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Lago Atitlán, el corazón de Guatemala

Guatemala, el país que mejor conserva la herencia maya, muestra vínculos claros con la civilización perdida en las costumbres y creencias de los pueblos que rodean el lago

| 12/08/2017 | 6 min, 35 seg

VALÈNCIA.- Encaramado a más de 1.600 metros sobre el nivel del mar en la región más montañosa de Guatemala y rodeado de cumbres que se elevan entre la bruma hasta atravesar las nubes, el lago Atitlán presume de ser uno de los mayores atractivos naturales de toda Centroamérica. El escritor británico Aldous Huxley dijo de él que era el más bonito del mundo. Tal vez fuera por el contraste entre la quietud de sus aguas —mansas hasta que las agita el Xocomil— y la inquietante solemnidad de los tres volcanes dormidos que lo vigilan: el Atitlán, el Tolimán y el de San Pedro. Hasta la luz en este rincón del planeta es diferente a todo. La belleza del conjunto es mística. Magnética.

Algo tendrá este lugar cuando a lo largo de las décadas ha seducido a artistas y bohemios en busca de inspiración. Un espíritu alternativo que hoy se siente sobre todo en San Juan, uno de los pueblos que rodean el lago, donde florece una incipiente generación de artistas. Porque más allá del interés del lago como recurso natural para la zona, su mayor atractivo son los moradores de esos doce pueblos que lo rodean, todos ellos con nombres bíblicos. En San Marcos, Santiago Atitlán o San Pablo La Laguna aún se puede palpar la más auténtica esencia de la cosmovisión maya, gracias a que sus habitantes han conservado a lo largo de los siglos costumbres ancestrales, lenguas indígenas y creencias que transitan entre la magia y la espiritualidad.

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El lago, que pudo formarse hace 84.000 años tras una erupción volcánica, se ubica en el departamento de Sololá, en la región conocida como el Altiplano. Esta es una de las más atractivas del país centroamericano desde el punto de vista histórico, cultural y turístico. En ella viven varios de los más de veinte grupos étnicos mayas del país. Dos de ellos, los Tzutujil y los Kaqchikel, se concentran en Atitlán, principalmente en los pueblos de alrededor del lago.

El lago, que pudo formarse hace 84.000 años tras una erupción volcánica, se ubica en el departamento de Sololá, en la región conocida como el Altiplano. Esta es una de las más atractivas del país centroamericano desde el punto de vista histórico, cultural y turístico. En ella viven varios de los más de veinte grupos étnicos mayas del país. Dos de ellos, los Tzutujil y los Kaqchikel, se concentran en Atitlán, principalmente en los pueblos de alrededor del lago.

Panajachel, o simplemente Pana, es la puerta natural de acceso al lago. De todos los pueblos que lo rodean, este es el más popular entre los viajeros para comenzar a explorar la zona. Por ello es el que más opciones brinda, tanto de ocio como de alojamiento: desde hoteles sencillos para aprovechar el ritmo animado del centro hasta tranquilos resorts a la orilla misma del lago que ofrecen vistas inolvidables del amanecer. En Panajachel es muy sencillo contratar recorridos por el lago o alquilar alguna embarcación desde la que poder abordar algunas de las localidades que lo circundan. Los alojamientos también suelen ofrecer este tipo de excursiones para ir de pueblo en pueblo. Conocerlos en profundidad requeriría de varias jornadas, pero en un día hay tiempo para un primer acercamiento a dos o tres de ellos.

Uno de las lugares más interesantes —y más tranquilo que Panajachel o San Pedro— es San Juan La Laguna. Mientras se asciende desde el puerto por alguna de las empinadas cuestas que conducen al centro se revela uno de los rasgos diferenciales de este poblado: los murales de pintura naif sobre los muros exteriores de muchas viviendas realizados por pintores locales que lo convierten en un pequeño museo al aire libre. En San Juan La Laguna también son muy típicos los textiles artesanales teñidos con semillas y cortezas de árbol. Sus habitantes hablan tzutujil, una lengua propia indígena utilizada también en otros pueblos como San Pedro o Santiago Atitlán que suena extraña a oídos de cualquier castellanohablante.

La esencia maya también se percibe en las calles de San Pedro, en el costado oriental del lago. La creciente llegada de mochileros atraídos por su animada vida nocturna o para aprender español no ha logrado —todavía— borrar esa herencia ancestral que se manifiesta sobre todo en sus coloridos mercados. La Iglesia de San Pedro, en el centro de la localidad, es una de las visitas ineludibles. Una de las principales actividades que se pueden realizar desde San Pedro es el ascenso a la cima del volcán del mismo nombre, uno de los tres que vigilan el lago. La caminata hasta coronar sus más de 3.000 metros transcurre entre plantaciones de café, maíz y bosque húmedo de montaña.

Aunque cada pueblo tiene una personalidad diferenciada, Santiago Atitlán es uno de los más pintorescos. En el centro se despliega un enorme mercado en el que se venden tanto productos del campo como artesanías y textiles que le dan ese colorido especial tan propio de los mercados centroamericanos. Como muestra de que Santiago Atitlán es uno de los municipios que mejor mantiene su raigambre maya, prácticamente todos sus pobladores visten todavía trajes tradicionales. En el caso de las mujeres este consiste en una vistosa blusa de algodón blanco sin mangas (huipil) con diseños geométricos y pequeñas aves multicolores bordados en el talle. Las faldas (cortes) no son más que una pieza de tela enrollada alrededor de la cintura. En la cabeza utilizan una cinta roja llamada tocoyal que suele medir unos 20 metros de largo y que se lleva enrollada en la parte de arriba.

En el caso de los hombres, el elemento más característico de su vestimenta es un pantalón corto de algodón blanco decorado con algunos motivos de color, normalmente a rayas. La mayoría de los varones de Santiago los utilizan, del mismo modo que todos llevan sombrero.

Para asistir a ese despliegue de color, basta con detenerse unos instantes en el centro de la localidad y observar el ir y venir de los vecinos por la plaza que se despliega junto a la Iglesia de Santiago Apóstol. Este templo, construido en 1547, es uno de los más antiguos de toda Guatemala. Aunque el interior del edificio es parco, es interesante apreciar el gran sincretismo de sus fieles entre la profunda fe cristiana de los guatemaltecos y el mantenimiento de ritos ancestrales mayas que les lleva a adorar a sus propios dioses. La mejor forma de comprobar esa aparente contradicción es asistir al culto que los habitantes de Santiago rinden a la figura del Maximón. Aunque su origen no está del todo claro, se trata de una figura humana tallada en madera que representa una mezcla de un antiguo dios maya, Pedro de Alvarado —conquistador español—, San Simón y Judas Iscariote. Se le venera en el hogar de alguno de los vecinos, que lo acogen de forma rotatoria, y siempre está acompañado de extrañas ofrendas como puros o botellas de licor. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 34 (VIII/17) de la revista Plaza

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