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Los cuentos chinos son para el verano

29/07/2018 - 

Llegados a este momento veraniego del año, en vísperas del mes de agosto —que esperamos sea un periodo de descanso, de cierta indolencia y de disfrute de la vida—, anticipamos (todavía no hemos llegado, ya que el mes de julio suele ser especialmente intenso quizá por ese ecuador del año que de alguna forma son las vacaciones) que el tiempo habitualmente marcado por un ritmo trepidante se detendrá. 

Esa calma nos va a permitir hacer cosas especialmente agradables que no solemos practicar: exposición prolongada a la familia, a los amigos, descansar más, vivir en cierta anarquía mediterránea y, para algunos, embarcarse en lecturas gozosas y prolongadas. El propósito de esta columna es recomendar algunas lecturas en relación con China que pueden resultar especialmente atractivas. 

En efecto, vamos de cuentos chinos, expresión curiosa y de origen incierto (como todos los orígenes). De acuerdo con la definición de la RAE, se refiere a un embuste. No se trata de cuentos que vienen de China, sino de historias artificiosas que se realizan con el claro propósito de engañar, embaucar a alguien. Parece que la primera referencia a cuento chino (esta es más literal, porque efectivamente el origen de dichos cuentos sí se encontraba en China) se sitúa en la Italia de Marco Polo. Al parecer, es la expresión que acuñaron algunos romanos algo escépticos para referirse a las narraciones que se plasmaron en el El  libro de las maravillas de Marco Polo (que, por cierto, es extraordinario, una especie de libro de aventuras sereno y detallado, editado en El Libro de Bolsillo-Humanidades). Así, muchos de los inventos, animales exóticos, artilugios, comidas como la pasta y las especias, la arquitectura descomunal del Pekín del emperador mongol Gran Kahn que se relacionaron con profusión en sus páginas fueron puestos en entredicho por su gran falta de verosimilitud en la época. Otra explicación extendida del origen de la curiosa expresión se encuentra en Cuba y concretamente como consecuencia de la migración a la isla de determinados colectivos de personas originarios del sur de China (salían de la bella e histórica ciudad costera de Xiamen). Cuba, que era sin duda la perla del decaído Imperio Español por su prosperidad, pujanza y dinamismo, necesitaba mano de obra económica para su aparato productivo. A mediados del siglo XIX, los movimientos abolicionistas empezaron a ser cada vez más potentes y la trata de esclavos empezó a cuestionarse. Como alternativa se pensó en trabajadores chinos que estaban sufriendo una especial hambruna en aquel momento en su país. Esta pobre gente se encontraba en una situación de necesidad insuperable y fueron presa fácil de desaprensivos que, mediante artimañas y falsedades, los convencieron para viajar a Cuba, donde padecieron una situación cercana a la esclavitud. En pocas palabras, se les engañó como lo que eran (lo que también explica esta expresión, que puede ser ofensiva) mediante estos relatos arteros, interesados y alejados de la realidad. 

De todas formas, en las lecturas que voy recomendar a continuación no encontraremos ningún rastro de todo esto, ya que se trata de textos apegados a la verdad, ya sea esta histórica o procedente de cierta naturaleza de las cosas. Además, son obras que aparte de tener este punto pedagógico resultan especialmente atractivas y disfrutables. 

 

En el primer grupo de lecturas situaría la referidas al análisis histórico y social de China. Hay algunos libros a mi juicio esenciales. Como toda selección, la mía es subjetiva y caben otras posibles, igualmente respetables. Citaría tres libros: En busca de la China moderna, de Jonathan Spence; China, de Heny Kissinger; y, desde una visión más española, La actualidad de China: un mundo en crisis, una sociedad en gestación, de Rafael Poch-de-Feliu. 

Jonathan Spence es un historiador anglo-americano indispensable, serio y potente. Además, es un erudito entusiasta de la cultura china y, en especial, de la Dinastia Qing (la inmediatamente anterior al Partido Comunista de China). La obra que cito —En busca de la China moderna (Tusquets)— es un estudio centrado en historia, economía, política y cultura chinas desde el siglo XVI hasta finales del siglo XX. Todo está aquí, y además narrado con maestría y garra: el apogeo Ming, el siglo XIX de la gran humillación, el convulso siglo XX con el nacimiento de la República China, la invasión japonesa, la guerra entre comunistas y nacionalistas y la consolidación de la nueva China a través del adanismo maoísta, la fuerza destructiva de la Revolución Cultural y la consiguiente implantación de una nueva NEP (de la que Rusia jamás habría salido si no llega a ser por los delirios de Stalin) que se refiere a este nuevo capitalismo de Estado casi decimonónico.  

Henry Kissinger no necesita presentación. Claro heredero de la corriente del realismo político americano de Hans Morgenthau, su voluminoso estudio editado en Debate trata de ser omnicomprensivo y en él se aporta la peculiar visión del autor, al haber sido uno de los protagonistas de la apertura de China a partir de 1972 con la visita del presidente Nixon a Pekín. Aunque algunas de las aproximaciones de Kissinger puedan entenderse superadas (sobre todo a veces una chirriante excepcionalidad de la cultura china), sigue siendo un análisis vibrante y exhaustivo de un país que Kissinger conoció de forma íntima. 

En tercer lugar —y esta recomendación es quizá algo menos ortodoxa—, me resultó apasionante la obra del periodista catalán Poch-de-Feliu, que fue corresponsal en China de 2002 a 2008 (años clave en la transformación del país). Fue el anterior embajador en China —Manuel Valencia— quien, cuando yo acaba de aterrizar en Pekín en otoño de 2014, me recomendó su lectura. Es cierto que su monumental La actualidad de China... (Editorial Crítica), si bien ha perdido algo de actualidad, ha ganado en vigencia por haber alcanzado cierta condición de clásico. Así, su enfoque es siempre original al buscar fuentes atípicas de calidad, como son los sociólogos o profesores de universidad. Algunas de sus afirmaciones no están exentas de polémica, como cuando manifestó que la falta de democracia en China podía ser una ventaja, ya que “se libraba de las políticas cortoplacistas derivadas de las legislaturas de cuatro o cinco años”, resaltando de esta forma la formidable capacidad de no solo programar y planificar, sino también de ejecutar que tiene el Estado chino. Constata que la política (y no los intereses económicos parciales) sigue siendo la fuerza transformadora de la sociedad. 

Sin duda, por su complejidad, su densidad y extensión, las tres obras mencionadas son adecuadas para el verano, pero, evidentemente, no son beach books. Y como estoy convencido de que en vacaciones tiene que haber un poco de todo, para finalizar esta columna también recomiendo un segundo grupo de lecturas: las muy entretenidas novelas policiacas de Qiu Xialong y su inspector poeta Chen Cao (desde Muerte de una heroína roja hasta el más reciente El dragón de Shanghái, todas en Tusquets); las maravillosas obras del filósofo de lo cotidiano Lin Yutang (especialmente la balsámica La importancia de vivir, publicada en Editora y Distribuidora Hispano-Americana); y, finalmente, la conmovedora historia familiar de ¡Vivir!, de Yu Hua (en Austral). 

Y con esto solo me queda desearos que este vuelva a ser el verano de vuestras vidas. 


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