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¿Nos matan con apuestas deportivas online?

20/10/2018 - 

2018 será un año decisivo (o no) para afrontar a tiempo (o no) una de las lacras sociales más silenciosas y terribles de nuestros días: la adicción al juego online. El juego online campa a sus anchas en nuestra sociedad. Es hermano de sangre de la ludopatía, pero lo promocionan Cristiano Ronaldo y Rafa Nadal. No tiene restricciones en su publicidad. Se emite en horario infantil. Ni siquiera cuando los principales beneficiados en la actualidad, los clubes de fútbol profesionales, son conscientes de que se abocan al fin de esos ingresos y que, como el tajo no llegue pronto, usarán el periodismo que les sirve para tratar de maquillar lo dependientes que se han convertido a este chute económico (solo la Real Sociedad no está patrocinada por una casa de apuestas en la Liga Santander).

El panorama es dantesco: en Proyecto Hombre València uno de cada cinco pacientes tratados por conductas adictivas lo es por el juego online. Un de cada cinco, con especial debilidad por las apuestas deportivas. Es lo que parece: que al lado de un adicto al cannabis, un cocainómano o un politoxicómano, en esa alineación de cinco, hay un adicto al juego online. La enorme diferencia es que la sustancia no tóxica no está prohibida –de los detalles de cómo neurológicamente sucede todo ello da buena cuenta el reportaje Cerebros adictos al juego (revista Plaza, octubre de 2018)–. Al contrario, este mismo año el ministro Cristóbal Montoro, rebajó la fiscalidad de las casas de apuestas en España (si son empresarios mejor no cliquen en el enlace que les dolerá la cifra). La razón es que, por si fuera poco el esquilme económico que se está generando –especialmente, en barrios humildes–, una buena parte de estas empresas no paga impuestos en España.

Pero volvamos a la calle. A nuestras calles, donde el perfil del adicto es el de un hombre. Si hablamos de la edad, encontramos la traza más terrible de esta realidad: es un hombre muy joven. Más joven de lo que se imaginan, porque el primero de los usuarios en el caso de Proyecto Hombre tiene 13 años. Y de 13 á 18 años hay una cantidad increíble de tratados. Sí, se preguntarán cómo puede haber pacientes de 14 o 15 años si el juego online está prohibido a menores; los terapeutas describen cómo las estrategias se vuelven infinitas a la hora de lograr un DNI (de un hermano, de la madre, de un amigo mayor...) y una tarjeta de crédito. 

La hipoteca de los testimonios a los que recientemente tuve acceso en la elaboración del programa Focus hablan de deudas de 60 á 500.000 euros. Los casos de 100 á 250.000 euros en nuestro entorno, en nuestra ciudad, no se cuentan con los dedos de dos manos. Y es difícil comprender cómo el entorno familiar no detiene esa lacra a tiempo, pero la heterogeneidad de los casos es importante. En muchos de ellos, una vez adictos –y, esto es, adictos de por vida– la sensación es de que siempre se está a tiempo de recuperar lo perdido. La caída, por contra, solo va a más.

Las Unidades de Conductas Adictivas de la Generalitat (pioneras de su materia en España), están desbordadas ante la situación. Y no les resulta tan preocupante la situación actual como la que se avecina, porque lejos de atajar el problema, hasta hace apenas unos meses –marzo de 2018– ya han visto que toda la preocupación del Gobierno ha sido la de rebajar la fiscalidad. Es decir, que las UCAs, Proyecto Hombre o asociaciones como Patim prevén que esa cifra de uno de cada cinco adictos aumente impepinablemente en los próximos años porque nadie está se está tomando en serio el problema.

El guante, finalmente, lo ha recogido el grupo parlamentario Unidos Podemos y lo ha elevado hasta el proyecto de los Presupuestos Generales del Estado. Ese documento, que tanto está dando que hablar por otros motivos, recoge una fuerte restricción de su publicidad y operativa anchísima y descontrolada en los medios. Sin embargo, el Gobierno actual comandado por el PSOE ya ha matizado una restricción total de la publicidad: lo que sí parece lejos de toda duda es que desaparecerá del horario infantil de las televisiones, que no podrá ser promocionada por rostros conocidos y se erradicará de eventos deportivos.

