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LOS DÍAS DE LOS OTROS  

Nuevo volumen de los diarios de Andrés Trapiello

10/01/2018 - 

VALÈNCIA. Algunas costumbres se forjan a fuerza de placeres. Una de ellas, la que conservo desde hace siete años, es la lectura fervorosa de un nuevo volumen de los diarios del escritor Andrés Trapiello. Sé que no soy la única, que existe una (cada vez menos) secreta comunidad de lectores de los diarios de Trapiello, que los integrantes de este grupo casi clandestino estamos de enhorabuena porque la editorial valenciana Pre-Textos acaba de publicar Mundo es, el volumen 21 de 'Salón de pasos perdidos', los diarios de Trapiello.

"En las viejas casas había siempre un Salón Chino, un Salón Pompeyano, un Salón de Baile, otro de Retratos, cada uno empapelado o pintado de un color, con unos muebles   apropiados y decoración idónea... En estos palacios españoles, un tanto vetustos y  destartalados, había también un salón que llamaban de Pasos Perdidos. La casa que no lo tenía no era una buena casa. Era el salón donde nadie se detenía, pero por donde se pasaba siempre que se quería ir a alguno de los otros. Al autor le gustaría que estos libros llevaran el título general de Salón de pasos perdidos. Libros en los que sería absurdo quedarse, pero los cuales no podríamos llegar a esos otros lugares donde nos espera el espejismo de que hemos encontrado algo. A ese espejismo lo llamamos novela, y a ese algo lo llamamos vida."

Así define el autor el que se ha convertido, probablemente, en su mayor y mejor proyecto literario. Ahora hay un motivo de celebración: Mundo es, el nuevo volumen que parafrasea a una frase de La Celestina («Mundo es, pase, ande su rueda, rodee sus alcaduces, unos llenos, otros vacíos...»), ha llegado a las librerías. Casi 450 páginas de una nueva inmersión en el mundo particular, íntimo y brillante del autor y académico.

"Me parece bien dejar que estos libros se vayan haciendo un poco solos. Comprendo que se les reproche la falta de cultivo o cultivarlos en estos arenales nuestros, pero entiéndase también que quiera yo «sembrar avena loca ribera de Henares». Me gustaría que se tomara esta mía por literatura estival. Y que quede a la orilla de un camino o de un río, alegrando a los que pasan. Si pasan; y si no, ya pasarán. Hay tiempo. No cabe por mi parte mayor sinceridad."

Así describe Trapiello la intención de sus diarios. Este que ahora publica pertenece al año 2007. Así pues, una década después, el diarista publica lo que en aquel año sucedió. Uno que comienza con preguntas:

"¿Que combates nos esperan para el año que viene? Lo que sacamos en claro oyendo esa canción popular del siglo XVIII que musicó Beethoven, es que lo importante es el combate. ¿Habra alguien en alguna parte que nos eche de menos?"

En este volumen siguen presentes los temas recurrentes de Trapiello: las reflexiones melancólicas, los largos paseos por la ciudad y el campo, las visitas al Prado, las entradas dedicadas a su esposa, sus achaques de hipocondría, sus visitas a la librerías de viejo, los hijos, sus actividades sobre el oficio. Entre estas últimas destaca la estupenda crónica del IV Congreso Internacional de la Lengua en Colombia.

Algo que diferencia a los diarios de Trapiello de otros de escritores es la distancia narrativa que coloca el autor. No son el registro a vuelapluma de una vida que está sucediendo al instante, sino literatura, es decir, edición, revisión y reflexión. Esa asincronía fue definida así por el autor:

         "Porque lo que sí sé, más o menos, es que estos libros al escribirse día a día son diarios, pero al publicarse cinco o seis años después, con las enmiendas, añadidos y supresiones, son novela. No se me pregunte dónde está el busilis ni cómo se produce la transubstanciación, pero es cosa segura que lo que una mano escribe como diario la otra lo publica como novela,   y procuro también seguir el consejo evangélico, de modo que de lo que hace mi mano derecha, la izquierda no se entera, y al revés."

Uno de los retos, por tanto, de estos volúmenes residen no solo en la escritura de los mismos, sino esencialmente en su lectura: ¿Cómo deben ser leídos? ¿Ficción o realidad? Y, en cualquier caso, ¿importa algo hacerlo de una u otra manera? ¿Y si leyéramos los volúmenes del 'Salón de los pasos perdidos' simplemente como un lugar en el que todo entra: relatos de viajes, personajes, ensayos sobre arte o literatura, texto familiar, etc.? Es en este último aspecto, en el familiar, donde Trapiello, a la manera de Stendhal, coloca más enigmas. Habla de su mujer como M. y a sus hijos los nombra como R. y G. No sucede lo mismo con los personajes conocidos de los que habla sin pudor, por ejemplo, así describía al rey emérito don Juan Carlos I:

"Jamás le hemos visto con un libro en la mano, ni hemos sabido que haya ido por su cuenta a ver tal o cual museo, ni citar una sola película buena ni un verso de nadie. Todo el día con las motos, con los barcos, con la caza, con el fútbol, como cualquier contratista de obras."

Una de las costumbres que mantiene intacta en todos estos años es su visita al Rastro de Madrid.

"El Rastro te pone en contacto con la vida de una manera peculiar, porque te pone en contacto con cosas que en principio habían terminado su ciclo vital y cuando tú las recuperas, les devuelves la vida."

Trapiello es en esos pasajes un explorador de objetos, libros y personas. En todos encuentra la posibilidad de misterio. Sus visitas son casi siempre al amanecer, cuando todavía no se ha llenado de turistas o madrileños que desean tomar un vermut. De amaneceres, por cierto, recuerdo esta descripción de uno de sus diarios anteriores en el que definía de este modo tan precioso -y tan hermoso- un amanecer:

"Vimos amanecer desde el avión, una de las cosas más sosas que haya, porque el sol nace sin ningún misterio. Parece que alguien le dijera al sol, el siguiente, y el sol entra en el día como se puede entrar en la consulta de un médico."

Este último volumen es igual de interesante que los veinte anteriores pero contiene algo de tristeza. La muerte se cebó con Trapiello aquel año y su huella, indeleble y potente, no se borra. Su hermano fallece, también Umbral, Fernando Fernán Gómez o Carnicer. Así resumirá Trapiello el triste final de año: «Ha sido el año de las muertes (...). En Navidad parece que vuelven todas, resumidas».

El inicio del año y del libro es, sin embargo, luminoso. Tanto con los cuadros de ese pintor valenciano que un día encontró en El Rastro:

"El pintor desarrollo? el estilo valenciano característico. Y como otros pintores regionalistas, sus pinturas tienen su encanto cuando son bocetos y apuntes, cosa «menor», pero en las «obras mayores», remedos de Vermeer o Pieter de Hooch, sus maestros, renquea. Fue amigo de Sorolla, con el que solía pintar, y al igual que en este, sus mejores obras son tablitas, pintadas con gran sentimiento."


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