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el barrio reclama la T-2

Nazaret: un tranvía llamado futuro

Foto: KIKE TABERNER.
27/08/2017 - 

VALÈNCIA. Resulta hasta sorprendente la intensidad del vínculo que une a València con Marsella. La ciudad portuaria francesa está presente en la historia de la ciudad española de manera indirecta y directa desde hace siglos. En la Catedral de València aún se exhiben las cadenas de su puerto que fueron requisadas en su día por el rey Alfons El Magnànim. Es un trofeo de guerra único, insólito, con casi seis siglos de historia, un recordatorio de los indignos modos y maneras del pasado que muy pocos conocen y que están esperando el día que alguien decida, aunque sólo sea de manera simbólica, devolverlas a sus legítimos propietarios.

Foto: KIKE TABERNER.

Otro dato que muy pocos saben es que uno de los barrios más singulares de València debe mucho a Marsella. O mejor dicho, debe su nombre a una tragedia que acaeció en la ciudad francesa en 1720. La peste de Marsella se llevó por delante a más de la mitad de la población y afectó a todo el comercio marítimo en el Mediterráneo. Como medida de prevención, la recién instaurada monarquía de los Borbones decidió poner en marcha una serie de lazaretos por toda la costa en los que las mercancías pasaban la cuarentena antes de ser trasladados a la ciudad. El lazareto de València fue el que dio nombre a Nazaret, hace ahora poco menos de tres siglos. 

Foto: KIKE TABERNER.

“Era para las mercancías principalmente, no tanto para la gente”, advierte Ramón Arqués. Historiador local (aunque prefiere definirse como “conocedor de la historia de Nazarert”), vecino, Arqués quiere acabar con la leyenda urbana que habla de “leprosos y apestados que si existieron alguna vez fue puntualmente”. Porque, insiste, Nazaret ya estaba parcialmente habitado. El poblado marítimo recibía entonces habitantes del vecino barrio del Cabanyal y también de Ruzafa. Un pésimo camino de cabras unía esta barriada de extramuros con la costa y era el sendero que recorrían muchos agricultores que decidieron finalmente instalarse allí. Una elección a la que contribuyó, y cómo, la adecuación del camino con Ruzafa a partir de 1720 para que las mercancías pudieran llegar antes la ciudad, tras pasar la cuarentena.

Foto: KIKE TABERNER.

Arqués es presidente de una de las asociaciones de vecinos de la zona. Junto a Julio Moltó, su vicepresidente y portavoz, recorre el barrio, que hoy mira al futuro con cierto optimismo, tras dos décadas de abandono y marginación por parte de los instituciones, y muy especialmente un Ayuntamiento que pareció nunca tenerlo en cuenta. Aislado en los años ochenta por el Puerto de Valencia y en el principio del milenio por la F-1, Nazaret mira al futuro con más esperanza a la vez que se van perdiendo restos de su pasado.

Foto: KIKE TABERNER.

Hace tan solo unas semanas los propietarios del antiguo cine de verano accedieron a demoler el muro y la pantalla. Los fantasmas del Roxy, que cantaban Serrat, se pasean ahora libres por el barrio, mientras se concreta una operación urbanística que dispondrá en ese espacio unos adosados de planta baja para las nuevas generaciones. Entre esos fantasmas se hallará a buen seguro el de Randolph Scott. El vaquero estadounidense, olvidado por las nuevas generaciones, sigue fresco en la memoria de muchos vecinos que iban a aquel cine a conocer sus primeros escarceos con el amor, como Toni el persianero, un nazaretero “de toda la vida” quien acudía con la que ahora es su esposa a hacer esas cosas que se hacían entonces con 20 años, sonríe pícaro.

Foto: KIKE TABERNER.

Y lo que podrán encontrarse las nuevas generaciones es un barrio en el que los vecinos han tomado la calle, hacen de sentarse a la fresca una norma, y donde se convive como si fuera un pueblo del interior. “Nazaret es el único barrio de València que tiene Calle Mayor”, apunta de manera significativa Moltó. Mientras sube la calle próxima al cine señala a un parque que se ubica en lo que popularmente se llamaba el charco de la pava. La pava es el águila nazi, y el charco son los socavones que provocaron los bombardeos durante la Guerra Civil. Los aviones que no podían dejar las bombas sobre el Puerto, las dejaban caer sobre ese tramo de la calle Santa Pola. Por aquí pasó la guerra.

Foto: KIKE TABERNER.

