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el momento del relevo

En busca del director adecuado

La Orquesta de Valencia inicia el proceso de sustitución de Yaron Traub, que lleva doce años como titular de la misma

4/01/2017 - 

VALENCIA. El anuncio de que no se le iba a renovar el contrato a Yaron Traub, actual director de la Orquesta de Valencia, no ha cogido a casi nadie por sorpresa, pues se rumoreaba desde hace tiempo, y los responsables del Palau de la Música nunca lo han negado abiertamente. Ahora, por fin, se explicita con claridad: a partir del próximo julio, cuando finaliza su contrato como titular, se convertirá en director asociado, y dirigirá a la orquesta en algunas ocasiones mientras se busca un sustituto. Es esta una tarea que debiera empezar ya, pues improvisar en este asunto implica tener que adaptarse a los compromisos adquiridos por la nueva batuta, que no podrá participar en la elaboración de la programación para la temporada 2017-2018 y, a poco que se retrase su designación, tampoco en la siguiente. Aunque quizá tal búsqueda ya haya empezado, pero, como es habitual, nada se sabe con seguridad.

La sustitución de Traub se suma a una serie de cambios importantes que se han sucedido en el auditorio de la Alameda. En primer lugar, porque las elecciones municipales de 2015 determinaron un cambio en la presidencia del Palau, ya que éste depende del Ayuntamiento de Valencia. Mayrén Beneyto, del PP, fue sustituida por Glòria Tello, de Compromís. Casi al tiempo se jubilaba Ramón Almazán, subdirector de Música del Palau, cuyo cargo asumió Manuel Muñoz a instancias ya del nuevo equipo. La dirección del recinto permaneció vacante mientras se llevaba a cabo un “proceso de selección abierto”, que se equiparó al “código de buenas prácticas” alentado para los museos y en el que, naturalmente, se presuponía la transparencia. Tello anunció hace ahora un año, por otra parte, una auditoría externa sobre el personal administrativo y de gestión del recinto (los músicos no estaban incluídos). Los resultados se dieron a conocer en octubre, parcialmente, por la propia concejala, y, en su totalidad, por el acostumbrado procedimiento de rumores y filtraciones. El tema ha generado un gran malestar, aunque se asegura que no habrá despidos y todavía no se hayan hecho oficialmente públicos los detalles de la reestructuración planeada.

Vicent Ros fue designado como director del Palau en junio de 2016. Los procedimientos puestos en marcha por la concejalía de Cultura en el mencionado proceso de selección fueron muy discutidos, puesto que la transparencia siempre invocada dejó mucho que desear, y sólo se hicieron públicos los méritos del ganador. No se dio publicidad a los nombres ni a los proyectos presentados por cada uno de los candidatos, en teoría para salvaguardar la confidencialidad del currículo y los méritos de los no seleccionados. Tampoco –esto es lo más grave en cualquier procedimiento de este tipo- se publicó el baremo con el que se valoraban cada año de experiencia, cada título académico, las publicaciones o los idiomas dominados. Entre otras cosas porque tal baremo no figuraba en las bases de la convocatoria. Resultaron de todo ello situaciones tan chocantes como, por ejemplo, que alguno de los aspirantes recibiese un “0” en el apartado de experiencia, tras muchos años –por todos conocidos- al frente de instituciones musicales y auditorios. Se alzaron entonces voces en la prensa anunciando impugnaciones, pero nada se sabe de cómo se han resuelto. Resumiendo: parece haber caído, de principio a fin, un tupido (y muy poco transparente) velo.

Se trataría ahora, simple y llanamente, de hacerlo mejor en el relevo de Yaron Traub. Es muy posible que este haya llegado a un punto muerto en su relación con la Orquesta de Valencia, y que parezca necesaria su sustitución. El 76% de la plantilla así lo manifestó en una encuesta, y, tras más de once años de titularidad, quizá convenga una renovación en el cargo. Pero no a cualquier precio, porque el nuevo titular debería garantizar, de alguna manera, una mejora para la agrupación y para los oyentes, que son quienes le pagan. La orquesta aún tiene camino que recorrer, pero es una orquesta buena, especialmente por su ductilidad: repertorio sinfónico, sinfónico-coral, ópera en versión concierto, pentagramas desde al XVIII hasta el XX (aunque no todos se interpreten con la misma corrección y estilo)... Tampoco están igualadas todas las secciones de la agrupación en cuanto a empaste y calidad de sonido. Su acercamiento a la ópera, en las versiones de concierto, tiene acreditados ribetes de experiencia, y denota, generalmente, una cuidadosa atención a las voces. 

