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crítica de concierto

Magnífico remate para la Jornada de puertas abiertas del Palau de Les Arts

Sin conocer todavía el número exacto de visitantes, que el año pasado alcanzó el récord de 9000, puede calificarse de exitosa la 11ª edición de la jornada de puertas abiertas celebrada este domingo en el Palau de Les Arts. Especialmente por el concierto –que se escuchó en el auditorio superior, donde la orquesta de la casa, dirigida por Takács-Nagy -y con Joan Enric Lluna como clarinete solista- entusiasmó a un público nuevo en su mayoría

25/09/2018 - 

VALÈNCIA. Con anterioridad, la gente –ciudadanos interesados, turistas y paseantes ocasionales- había tenido que integrarse en una larguísima cola destinada a conseguir las invitaciones para alguno de los tres espectáculos gratuitos programados en este día: el mencionado antes y dos sesiones en el Teatro Martín i Soler. En ellas, los alumnos del Centro de perfeccionamiento Plácido Domingo ofrecían arias de ópera. Además, el recinto quedó abierto a cualquier visitante, pudiendo moverse con bastante libertad por la sala principal y el auditorio superior de Les Arts (no se trata de una visita guiada), disfrutar las vistas desde el hall de la planta principal y el del piso 11, subir en el ascensor acristalado hasta la terraza con palmeras que hay allí, tomarse algo en la cafetería de arriba. El colofón, naturalmente, era haber conseguido una invitación y terminar el día escuchando a la magnífica Orquesta de la Comunidad Valenciana. La taquilla se mantuvo abierta durante la jornada con la idea de facilitar al público la información y venta de entradas para otros espectáculos de la pretemporada.

Cero euros en total, con excepción de lo que uno se tomara en la cafetería. No son de extrañar, pues, las colas. Irrita un poco, sin embargo, que se agoten las invitaciones, y que, luego, sin embargo, hubiera un 10%, aproximadamente, de asientos vacíos en el concierto de la tarde. Y eso pasa todos los años: hay gente que retira las invitaciones y luego no va. Como no les ha costado nada.

Foto: Mikel Ponce y Miguel Lorenzo

Pero también es cierto que la mayoría, un 85/90% sí que lo hacen. Asisten, en bastantes casos, al primer concierto de música clásica de su vida. Aplauden cuando no toca, llevan niños pequeños que lloran, etc. Es normal que se desconozcan los rituales en la primera vez. Por otra parte, seguramente, no habrían ido si no hubiera sido gratis. Y sobre todo: esa primera experiencia no la tienen con el último de la fila. La OCV es una de las mejores orquestas de España. Joan Enric Lluna es un clarinetista de referencia. Y Takács-Nagy es un violinista y director húngaro que lideró un importante cuarteto, el Takács, que lleva su nombre.

Mozart y su estilo en el eje del concierto

Volvemos con ello al punto de partida: el concierto que cierra y culmina esta jornada de puertas abiertas. Se ofreció esta vez un programa que giraba alrededor de Mozart, de su época y de su estilo. En el comienzo, la breve obertura que Martín i Soler escribió para su ópera La capricciosa corretta. Sabido es que, en su época, Martín i Soler llegó a rivalizar con Mozart, algo que, sin quitarle méritos al valenciano, no pasa ya en la actualidad, por la sencilla razón de que Mozart se mueve en el ámbito de lo inalcanzable. Pero la obertura de Martín i Soler sirvió como apropiado aperitivo al plato fuerte de la primera parte: el Concierto para clarinete y orquesta de aquél. Es éste el último concierto escrito por el salzburgués, posterior incluso a todos los de piano, en los que había llevado el género para instrumento solista y orquesta a cimas antes impensables. Sencillez, transparencia, desnudez extrema, ni una nota de más... tampoco de menos. Música y belleza en estado puro.

Un gran riesgo para los intérpretes. No hay fuegos de artificio tras los que ocultarse. Todo está a la vista. Y a la escucha. Se oye absolutamente todo. Lo bueno y lo malo.

Foto: Mikel Ponce y Miguel Lorenzo

Joan Enric Lluna, como todos los grandes clarinetistas, lleva tiempo peleándose con él. Porque páginas como ésas no se dominan nunca completamente. En cualquier caso, el clarinetista valenciano dio, como siempre, una lección tras otra de musicalidad, de riqueza y flexibilidad en el fraseo, de dinámica puesta al servicio de las raíces profundas de la obra, de agilidad con los dedos y destreza en la respiración. La orquesta le acompañó correctamente, pero tardó un poquito más en calentar motores, e iba a volcarse con más fuerza en la segunda parte.

Empezó ésta con una obra de Chaikovski que se integraba perfectamente en el programa: la Suite número 4, denominada “Mozartiana” porque tres de sus cuatro partes están inspuradas en obras de Mozart: la Giga  y el Menuet en dos piezas para piano, y la Preguiera en el Ave verum corpus. La cuarta (Thème et variations), por último, gira la mirada hacia Gluck, otro nombre importante del clasicismo. En este caso hacia un aria de su ópera La Reencontré imprévue. Precisamente el hecho de que esta Suite núm. 4 no pueda contarse, en absoluto, entre lo mejor de Chaikovski, pone en valor la gracia y el interés que mostraron Takács-Nagy y los músicos de la orquesta al abordarla. Desenterraron los momentos con mayor interés, y les dieron todo el calor y la chispa posibles. A destacar la unción religiosa con que se abordó la Preghiera  y la claridad del tejido sinfónico en las Variaciones finales, donde hubo ocasión para lucir abundantes solos instrumentales.

Foto: Mikel Ponce y Miguel Lorenzo

La misma calidad mostraron con la Sinfonía Clásica de Prokofiev, aunque aquí la partitura, deliciosa, jugaba mucho más a su favor. Prokófiev demuestra en esta obra que también sabía componer a la manera del siglo XVIII, y que sus obras vanguardistas son fruto de una opción, y no de una carencia. Y lo demuestra con creces: claridad, belleza melódica, contrapunto sólido, economía de medios, textura camerística... Sobrevolándolo todo, las mismas dosis de genio que prodigaba casi siempre. El director húngaro llevó la obra con suma precisión, gracia, fidelidad al estilo y fuerza interpretativa. Se palpaba en la sala que la OCV se encontraba cada vez más a gusto.

Y, como siempre que esto sucede, al público también le llegó la satisfacción que transmitían los músicos, saliendo, como había pedido Takács-Nagy, con la sonrisa en los labios.

          

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