Las carencias siguen siendo notables. La más importante de ellas es el transporte público. El principal caballo de batalla de los vecinos es que llegue la línea T-2. Se ha convertido en su meta principal para el curso que se inicia. Desde hace años un trozo del barrio está peatonalizado y urbanizado, con sus raíles y su fin de estación, para recibir un tranvía que nunca acaba de llegar. Si bien el Ayuntamiento apoya a los vecinos, la postura del concejal Vicent Sarrià se ha topado con la oposición de la consellera María José Salvador y el consistorio ha aceptado que el tranvía llegue a Nazaret en una segunda fase. La Generalitat no tiene dinero para Nazaret y ha aplazado la conexión del barrio con la ciudad a una hipotética colaboración del Gobierno Central. Pero desde Madrid ya han dicho que tampoco encuentran dinero para Nazaret. Los despachos tienen mucho que decir en los próximos meses.

Foto: KIKE TABERNER.

Fue precisamente un problema de transporte público lo que aceleró el derribo del cine de verano. Al caerse un trozo de la pared del cine, la EMT se vio obligada a desviar su línea en el barrio. Ese desvío supuso en la práctica la reducción de las paradas a la mitad. Los vecinos protestaron y el Ayuntamiento rectificó, modificando la línea para que diera más servicio. Finalmente, a finales de julio las máquinas hicieron su labor, derribaron los muros del cine, la pantalla, y liberaron a los fantasmas del Roxy. 

Foto: KIKE TABERNER.

Lo que no se ha demolido aún es el muro de Nazaret. Sigue ahí, pero ya no es visto como el muro de la vergüenza. Ha sido decorado por diferentes artistas callejeros valencianos. Entre ellos, Escif. Su derribo era también cuestión de tiempo pero los vecinos ahora son partidarios de mantenerlo. El motivo lo explica el propio Moltó: “Si van a instalar huertos urbanos, igual no nos interesa derribarlo; igual lo que nos interesa es colocar unas puertas para que las personas puedan acceder y dejar protegidos los huertos”, reflexiona.

Foto: KIKE TABERNER.

En la calle D’Alt del Mar, “todo esto era playa”, una vecina saluda a Arqués y Moltó. Se trata de Rosa Moyá, vecina del barrio de tranviarios, quien admite que se nota una cierta mejoría. “Yo quisiera más, pero sí, se está mejor. Y el parque lo han aseado muy bien”, en referencia al parque que daba a Les Moreres. Sigue echando en falta un mayor de limpieza en las calles, así como que no cierren el centro de Salud por las tardes. Reclamaciones que hablan de una mayor autonomía. Porque, en cierta medida, los vecinos de Nazaret se siguen sintiendo pueblo aparte, siguen yendo a València, como el que se desplaza a otro sitio, y siguen defendiendo la singularidad de su espacio.

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Un lugar que ha vivido tiempos mejores (cuando había playa, cuando llegaba el trenet, que lo hizo entre 1912 y 1957), sí, pero también muchos peores. Hay cierto afán proselitista en los vecinos que de manera espontánea salen a alabar el barrio, su idiosincrasia. María Serrano, casada con un ghanés, y su amiga Mabel, embarazada, que trabaja en una inmobiliaria, ensalzan la convivencia. Y Mabel, dinámica, echada, reclama algo que Moltó asiente con la cabeza: “El tranvía, el tranvía tiene que venir”, dice. Y añade: “Ya cuando venga la Ciudad Deportiva del Levante esto será aún mejor”. El futuro se vislumbra por fin optimista.

Foto: KIKE TABERNER.

El actual Nazaret, resiliencia en estado puro, que ha sobrevivido a crisis económica, a la F-1, a los conflictos del Puerto (muchos estibadores viven en la zona), se presenta ahora como un “barrio tranquilo”, insiste Arqués, un pueblo aparte que afronta los problemas del día a día con un talante más optimista. En el imaginario colectivo queda como algo difuso tragedias recientes, como el cruel asesinato del camionero Antonio Civantos, apuñalado hace ahora 20 años, un suceso que conmocionó a toda España.

Foto: KIKE TABERNER.

Los asentamientos gitanos se hallan instalados principalmente en las viejas casas de pescadores situadas enfrente del polideportivo de la calle Doctor Morais. Las trazas de la marginalidad de otros años parecen menores, o no más relevantes que en otros barrios. Frente a esa imagen hecha a partir de mitos y realidades, en Nazaret quieren explotar otra, la de un poblado marítimo en estado puro, sin playa pero acariciado por la brisa del mar, situado a espaldas del Puerto, con todo lo bueno y malo que ello conlleva, con un vecindario amable y en el que la vida nunca está de paso.

Foto: KIKE TABERNER.

Dice Arqués que una de las cosas que más le motivaron a quedarse en el barrio hace 44 años, cuando llegó, fue la convicción de que Nazaret tenía futuro. “En ningún otro barrio encontrarás esta proporción de espacios públicos, esta vida en la calle”, comenta. Una presencia a pie de acera que hace que todos se dirijan los unos a los otros para consultar cualquier cosa, aunque no se conozcan. Y es que, dice Toni el persianero, en el barrio siempre hay respuestas para todo. “Tú pregunta por aquí en Nazaret, que siempre habrá alguien que sepa más”. Toda una filosofía de vida.

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