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El Callejero

Pina, la flor que se abrió en València

Foto: KIKE TABERNER
4/04/2021 - 

VALÈNCIA. València, casi de repente, como queriendo saldar una deuda con su himno, se está llenado de floristerías que, ahora, con la llegada de la primavera, bombardean las calles de color. Y Ruzafa no es una excepción. En uno de sus ejes, el que forman Literato Azorín, Reina Doña María y Pedro III el Grande, una especie de Little Italy por la cantidad de negocios que hay regentados por italianos, está My Flower. La dueña es Pina Deffenu, una sarda que abrió su pequeño local hace menos de un año para vender flores y ser feliz.

Pina es una de esas mujeres pequeñas que son puro nervio. Es incapaz de estar quieta y no para de ir de una punta de la tienda a otra. Coge unas anémonas de aquí, unas ramas de eucalipto de allá, una tira de papel y empieza a montar un ramo que es pura belleza.

Tiene 35 años y nació en Lodè, un pueblo rodeado de colinas en el interior de Cerdeña, una de las dos grandes islas -tiene casi el mismo tamaño que la Comunitat Valenciana- de Italia. Un lugar próximo a una gran prisión donde la gente vive de la agricultura y en verano se desplaza a la costa para beneficiarse del empleo que genera el turismo. El mismo motor que impulsó la construcción en los años 60, cuando el padre de Pina, Peppino, montó una empresa. En los últimos años decayó el negocio y pasó a trabajar como guarda forestal. Mientras que su madre, Natalina, dedicó muchos años de su vida a cuidar de su hermana y sus padres, que estaban enfermos. La rama de la 'mamma' tenía tierras con viñedos, almendros y olivos donde iban a ayudar Pina y sus dos hermanas mayores, Antonia y Francesca.

Crecer en contacto con la naturaleza resultaría crucial en su vida, pero primero tuvo que saber qué quería hacer y atreverse. Porque cuando acabó el colegio, se marchó a Milán, donde estaban sus hermanas, y se puso a estudiar Derecho. Pina también barajó la idea de hacer enología, pero lo serio y lo convencional ganaron el primer pulso. "Entonces no me atreví, aunque he de decir que el Derecho también me gusta mucho".

La letrada Deffenu no tardó en descubrir que lo de trabajar de abogada convencional en la capital lombarda no le llenaba y lo dejó por un empleo, también de abogada pero con mucho más glamur, en la Camera Nazionale della Moda Italiana ocupándose de los asuntos legales de esta institución ubicada en la Piazza del Duomo. Hasta que un cambio en la dirección le permitió ocuparse de las redes sociales y las retransmisiones en streaming de los desfiles, una tarea más estimulante a la que dedicó tres años y medio. Hasta que, cumplidos los 30, después de un lustro en la Camera, decidió que había llegado el momento de romper con todo. "Me gusta mucho Milán, pero no me veía allí, todo es demasiado frenético", recuerda.

Limpar la mente y vivir despacio

Así que un día llegó y dijo que se iba. No fue una decisión sencilla: tenía un buen trabajo, un buen sueldo y estaba cerca de sus hermanas. Todo su entorno se preocupó por ella, pero Pina regresó a Cerdeña. "Yo no estaba segura al cien por cien de lo que hacía y el último día lloré mucho. Una compañera que tenía 64 años y era como mi madre en la empresa me pegó una hostia cuando se lo comuniqué. No quería que me fuera. Pero lo más gracioso es que, un mes después, ella también lo dejó para irse a trabajar como chef a Australia".

Pina se dio seis meses, de Navidad a junio de 2016, para tomar una decisión. Primero estuvo sacándose un dinero como camarera en la playa, pero luego volvió al pueblo y poco a poco fue bajando las pulsaciones y acompasando su ritmo de vida al de Lodè. Que por algo Cerdeña, como Okinawa, en Japón, es uno de los lugares del mundo con mayor número de centenarios -25 por cada 100.000 habitantes-. Durante esos meses limpió su mente y eso le permitió ser más osada en esta nueva encrucijada de su vida. "¿Por qué no voy a poder dedicarme a mi pasión?", se preguntaba mientras recordaba los años en Milán en los que se ocupaba de las plantas de su casa y de las de sus amigos.

