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CRÍTICA DE CONCIERTO

Jordi Savall presenta en el Palau un programa de homenaje a la Tierra

Les Éléments, de Jean-Féry Rebel, destacó por su audacia armónica

18/10/2016 - 

VALENCIA. Jordi Savall, al frente de Le Concert des Nations, presentó este domingo  en el Palau de la Música un programa bajo un largo epígrafe: “Los elementos – Homenaje a la Tierra – Tempestades, temporales y fiestas marinas”. El mismo programa se ofreció ayer en Zaragoza, y este miércoles se hace en Barcelona. Las obras interpretadas, como es habitual con el músico de Igualada, son, en buena parte, poco conocidas, y en este caso se plantean como un homenaje al planeta Tierra y a los elementos que la componen, en la visión de Empédocles. Las tempestades, entendidas desde un punto de vista muy amplio, se constituyen en hilo conductor del concierto. 

El recorrido cronológico fue desde el último cuarto del siglo XVII a la primera mitad del XVIII. Así, la primera obra ofrecida, The Tempest, de Matthew Locke, toma su nombre de la tragedia de Shakespeare, a la que sirvió en su día como música incidental. A destacar, en la lectura de Savall, la bella sonoridad de las cuerdas en los pasajes más solemnes, No tanto la claridad polifónica del canon final.

Savall se retiró en la interpretación del Concierto RV 433 de Vivaldi, pero ello no impidió a su grupo hacer buena gala de virtuosismo. Tanto el solista de flauta como la orquesta, se movieron con tremenda agilidad entre unos pentagramas difíciles y agitados, de los que supieron extraer, con un rico fraseo, una intensidad tempestuosa. Retornó el líder para dirigir la obra quizá más atractiva del programa: Les Éléments, de Jean-Féry Rebel. Fue entonces cuando los oyentes se quedaron perplejos al escuchar la audaz armonía utilizada para representar el caos, así como las curiosas y elaboradas combinaciones tímbricas  que se iban sucediendo en la descripción de los elementos Es preciso recordar que se trata de una obra fechada en 1737, y que el propio autor era muy consciente de lo que estaba haciendo, tal como señala César Rus en el programa de mano, donde transcribe una cita del compositor: “(...)Me he arriesgado a hacer escuchar todos los sonidos mezclados, o mejor dicho, todas las notas de la octava reunidas en un sonido”. Y no asumió ese riesgo una sóla vez, sino siete. Viendo la imagen de Rebel en el grabado de Watteau, se nos hacen más palpables sus coordenadas temporales, y resulta bien difícil aceptar que sea el inventor del cluster contemporáneo. Pero así es. En cuanto a la trompa natural que intervino en esta obra, huelga señalar que los quiebros del sonido no fueron, en su caso, intencionados. 

La segunda parte se inció con Marin Marais, un compositor especialmente significativo para Savall. No sólo por la repercusión que tuvo en su curriculum la película “Tous les matins du monde”, por la que ganó en 1992 un César a la mejor música escrita para un film. Se trata en ella de la relación entre Monsieur de Sainte-Colombe y Marin Marais, pero lo decisivo en su lectura ha sido la intensa dedicación del músico de Igualada al estudio y difusión de la obra del gran violagambista francés, algo que le otorga un plus de frescura y de profundidad cuando aborda sus pentagramas. Todavía está fresco en Valencia el recuerdo de su último recital, en el claustro de la Universidad, enfrentándose aquella noche, en solitario con su viola, a varias partituras de Marais que ejecutó con delicadeza y sabiduría. También ahora, dirigiendo a su grupo, supo comunicar los muy distintos climas que atraviesan los extractos orquestales de la ópera Alcione: desde la melancolía sincera que impregna el preludio, pasando por la ligereza de la marcha y llegando al estallido de la tormenta, con la máquina de viento, la percusión y todos los efectos imitativos puestos en marcha para describirla. Tormenta que cede, poco a poco, y deja paso a las flautas traveseras dibujando, con el continuo, un escenario de dulce calma. Después, oboes y flautas se encargarán de cerrar estas “arias para marineros y tritones”. Todo en su justo punto, con tanta sutileza como vigor.

Le llegó el turno a Telemann y su “Música acuática, mareas y olas de Hamburgo”, de inspiración mitológica, pero que sí tiene un número descriptivo (Der stürmende Aeolus), con la cuerda grave lanzada a un staccato .tremendo, los violines mostrando su furia y la omnipresente máquina de viento girando sin parar. Recursos parecidos encontramos en una de las piezas de Rameau que se escuchó luego (Tonnerre, de Hippolyte et Aricie, con la percusión empeñada en describir bien los truenos), tras dos encantadores fragmentos de Les Indes Galantes. También de Rameau fue una contradanza en la que Savall propuso palmear a un público, que accedió entusiasmado y aplaudió a rabiar, como en toda la velada. Cuando después estaba explicando, en catalán, que iban a dar un bis con una danza de 1600, un tipo le exigió a gritos que hablara en español. El público se encaró con el susodicho, pero Jordi Savall no perdió la calma. Explicó, suavemente y en castellano, que con su grupo estaba acostumbrado también al francés y al italiano, por el origen de sus miembros y por los textos cantados. Repitió en castellano lo de la danza de 1600. Y, como está promoviendo varios proyectos de ayuda a emigrantes y refugiados, aprovechó la ocasión para hablar de la necesidad de ocuparnos de los africanos que están muriendo en el Mediterráneo, y de la necesidad de acogerlos. Más aplausos del público, puesto en pie. El mismo tipo grita entonces “la música une”, no se sabe a cuento de qué. La gente le manda callar. Savall y sus músicos interpretan la obra prometida, y la cosa acaba ahí. Pero el mal gusto de boca ya lo tuvimos. Es la historia de siempre. Otra vez. 

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