dos actividades consumen una gran cantidad de energía: la digestión y el pensar

Homo cocinitas

A veces me gusta pensar que en la historia de la vida (cuatro mil millones de años), la humanidad es solo una anécdota (trescientos mil años), y en la historia de la humanidad, Puigdemont y Rajoy y Trump y Kim Jong-un, una nota a pie de página en letra cuerpo 6, chiquita, tan chiquita

| 20/10/2017 | 3 min, 44 seg

Por más que últimamente algunos ejemplares de Homo Sapiens se comporten más bien como Homo Ignorantus recién salidos de la caverna, lo cierto es que la evolución del Sapiens fue absolutamente espectacular. ¿Y a qué se debió en gran medida? Efectivamente, a la cocina, que de eso van estos artículos. El hombre es el único animal que cocina, y eso lo distingue radicalmente del resto de especies. Espumadera en mano, consiguió erigirse en el rey de la selva y dominar el  mundo. 

Como bien explica Yuval Noah Harari en el apasionante ensayo Sapiens, de animales a dioses, fue precisamente la cocción de los alimentos la responsable de esta trepidante evolución. No sólo porque alteró la química de los nutrientes, matando gérmenes y parásitos, no sólo porque nos liberó del tiempo destinado a masticar (los chimpancés invierten cerca de cinco horas diarias), tiempo que pudimos emplear en otras actividades como la agricultura o el sexo loco, sino porque provocó que nuestro cerebro creciera hasta alcanzar las tremendas proporciones actuales.

Y es que hay dos actividades que consumen una gran cantidad de energía: la digestión y el pensar. El cocinado permitió que esa energía destinada al digestivo fuera invertida en el cerebro y se produjo así un acortamiento del intestino y un agrandamiento del cerebro, que algunos disimulan con maestría.

Cocinar es de listos. Cocinar te hace listo. Cocinar es pura evolución. Por más que la existencia de algún cuñao  parezca desmentirlo, solo el hombre ha desarrollado con éxito la capacidad parrillera, ningún otro animal se ha mostrado tan genéticamente evolucionado como para acometer una barbacoa dominical.

Desconozco quién fue el primer genio al que se le ocurrió un buen día cocer una impenetrable patata, echar al agua caliente el inquebrantable arroz pero sin duda marcó un hito en la historia de la humanidad. Así, el homo cocinitas pasó del carpaccio de mamut y la crudité de verduras a un abanico gastronómico multicolor con el que se aventó hacia la evolución. Se apunta que precisamente fue gracias a esa variada dieta que consiguió sacar a culazos de la historia a sus primos Neandertales. Pruebas realizadas a dientes y huesos de Homo Sapiens de entonces indican que comían pescado y más frutas y más nueces que sus primos Neandertales que acabaron por extinguirse.

Claro que no se nos escapa que el hecho de ser cada vez más omnívoro e inteligente llevó al Sapiens a intervenir en su entorno, a producir comida a voluntad a través de la ganadería y la agricultura, a dominar el ecosistema, a transformar el mundo.

Que ese ensanchamiento progresivo de la dieta abrió la puerta asimismo a una maraña de dudas filosóficas respecto a la salud, que si margarina o mantequilla, que si los huevos y el colesterol, que si el omega 3 y el corazón, que si los transgénicos, que si vegetarianos, veganos o crudívoros, que si hay que volver a comer únicamente carne cruda. Se pasó de un modelo tradicional de consumo de productos locales y cocina familiar a un modelo globalizado en que un puñado de grandes empresas agroalimentarias controlan nuestra dieta. Esa expansión sin freno trajo asimismo el cambio climático, la sobreexplotación de los recursos naturales, la contaminación y quién sabe si no nos conducirá finalmente a la destrucción del planeta, a la fagocitación de la propia especie, a morir de éxito evolutivo. Pobres Sapiens.

Pero antes de que esto suceda, yo me pregunto si esa cocina que nos ha conducido por el carril de aceleración a la evolución no podría ayudarnos a resolver algunos problemillas domésticos.

Si un buen guiso no arreglaría este desaguisado.Un sopar de fraternitat, sin banderas por mantel, que incluyera calçots y cocido madrileño y barquillos y panellets.

Y si el problema es quién paga la cuenta, tranquilos, que aixó ho pague jo.

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