Esta joven sarda aprovechaba las vacaciones para viajar a países donde se hablara alguno de los idiomas que estaba estudiando, básicamente inglés y español. Por eso, de una escapada en 2010, ya conocía València y Alicante y se decantó por la capital, no muy grande, no muy pequeña, para emprender un nuevo camino. Pina se puso a vivir en febrero de 2017 en un piso de Peris y Valero con dos neerlandesas y una alemana. Un mes después llegaron las Fallas y Pina se quedó con la boca abierta y se enamoró de la Ofrenda. "No se puede explicar con palabras; me pareció algo impresionante. Me prometí quedarme a vivir en València porque me di cuenta de que tiene una gran calidad de vida. Y eso lo descubrí viendo a los abuelitos por la calle".

Un mes después, ya en abril, conoció a un chico, Pablo, en el Ubik, uno de los cafés de referencia en Ruzafa y se enamoraron. Pina y Pablo deberían haberse casado en 2020, pero la pandemia lo ha impedido. "Gracias a él terminé de aprender el idioma y conocí la ciudad de verdad. Si hasta llegué a ser clavariesa del altar de San Vicente".

Todo iba encajando y Pina se decidió a trabajar en lo que le gustaba. Una semana cogió y llevó su currículo a todas las floristerías de València. La cogieron en Amanda, en el centro, donde la jefa era Amparín, una mujer de 101 años, y en la temporada de bodas colaboraba con La Tartana.

Pepita les guio

Después empezó a trabajar en una tienda de ropa en Jorge Juan. Su novio iba a recogerla y mientras esperaba a que acabara, se fue familiarizando con la calle. Allí conoció a un hombre que pedía en la acera junto a una perrita. Uno de esos días, vieron que la Policía estaba junto a él porque le acusaban de intentar vender a otra perrita nueva. Pina y Pablo salieron en su defensa, y los agentes dijeron que no se la llevaban si ellos se hacían cargo. Se la quedaron con la idea de ponerle las vacunas y el chip, ver que estaba todo en orden y que, entonces, algún amigo la adoptara, pero en unos días Pepita, que es como comenzaron a llamarla -aunque a Pablo le tentó ponerle Yoda por sus orejitas puntiagudas, ya les había conquistado.

Cada eslabón enganchaba con el siguiente, como si la vida de Pina tuviera un destino concreto. Hasta que una tarde, al sacar a pasear a Pepita, llegaron hasta la puerta de una floristería. Pina entró a comprar un jarrón y vio que estaban de liquidación. "Pablo me animó a quedármela. Me insistía todos los días y al final me decidí y nos lanzamos". Durante la desescalada montaron su floristería. El 22 de mayo se la quedaron, el 15 de junio acabaron de montarlo y el 6 de julio estuvieron esperando todo el día hasta que, a las cinco de la tarde, llegó el cartel de My Flower y abrieron. La primera clienta fue una mujer que entró a por un arreglo floral para el cumpleaños de su madre.

Pina dice que el negocio, a pesar de las pocas bodas y comuniones que se están celebrando -entre septiembre y diciembre solo tuvieron cinco casamientos-, funciona bien y que el barrio les ha acogido de maravilla. Dice que tiene un estilo propio y que, siempre que es posible, se nutre de proveedores locales y trata de escapar de los grandes productores: Países Bajos y Ecuador. Sus rosas -"son espectaculares", asegura- vienen de Soria y ese es el único secreto que está dispuesta a compartir. 

En agosto pudieron ir a ver a la familia después de coger un ferry de Barcelona a Cagliari, pero Pina, que vende flores vestida con una camisa de flores, está deseando que pase todo esto de la pandemia para que su familia y los amigos puedan ir a verles, enseñarles la tienda y comer, beber y charlar en el Little Italy de Ruzafa.

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