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EL MURO  / OPINIÓN

Menos falcon y más rock'n'roll

Al rock’n’roll no se acude en avión institucionales sino sobre una harley, en autostop o en tren compartido. Allí nadie sabe quién es quién. Ni se pregunta

29/07/2018 - 

Hay que ver y entender lo mucho que pueden dar de sí los festivales de verano. En todos los sentidos. Por un lado, suponen un acicate para las pequeñas poblaciones. Movilizan su débil economía más próxima y/o temporal; por otro, revitalizan etapas estivales en los que las nuevas generaciones huyen de la oferta de sus mayores. También significan integrar a muchos municipios en una red que, a este ritmo, muy pocos saben cómo puede terminar porque aún no se ha estudiado el fenómeno, sus consecuencia de futuro y economía real. De momento viven sólo de su presente y resultados inmediatos. Los festivales son el gran negocio político social de los últimos años. 

En pocos años España se ha convertido en un referente en esto del desmadre festivalero. Ya superamos los ochocientos encuentros musicales. No existe fin.

El negocio permite ganar mucho dinero inmediato a sus promotores/inversores, que no es lo mismo, aunque así funciona; moviliza numerosas fuerzas de seguridad y protección que pagamos a escote y hasta provoca disgustos de consideración. Sólo hay que recordar los problemas surgidos en encuentros como el reciente Mad Cool o los que se vivieron hace años con aquel festival que debía celebrarse en Alboraia y acabó en un atlántico de denuncias.

Pero hay algo nuevo, los festivales dan ya hasta para debates parlamentarios y broncas políticas que afectan de lleno a todo un Presidente del Gobierno y al total de las fuerzas políticas de nuestro arco parlamentario. Estamos en todas.

La polémica surgida en torno a la visita de Pedro Sánchez al FIB en avión oficial y con gran aparato de protección y atención personal –algunos ya estiman el coste del uso del Falcon que lo trajo con alegría en 20.000 euros- va a traer cola. Ya lo está haciendo, pero irá a más con el reinicio de curso y el fin de los comentarios periodísticos. Se bajará a la arena política. A veces mucho menos sería pero sí más estridente.

Ya no por lo que pudo significar montar una agenda soft para justificar su asistencia al Festival de Benicàssim por mucho que la vice Carmen Calvo erróneamente lo llamase “agenda cultural”, sino por las formas. Ya se sabe, no hay nada peor que intentar justificar un error con otro mayor.

Prepárense para temblar cuando afloren todos los gastos colaterales de la noche de Sánchez y familia en la Costa de Azahar, como así han reclamado conocer los partidos de la oposición en el Congreso. Y mira que era fácil que el Presidente luciera sin tanta feria con su visita a un festival en manos de capital extranjero y con mayoría de asistentes foráneos, a la llamada intelectual y  cultural de un grupo musical de Nevada denominado The Killers, hoy residente en Utha, un estado ultraconservador y ultra aburrido si no tuviera paisajes de aspecto lunático y su fantástico y espiritual lago salado en el que perderse significa salir del mundo real.

Sánchez, para qué negarlo, estuvo muy mal aconsejado, o no se dejó. Sus deseos salen caros. Podría haber quedado como auténtico representante de su generación en el caso de haber acudido al festival como uno más de sus asistentes. Sin llamar la atención. Sin necesidad de demostrar que él es quién es por el cargo institucional que representa. En el FIB se puede pasar desapercibido con mucha facilidad. O llamar la atención por sorpresa. Pero no, el Presidente eligió el camino al infierno estilo AC/DC. Qué gran error estratégico de su equipo que lleva tiempo confundiendo manuales y memorándums tras lo prometido y vivido para redefinir imagen de modernidad. Tampoco han sido muy convincentes sus explicaciones y menos aún eso de la seguridad.

De golpe ha roto con la imagen que pregonaba, llamada  normalidad. Se suma a una larga lista de desaciertos ante la opinión pública, caldo de cultivo para la política. Utilizar medios estatales de tal nivel para acudir a un concierto de rock pues ustedes verán. Se equivocó, y con él todos los que han querido salir en su auxilio. Así que ya tiene otro problema a la vista. En política mandan tanto formas como fondos. Recuerden la proximidad y naturalidad de la presidenta de Croacia en el Mundial para entender qué es naturalidad y cómo otros entienden los nuevos tiempos generacionales.

Acudir a un concierto de rock no es agenda cultural y menos aún agenda si no aparece en ella. No es más que pura y gran diversión al alcance de todos y hasta necesaria para depurar adrenalina. A un show de rock se acude para romper con las formas tradicionales. Espero que no quieran cambiarnos también el verdadero y único sentido del rock y sus festivales, esos a los que generacionalmente todos hemos acudido en alguna ocasión para ser uno más y poder desconectar de las estrecheces del sistema. El FIB no da votos. 

 

Sánchez, por mucho que se sus asesores se empeñen en querer convencernos, que es lo que a veces se traduce en determinadas decisiones y gestos, no es Obama. Nuestra sociedad no se parece en nada a la norteamericana. Los discursos sociales y culturales son muy diferentes, incluso los lenguajes políticos. A Obama le dio muy buen resultado, es cierto, organizar y promocionar conciertos de rock, blues o jazz en la Casa Blanca para invitados especiales, e incluso a Clinton le gustaba sumarse con su saxo. Obama no se perdía ninguno de los tributos a las grandes leyendas del rock que durante su mandato se organizaron en el Kennedy Center. Usa el Airforce One o los helicópteros institucionales por una cuestión de distancia. Viajar de Washington a Los Ángeles representa más de seis horas de vuelo sin contar escalas. Viajar de Madrid a Castellón en coche se puede hacer en tres. Además, tenemos AVE hasta Valencia y su visita no dejó de ser privada, con algo de barniz institucional.

La visita de Sánchez a Benicàssim es lo de menos, aunque hubiera resultado más convincente si hubiera sido de forma natural y espontánea. Pero con tanto aparato y ruido añadido sólo ha quedado en mera y errónea propaganda. Toda esa parafernalia no forma parte de la imagen de los festivales y menos del mundo del rock. La normalidad no está reñida con el compromiso personal o político y comportarse de vez en cuando como un ciudadano  más también viene bien para dejar de creer que uno disfruta sin más del poder.

Regularizar los festivales

Al margen de este hecho simbólico que traerá mucha repercusión futura sabiendo cómo anda el país y lo hartos que están muchos de esta clase política que continúa a lo suyo sin darse cuenta de que la sociedad ha pedido además de una regeneración un cambio de actitudes, hay otro aspecto que se debe de atender. Es la sobrexplotación, saturación e incluso inflación de los festivales y la ausencia de regulación en torno a ellos.

No basta, como ha pregonado el Consell, con crear una marca en torno a ellos sino que comienza a ser necesaria una auténtica regularización. Muchos expertos ya están alertando sobre determinados aspectos vinculados a contrataciones artísticas, impuestos, seguros, seguridad, protección, medioambiental y hasta económicos. En muchos festivales ya no funciona si quiera el euro como moneda interna. 

Otra cosa, aún peor, son las condiciones de salubridad e higiene de las zonas de acampada, el propio respeto por el entorno por parte de los asistentes y la desmesurada tolerancia de los ayuntamientos. No todo puede valer. Hay mucho más allá del negocio temporal que supone tener cerca un festival. Es un aviso. Esto un día puede estallar y luego todo serán excusas, como las de Pedro, nuestro ciudadano y Presidente.

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