers a través de las fronteras -las exteriores-.

En estas reflexiones estábamos cuando militares y académicos nos devuelven a la cruda realidad. Como un cachete en la nuca, para despertar del letargo soberanista, las X Jornadas de Seguridad y Defensa organizadas por el Instituto de Derechos Humanos de la Universitat de València, nos traen a un panorama más desolador si cabe, con la amenaza yihadista golpeando a las puertas de Europa, en el corazón de Europa…

Bajo el título Socios y aliados estratégicos para España. La seguridad compartida, estas jornadas dirigidas por la catedrática Consuelo Ramón Chornet han convocado al máximo representante en la Comunitat Valenciana, el Teniente General Jefe del CGTAD Francisco J. Gan Pampols; el General de División Jefe del Estado Mayor del CGTAD-NRDC-HQ, Juan Montenegro Álvarez de Tejera, y al coronel Jefe del RINT, Ángel Francisco Moreno Delgado, entre otros.

Inauguradas por la Decana de la Facultad de Derecho, María Elena Olmos, y por el Delegado de Defensa en la Comunitat Valenciana, el coronel Rafael Morenza, la realidad de estas jornadas nos ha traído hasta las fronteras imaginarias -o no- entre Oriente y Occidente en suelo europeo. Los flujos migratorios y los flujos terroristas, la seguridad exterior, la protección interior y las nuevas políticas europeas de seguridad y defensa.

Estas visiones, militares y académicas, nos retrotraen a otras sensaciones, que van de la tristeza a la rabia, del rechinar de dientes al apretar de nudillos candado las uñas en las palmas de las manos hasta sangrar… Y, de nuevo, nos conducen a la tristeza que nos embarga a los ciudadanos en los últimos meses, asistiendo atónitos a la impotencia de sus gobernantes para hacer política, que es lo mismo que gobernar.

Rememoro con nostalgia aquella Internacional Socialista que triunfó en octubre de 1917 derribando fronteras, las fronteras de la desigualdad entre todos los trabajadores del mundo, entre los parias de la tierra. Poco ha quedado de aquel espíritu solidario que marcó el siglo XX y la conquista de nuestros derechos y libertades, los mismos que Europa no ha sabido exportar más de allá de sus fronteras y de sus miedos. ¡Arriba los pobres del mundo!

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