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In-infra-infrafinanciació: un escalofrío recorre València

19/11/2017 - 

VALÈNCIA. Qué poquito tiene que ver ya València con ese levante feliz de crónica vieja (según detalla un informe del Consell Valencià de Cultura, el término se popularizó a partir de la Guerra Civil porque los frentes quedaban lejos de este territorio). No se le parece ni por el concepto (equivocado), ni porque la gente esté especialmente contenta. Con los Presupuestos Generales del Estado desde hace años, al menos. La València que sí existe, la palpable, salió este sábado a la calle a pedir en masa una mejora de la financiación autonómica, pero sin energía.

Miles y miles de personas (60.000, según los organizadores, y solo 2.000 más que en la del 11-N —17.000—, según la Delegación del Gobierno) que participaron junto a partidos políticos, sindicatos, patronal y entidades sociales en una marcha en la que se evitaron las consignas para no provocar suspicacias y acabó convertida en una tumultuosa procesión. Digamos que los cabezudos que abrían paso a la comitiva impusieron su rictus, afectado de una solemnidad extrema, a todo el desfile.

No había sido nada fácil llegar hasta aquí. Tras un aplazamiento en septiembre y no pocos antojos de algunos partidos concurrentes, la organización se fue complicando más que asignar mesa a los invitados a una boda. Con el goteo de adhesiones, poco a poco fue desapareciendo la sensación de derrota en un acto reivindicativo que amenazaba con ventilarse con algo simbólico y manejable, como aquella iniciativa del Movember que consistía en dejarse crecer el mostacho durante el mes de noviembre con fines solidarios.  

Si en los pequeños detalles se encuentra el infierno, tampoco es que la cita de este sábado haya sido un acontecimiento muy publicitado fuera de nuestras fronteras. En los informativos nacionales de mediodía, se daba buena cuenta de la masiva protesta policial para equiparar su sueldo al de los Mossos. También de la exigencia de miles de extremeños en Madrid: un tren digno. E incluso había espacio en la escaleta para profundizar en el desafío de millares de zimbabuenses para dar puerta a su nonagenario presidente, Robert Mugabe. ¿Y València? Cerca y lejos no existen. Los crea la ternura, que escribió Roberto Juarroz.


Pasadas las 18 horas del día 18, arrancaba la manifestación desde el antiguo Hospital con una pancarta más ancha que la calle. Otra cosa era la alegría. La vicepresidenta Mónica Oltra se debatía con una pegatina de la Senyera y se anticipó al disgusto: "El blau que es veja bé, no siga que algú diga...". El embotellamiento provocado en la cabecera concitó algunos arrebatos. "Deixeu eixir!", exclamaban quienes trataban de dar orden y velocidad a la caminata. Un grupo de la plataforma Contigo se hizo metáfora de sí mismo: sin espacio propio todavía, sacaron los codos para hacerse con un trozo de calle. "¡Oye, tú! Que no somos vacas", se quejaron cuando les pidieron ceder el paso a la primera pancarta. 

Una sociedad que no es capaz de ponerse de acuerdo en una rima, tiene muy difícil sentarse a hablar de lo importante. A diferencia de otras ocasiones, los chascarrillos y los lemas ingeniosos no se oyeron sino de forma descoordinada y tímida. Los más entregados, los Yayoflautas, que más que señalar blancos pasaron lista a los miembros del PP desde la refundación de Alianza Popular: Rajoy, Cospedal, Montoro, Rato... "Lladres, sinvergüenses, ens haveu llevat la salut i la pensió!".

A pocos metros de la pancarta de los yayos, se encontraba José Luis Bayo, que fue a título personal porque no le quedaba más remedio, por lo personal y por lo institucional. Lo primero: desde su enfrentamiento con Isabel Bonig en las primarias del PPCV de las que se retiró, es un bandido en sus propias filas. Lo segundo: el centroderecha se borró de la mani desde el primer momento. Y eso que solo han pasado tres años desde que la presidenta de los populares reclamaba un nuevo modelo de financiación porque en aquel entonces no era "pedir por pedir, sino una cuestión de justicia y de atender a los cinco millones de valencianos, voten a quien voten". 

 
Miraba Joan Ignasi Pla el tráfico pedestre desde la banda. A la altura de las Torres de Quart y ante la evidente apatía, en la sección de CCOO, megáfono en mano, animaban a la concurrencia a iniciar algún cántico potente. Les salió "volem, volem, volem, volem finançament". Los manifestantes solo lograron desperezarse tras sonar desde un balcón la ahora canción protesta Que viva España. Respondieron al pasodoble con un bocinazo y a vuelta de correo llegó, más nítido, el Himno nacional español desde lo alto de una terraza. Los chicos se esmeraron desde las alturas, todo hay que decirlo, y aunque la Marcha Real carece de letra, consiguieron corearla afinada y con distintos timbres. 

A medida que la marcha discurría paralela al río, la manifestación por una financiación justa para la Comunitat Valenciana fue mutando en un plan de tranqui para una tarde de sábado. La vida cotidiana se apoderó de todas las conversaciones. Una pillada al vuelo: "Mi abuelo... él había estado en la Guerra de África...".

Aún podía degenerar más el asunto y espesarse. Cruzando Na Jordana, hasta los cabezudos, que habían aguantado con jubilosos saltitos todo el recorrido, se rindieron a la parsimonia dominante y completaron el trayecto con flema de Regulares de Melilla. 

Cómo estaría el asunto que, en la discomóvil preparada en la meta, pincharon un tema decisivo para explicar el ímpetu general. Casi dos horas después del inicio de la marcha, el caudal de gente desaguó frente a las Torres de Serranos con un tema de Raimon que decía "per a la vida s'ha fet l'home i no per a la mort s'ha fet". Por favor, disculpadlo los del lenguaje inclusivo por el uso genérico del masculino en ese machirulazo home. "No ha estat mal el recorregut", valoraba un participante tras su paso por el Portal de Serranos. ¡No todo iba a ser malo! 

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