Esta última posibilidad está llamada a abrir una guerra encubierta dada la otra dependencia derivada de esta lacra: las retransmisiones deportivas –especialmente, el fútbol– tanto por televisión como en radio. Veremos hasta dónde cala la norma, que parece haberse desligado en cualquier caso de la negociación de los PGE y en la que la gran mayoría de grupos parlamentarios parece estar de acuerdo. Solo cabe esperar que la idea por alcanzar un acuerdo de máximos no retrase más la entrada en vigor de limitaciones para un hecho evidente y lleno de complicaciones.

Pero queda mucho terreno por cubrir y el espacio online no está disocidado del offline. En el ámbito más inmediato, la Generalitat –con las mismas prisas que el Gobierno central; escasísimas– urde una norma propia para generar una distancia de al menos 700 metros entre unas casas de apuestas y otras. La intención es la de no provocar una concentración (coloquialmente referida como "un mini Las Vegas"). No obstante, nada se habla de retirar una distancia adecuada esos locales de centros escolares, algo que reclaman desde la experiencia con los pacientes desde el tercer sector dedicado a su tratamiento.

En la ciudad de València se deja notar y mucho cómo los distritos con rentas más bajas están siendo 'azotados' por la presencia de estos locales. Con la excepción de Ciutat Vella –por encima de la renta media y con el mayor número de casas presenciales–, los distritos más afectados según reveló Focus son Benicalap, Poblats Marítims, Quatre Carreres, Rascanya, Olivereta y Jesús. Una presencia que no es inocua, porque los terapeutas hablan de una consecuencia habitual y directa: la depresión. Y, por desgracia, de su grado irreversible, que no es distinto al hecho derivado de otras conductas: el suicidio. 

España va camino de ser el último país de Europa con el menor control al respecto. La celeridad legislativa es más que relativa y cualquiera podría pensar que todavía no existe la suficiente alarma social –o al menos, generalizada– como para que haya un movimiento prioritario al respecto. Tal es la parálisis –hasta que se demuestre lo contrario– que no son pocos los que sospechan y hacen analogías con aquello que desmontaba el genial ensayo ¿Nos matan con heroína?, del castellonense Juan Carlos Usó. Que si en el pasado el mito de que los gobiernos disponían heroína en los barrios humildes, en la actualidad son empresas que operan desde paraísos fiscales y patrocinan a la mejor liga del mundo los que están minando el contorno de las ciudades. 

Los sanitarios acumulan historias terribles al respecto. Pero advierten de que esta pesada losa social tiene una característica que corre a su favor: la adicción no tóxica es invisible. No genera conflictos vecinales, no 'molesta' en la calle y arruina a núcleos familiares de por vida sin que muchas veces su entorno lo sepa. Además, a diferencia de el alcoholismo o la adicción al MDMA –por ejemplo–, el acceso a cualquier portal de apuestas se sitúa en la palma de la mano de cualquiera. En menos de un minuto se crea una cuenta y se puede apostar. Y, lo peor de todo, lo que dicen hace acceder a los menores, con apuestas de 50 céntimos o un euro. Apuestas aparentemente inocentes, pero suficientes para inocular la adicción a la espera del resultado (de la dopamina y las recompensas neurológicas se avanza mucho en el ya citado reportaje de este mes en la revista Plaza).

Esas son las características de una tela de araña fortalecida con el paso del tiempo. Especialmente, con la impunidad normativa –consentida– de los últimos años. Una industria que, en España, solo en el aspecto online ha pasado de ingresar 229 millones en 2013 a los 560 de 2017. En el territorio valenciano, con el mismo índice de permisividad (total), las casas de apuestas físicas pasaron de 419 á 472. El gasto de los ciudadanos valencianos, de 292 á 320. Una permisividad que ha llevado a que el 54% de los menores valencianos haya apostado al menos una vez y, lo que es peor, que el 10% (¡de los menores!) lo haga varias veces al mes.

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