EL MACHISMO DE LA ALTA COCINA

La mujer, en la cocina

También a mí me asaltan a veces pensamientos machistas. El otro día se asomaba por la pantalla la monja argentina que proporcionaba niños a los curas para que fueran violados. Esa monja de origen japonés que es la viva encarnación del mal, la perversidad hecha carne, el demonio en estado puro. Acto seguido, mostraron la foto del cura violador, ya sabéis, un pederasta más. 

| 19/05/2017 | 4 min, 15 seg

Se me olvidó que era él el que realizaba el acto de violar, tan concentrada estaba en odiarla a ella, pero tanto.  

Pareciera que las mujeres tenemos solo interruptor de encendido/luz celestial o apagado /negro abismo. Pasamos de santas a perversas en lo que un coche de alta gama tarda en ponerse de 0 a 100. Como si la maldad creciera en los genitales y no en algún lugar podrido del alma. Como si no fuera universal, democrática, libre de anidar allí donde le echan de comer.

Y hablando de comer, el otro día repasé la lista de los 50 mejores restaurantes del mundo y llegué a la conclusión de que la cocina, a pesar de RAE, es un sustantivo de género masculino singular. La que no es doméstica me refiero. La que da dinero o prestigio quiero decir. La que a veces se nos transmuta en arte.

Para compensar la falta de féminas en el certamen, y de paso fomentar eso tan vintage que es la segregación, decidieron dar el título de Mejor chef femenina del mundo, que recayó en la eslovena Ana Ros, cuyo restaurante había quedado en el puesto 69. El presentador del acto no pudo dejar pasar la ocasión de hacer un chascarrillo sobre lo sexy del número 69.

Y es que no cabremos en las litas de los mejores restaurantes pero nosotras tenemos nuestros propios espacios. Próximamente van a abrir un breastaurant en España, que es un emplasto entre breast (pecho) y restaurant, aquí llamado tetaurante. Hooters estará atendido exclusivamente por exuberantes camareras con escotazo y ropa ceñida. La comida es un asco pero las vistas se prometen espectaculares.

Evidentemente, nadie se libra de hacer la rubia alguna vez, valga aquí la expresión: yo un día me comí el edamame con vaina incluida mientras mi acompañante estaba en el baño. Tuve que escupir disimuladamente en el cuenco vacío controlando por el rabillo del ojo que el camarero no mirara. Luego me zampé un montón de edamames para cubrir con las vainas huecas las pruebas de mi delito. Cuando él volvió del baño, no le había dejado ni el edamame de la vergüenza.  

Y aquella vez en que el dueño de la taberna, hace muchos años, nos ofreció jamón de pato, chorizo de ciervo y cecina de león. Y yo me eché las manos a la cabeza: de león, ¿pero eso no está prohibido? Fue hace muchos años.

O aquella vez que mi amiga Marisa se comió una cucharada entera de wasabi, cuando aún existía lo exótico, cuando aún no se nos había encogido el mundo, al grito de: ¡guacamole, me encanta! Y ya no llegó a probar la comida.

Somos humanas, sí, a veces idiotas, pero eso no justifica que los hombres nos expliquen constantemente cómo hacer las cosas de forma profesional, insinuando que no sabemos hacer bien ni lo que deberíamos saber hacer bien por el hecho de ser mujeres. Reforzando la figura del chef experto que cocina esferificaciones y gelificaciones frente a la mujer que suda entre los fogones cotidianos.

Que nos bombardeen con estereotipos a medio camino entre la esclavitud y la cursilería: “Nada como los tápers de mamá de Ikea”, “Pide Macdonalds a domicilio, regálale a tu madre un día sin cocina”, o “Por fin las primeras galletas femeninas: Princesa, de Artiach”.

Pero el colmo sin duda se lo oí decir al chef japonés Yoshikazu Ono:  

Las mujeres no pueden ser chefs de sushi porque menstrúan. Ser profesional significa que la comida debe tener un sabor constante y debido al ciclo menstrual las mujeres sufren una descompensación del gusto. Es por eso que no pueden ser chefs de sushi”.

Y la gente no se río. No iba hasta el gorro de sake ni acababa de darse un golpe en la cabeza con el wok, lo argumentó completamente en serio.

También nuestro patrio Bertín se queda de pasta de boniato cuando se le tacha de machista y casposo porque dice cosas como: “Tú que eres la que sabe, Sara, ¿cómo ves las patatas?”. O “Mariano, ponte el delantal a ver si te vas a manchar y Viri me va a reñir”. 

En fin. Que para que aquella frase machista La mujer, en la cocina siga teniendo efecto hoy hay que darle una vuelta más, y especificar qué clase de cocina y a qué nivel.

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