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AL OTRO LADO DE LA COLINA / OPINIÓN

Méjico en la encrucijada

Foto: EFE/Sáshenka Gutiérrez

El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, ya veremos si ocurre lo mismo en el país Azteca con los efectos de la revolución, más o menos ruidosa, que parece propugnar Lopez Obrador

7/07/2018 - 

Andrés Manuel López Obrador, AMLO para el marketing electoral, acaba de ser elegido presidente de Méjico, y parece, según sus manifestaciones anteriores y los resquemores que produce, pretende, de forma más o menos taimada, efectuar una profunda transformación del entorno político mejicano. Y lo digo porque con expresiones como “Al Diablo con las instituciones”, "Hoy ser honesto es ser radical" o "Están muy nerviosos los de la mafia del poder", parece como que pretende revolucionar la política de ese país, cuya bolsa al ser el elegido cayó estrepitosamente. Y ante las desconfianzas que produce su elección, tuvo que afirmar: “Vamos a construir una verdadera democracia, no una dictadura”. Y ya saben aquel dicho excusatio non petita accusatio manifesta, pues ya algún sector lo calificó como el Chávez mexicano.

Su elección no es, de todas formas, una sorpresa desde una perspectiva histórica. Tras la revolución mejicana iniciada en 1910 y tras numerosos presidentes revolucionarios y/o militares, se instauró un régimen formalmente democrático al final de los años 20 de ese siglo, a cuyo frente ha estado un partido cuya denominación es Partido Revolucionario Institucional -PRI-; un claro oxímoron o contradictio in terminis, que ha durado hasta nuestros días, con un breve paréntesis de 2000 a 2012 en el que la presidencia la ostentó el Partido Acción Nacional -PAN-, estando actualmente el presidente del PRI, Enrique Peña, y que transmitirá a AMLO una herencia repleta de numerosos desafíos.

Y lo de no ser una sorpresa su elección, lo digo porque entre todos esos desafíos destacan dos. Los más serios, economía y seguridad, que perduran desde el final del siglo XX y que no han sido resueltos por los partidos clásicos o del régimen (el PRI y el PAN). Y los ciudadanos ya saben, como aquel anuncio buscan, comparan y si encuentran (o se les promete) algo mejor (que no conocen) lo compran.

El primer problema, la pobreza, a la que Vicente Fox (electo en 2000 por el PAN) intentó hacer frente, pero que a pesar de la ya existencia del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), firmado por el presidente Carlos Salinas en 1992, no logró que los mejicanos mejorasen claramente su nivel de vida, produciéndose una importante migración hacia los USA. Al siguiente presidente, Felipe Calderón, también del PAN, la crisis de 2008 le empujó a ser el primer favorecido por el FMI de la línea crediticia destinada a apoyar a las economías mundiales frente a la crisis global, por lo que la pobreza siguió extendiéndose por aquel país y que el siguiente mandatario, esta vez del PRI, Enrique Peña, no supo o pudo reducir.

El segundo problema, la inseguridad, ha puesto en tela de juicio la propia efectividad del Estado mejicano. Algunos autores comparan a este país centroamericano con la situación de Colombia, antes de la llegada de Álvaro Uribe, que llevaba camino de ser un país en situación fallida, donde las estructuras políticas del mismo no ejercían su soberanía sobre todo el territorio, y donde las mafias de las drogas/grupo terroristas se infiltraban e instalaban en amplias áreas de la sociedad.

Felipe Calderón intentó atajar el problema de la delincuencia (de altísima intensidad) con la movilización de las Fuerzas Armadas, pero ni el sistema judicial, ni los propios instrumentos de seguridad (Fuerzas armadas y Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado) estaban preparados para esa lucha, por lo que, como todos ustedes verán continuamente por la prensa, el poder del narco durante la presidencia de Enrique Peña, cuanto menos se ha mantenido, y según los datos de la Seguridad Pública el 2017, fue el año con más muertes de los últimos 80 años, y sólo en este mayo se han cometido casi 3000 asesinatos, marcando todo un record.

Por todo lo anterior, los votantes se han hartado de los partidos conocidos (y que además entre ellos andan a la gresca) y han votado por un nuevo candidato, AMLO, tachado por algunos de populista, pero que ha moderado su mensaje menos ideológico y más pragmático, y que ha sabido conectar con el elector medio indignado ofreciéndole un rayo de esperanza (les suena de algo).

Otro de los factores que tendrá que tener muy en cuenta el nuevo presidente son las relaciones con su vecino del norte, porque le pueden, y seguro que le van a repercutir en los dos desafíos, tanto el Económico como el de Seguridad, dado que se tiene que renegociar el TCLAN (de USA depende alrededor del 30% del PIB de Méjico), se tiene que discutir el Muro de la frontera, la repatriación/expulsión de los ilegales/maras/narcos, la regulación o no de los migrantes, etc.; y, por tanto, necesitará conectar al máximo con la administración norteamericana. Y conociendo a Donald Trump y su imprevisibilidad, o previsibilidad de no hacer lo políticamente lo correcto, podría incluso ofrecerle alguna posibilidad (ya saben que toda crisis es una oportunidad).

Para finalizar, además desearle lo mejor y la mayor de las suertes al nuevo presidente y a ese gran país, el mayor en cuanto hispanohablantes, focalizar su atención sobre una cuestión de fondo que le atañe a aquella sociedad (y a todas) y es el de la posible permisividad o impotencia ante la corrupción moral que ha podido existir, y que la ha llevado a aceptar o soportar como normal o inevitable el sistema de mordidas, o la falta de respeto a los derechos humanos. Por ejemplo en este último mandato presidencial han asesinado a más de un centenar de periodistas, en concreto 116, o el caso de los 43 estudiantes desaparecidos en Iguala, o de las mujeres que también desaparecen sobre todo en los estados de México y Tamaulipas y que han ascendido a más de 6.600, según un informe de la Red TDT.

Y es así, como todo lo anterior, debe llevar al pueblo mejicano a hacerles reflexionar sobre la corrupción, que en cualquiera de sus vertientes (económica, social, moral, política,…) es un cáncer para la sociedad, y con la que nunca se debe transigir.

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