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LA LIBRERíA

Lem viaja a Venus en su novela 'Astronautas', una epopeya hasta ahora inédita en castellano

El autor polaco, célebre por obras como Solaris, nos lleva a uno de nuestros lejanos planetas vecinos en un viaje por la supervivencia de la vida terrestre repleto de descubrimientos inesperados

4/04/2016 - 

A principios del siglo XX, un bólido cósmico de origen desconocido penetró en nuestro planeta, sobrevoló el cielo siberiano y explotó en el aire cerca del río Podkamennaya en Tunguska, incendiando y derribando ochenta millones de árboles en un área de más de dos mil cien kilómetros cuadrados. La descomunal explosión -ciento ochenta y cinco veces superior a la que aniquilaría la ciudad de Hiroshima casi cuarenta años después- tiró al suelo a personas que se encontraban a decenas de kilómetros de distancia, e hizo que durante varias jornadas las noches fuesen tan brillantes en parte de Rusia y Europa que se podía leer sin necesidad de iluminación artificial. Según algunos testimonios, aquello refulgía más que el propio Sol. Para colmo, la bomba misteriosa que devastó Tunguska desapareció sin dejar más rastro que un paraje asolado. Quince megatones de puro enigma que tardaron demasiado en comenzar a estudiarse. Quince megatones previos a la detonación de la primera bomba nuclear sobre la faz de la Tierra. Porque nada nuclear podría haber estallado el día treinta de junio de 1908, ¿verdad? 

En 1921 tuvieron lugar dos sucesos relacionados con el gran interrogante de Tunguska. Aquel año llegó al área la primera expedición científica, dirigida por el conservador principal de la colección de meteoritos del Museo de San Petersburgo Leonid Kulik. Aquel año también nació el prodigioso escritor polaco Stanislaw Lem, quien treinta años después, en 1951, publicaría Astronauci, su primera novela en forma de libro, que ahora, por obra y gracia de Editorial Impedimenta, llega a nosotros bajo el título de Astronautas, en su primera edición en castellano. 

¿Qué pasó aquel día en Tunguska? Organismos como la NASA han ofrecido teorías para explicar el acontecimiento, aunque lo cierto es que hoy seguimos sin saber con seguridad qué ocurrió exactamente. Lem, allá por la década de los cincuenta, tampoco debía contar con demasiadas pistas. Con lo que sí contaba era con en buen punto de partida para desarrollar una historia, y con una capacidad fuera de lo común para poder leer a través de la enrevesada maraña de posibilidades tras la que se esconde el mañana. Porque Lem poseía una visión de futuro tan lúcida y preclara como la de Julio Verne, solo que sus predicciones, seguramente, aún tardarán un par de siglos en cumplirse. 

El autor de Solaris -obra adaptada al cine en dos ocasiones, por Tarkovski y por Soderbergh-, nos plantea en Astronautas un escenario en el que la humanidad ha alcanzado un estadio de bienestar tal que las guerras son un mal recuerdo del pasado, el capitalismo ha sido superado y lo que hasta el momento eran utopías tecnológicas, se han convertido en realidades. Sin embargo, un cilindro con un mensaje encontrado en la región siberiana de Tunguska durante unas obras para fundir el hielo de los polos, revela una sorprendente noticia: la Tierra podría estar en el punto de mira de una civilización extraterrestre que los estudios ubican en nuestro vecino Venus. Pese a que la amenaza no es una certeza, es esencial entender su magnitud y anticiparse a posibles movimientos que pudiesen llevarnos a la extinción. Con tal fin, se toma una decisión. Hay que llegar a Venus. Hay que hacer todo lo posible, y si no fuese suficiente, también lo imposible. 

De esta manera arranca el viaje del cohete interplanetario Cosmocrátor, tripulado por los mejores científicos y pilotos del mundo, en el que gracias a Lem y su capacidad para sumergirnos en la narración, contamos con un camarote literario de excepción. Desde allí, asomados a la página y al espacio, asistiremos al transcurso de una epopeya cósmica dividida en varias fases: la creación del crucero -tan detallada en el capítulo 'Lección de astronáutica' que parece una hazaña viable- da paso al trayecto en sí mismo, treinta y cuatro días de vuelo en compañía del hercúleo astrónomo Arseniev, el físico chino Lao Chu, el sabio hindú Chandrasécar o el piloto Smith, para posteriormente desembarcar con ellos en la superficie de un cuerpo celeste del que tenemos todo por comprender, y en el que aparentemente se encuentra la clave para la supervivencia de la vida terrestre. 

Lem tiene la habilidad y la sensibilidad necesaria para hacer que contengamos la respiración cuando se abre la carlinga del avión que transporta al humano que pisará por primera vez Venus; presenciamos este histórico hito desde la ficción de la misma manera en que otros se quedaron perplejos ante la retransmisión de la llegada a la Luna. Es admirable que una obra de estas características escrita en los años cincuenta resista tan bien el paso del tiempo y el consiguiente progreso tecnológico, la carcoma principal que se encarga de convertir en un curioso -e incluso cómico- documento retrofuturista lo que unas pocas décadas atrás fuese una historia absolutamente sorprendente.

“Esta fórmula sirve para el universo al completo. ¿Lo puedes entender en toda su plenitud? No. Ni tú ni yo ni nadie en el mundo. Igual que un puñado de agua por la noche refleja la infinitud del cielo sobre nosotros, esta fórmula contiene todas las transformaciones de la masa y de la energía que tuvieron lugar hace trillones de años […] Están en ella el palpitar de las estrellas, la contracción y la expansión de las galaxias, la ignición y el enfriamento de las nebulosas”. ¿Cómo son los habitantes de Venus? ¿Cuáles son sus motivaciones? ¿Nos es posible acaso ponernos en la piel de unos seres de los que no sabemos nada? En Astronautas se encuentra el origen de una serie de cuestiones recurrentes que Lem trataría en muchos de sus libros posteriores, tales como los colosos intelectuales artificiales -el cerebro electrónico Márax del Cosmocrátor parece un eslabón en la cadena hacia la inteligencia artificial Golem XIV-, la fascinación ante lo que parece exceder a nuestra capacidad de entendimiento, o el delicado equilibrio entre el éxito y el fracaso y la asunción de que tanto a uno como a otro, se llega atravesando un camino de decisiones con consecuencias, a veces, inesperadas.

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