El tema del ajuste, por el contrario, requeriría una atención prioritaria de la nueva batuta. El rendimiento de la orquesta y su capacidad expresiva varía mucho en función de la empatía que logra con los músicos el director o el solista invitado, fluctuando desde la excelencia máxima hasta una rutinaria corrección. Se dirá que eso pasa con todas las orquestas, pero en la que nos ocupa los vaivenes resultan peligrosamente exagerados. Por eso convendría tener muy en cuenta un asunto tan etéreo (y tan crucial) como el de la empatía, tanto en el momento de la selección como en el trabajo posterior: cualquier orquesta profesional “asesina” al mejor director si se le cruzan los cables. También sería bueno “estirar” el repertorio hacia lo más antiguo y lo más contemporáneo, y fomentar los grupos de cámara entre los profesores. 

Todos estos aspectos, y otros muchos que aportarán sin duda los músicos –es de esperar que se les consulte- y los responsables del Palau, merecerían calibrarse con cuidado. Porque no se trata de cambiar por cambiar, sino de mantener el trabajo hecho –por Traub, entre otros- y mejorar los parámetros peor resueltos. La Orquesta de Valencia, con sus virtudes y sus defectos, ha sido, en el día a día y hasta la creación de la de Les Arts, el cimiento sustentador de la música en la ciudad. Además del repertorio habitual, ha cubierto muchos huecos. Gracias a ella se han podido programar óperas u oratorios desconocidos, algunas veces ha interpretado obras de compositores contemporáneos que nadie trae en cartera, y se ocupa de partituras poco frecuentadas que ciertos solistas llevan en las giras. Es, pues, sin duda, y aún con sus déficits, una importante herramienta que tiene la ciudad, y que ahora va a cambiar de manos. Los gestores del Palau afrontan, pues, una gran responsabilidad al elegir para ella un nuevo director, puesto que el público ha crecido con esta formación, y nadie quiere ir hacia atrás.

Lo anterior no implica que la ciudad no crezca también con las agrupaciones foráneas que la visitan. Cada orquesta que suena en Valencia deja el rastro de su habilidad y su sabiduría. No sólo entre los oyentes. También los músicos se enriquecen con los matices sonoros e interpretativos que se ponen frente a ellos y deben igualar. La apertura del Palau de la Música en 1987 proporcionó un lugar digno para los ensayos y los conciertos de la Orquesta de Valencia (llamada entonces Orquesta Municipal), y también el espacio idóneo para escuchar a una gran cantidad de orquestas, batutas y solistas extranjeros, cuya huella ha elevado el nivel de exigencia, tanto entre los músicos como en los oyentes

La OV no hubiera crecido como creció si no hubiera tenido que medirse con la Filarmónica de Londres, la de Israel, la del teatro Mariinski, la de Chicago, la de Múnich y tantas otras. En la misma sala y con el mismo público. La gente oye, compara y compra las entradas. Por eso, la dicotomía entre “potenciar lo de aquí” o “potenciar lo de fuera” es falsa. Ambas cosas no sólo son necesarias, sino imprescindibles y complementarias. Asustan un poco, pues, esas declaraciones en torno a que el nuevo director será “preferiblemente valenciano”. Cabe preguntarse el porqué. La música es un idioma universal y debería buscarse, simplemente, al mejor: atendiendo a la ya muy larga nómina de batutas invitadas que han dirigido a esta orquesta, ni el nacionalista más pertinaz será capaz de establecer una relación directa entre el pasaporte y los resultados obtenidos.

También convendría no dar demasiado peso a esas intenciones, un punto “angelicales”, que menudean tanto ahora como en tiempos del PP: “abrir la música a la sociedad”, “buscar nuevos públicos”, etc. Llevamos mucho tiempo oyéndolas, y nunca cambia nada. Lo primero suele resolverse con una actuación en la cárcel y otra en la catedral. Y la “búsqueda de nuevos públicos” se solventa con un programa dedicado a la música de cine y otro que suene un poquito a jazz. Sin pensar que estos “nuevos públicos” no se conforman con lo primero que se les da, pues llevan años escuchando auténtico jazz (¡incluso en el mismo recinto!). Pero no vuelven hasta el siguiente festival -que organizaba Julio Martí- con los músicos que a ellos les gustan. La Orquesta de Valencia no es ningún referente en el jazz, en el pop o en el flamenco, y meterse en territorio ajeno no debiera convertirse, al menos en el momento actual, en un objetivo prioritario. Cosa distinta es que los espacios se abran a otras músicas que, con sus propios intérpretes y promotores, puedan aprovechar y rentabilizar el Palau: ya se viene haciendo esto, desde hace mucho tiempo, en el caso del jazz. En algún momento, también con el flamenco.

Capacidad de empatía y de expresión, técnica rigurosa en el ajuste, mantenimiento de la ductilidad de la orquesta, apertura del repertorio, mejora en el empaste, eliminación de rutinas y anquilosamientos... entre otras cosas. Mucho se le pide al nuevo director. Pero sea quien sea el elegido, seguro que agradece el no tener que lidiar con los cotilleos y rumores habituales. Sería bonito y estimulante, también para el público, que -al menos esta vez- fuese verdad lo de la transparencia.

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