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EL MURO  / OPINIÓN

¿Poder valenciano?

¿De verdad debemos creer que políticos afines por cuestiones geográficas o de ADN nos van a hacer más felices? Si acaso nos regalarán gestos, como los estiramientos de Pedro Sánchez por Moncloa

24/06/2018 - 

Admito haber sido uno de los ingenuos perplejos cuando el Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, leyó el nombre de Màxim Huerta. Como “supuestos modernos” esperábamos algo pomposo, menos chic y de calado político aunque sin permitirle una sola palabra al recién llegado y días después desaparecido. 

Así que, me dejé llevar por la algarabía/jauría de las redes sociales. Bombardeaban con todo tipo de comentarios banales. Estos nuevos vehículos de comunicación están para despertar supuestas emociones, desvincularse del mundo real,  lanzar disparates pasajeros, provocar sentimientos encontrados y hasta desatar locuras colectivas. Es lo que se lleva. Por lo general, cuanto más frívolo es el comentario más atrevida suele ser la reacción. Tiempo que sumar al que perdemos diariamente mirando nuestros terminales.

El pico de la ola llegó al despertar. Aparecí pegado a la reacción de la antigua jefa mediática de Huerta: Ana Rosa Quintana, luz espiritual de las mañanas de Telecinco. Subió la adrenalina. En su tertulia se apuntó una dosis del mérito de Màxim así como de otros de sus colaboradores subidos al bus del poder. Llegó a definirlos como ejemplos de su intuición. Sin más, preguntó a los "tertulianos" qué cargo o embajada deseaban. Con lo cual, a su lado todo está garantizado, entendí. Santiguarse con agua fría fue suficiente aunque llegue a creer que había errado mi camino. 

Entendí que si Màxim no era lo que muchos esperaban, al fin y al cabo sí estábamos de suerte. Recordé las palabras de uno de mis amigos del “me gusta” al que hace siglos no veo personalmente. Para qué, si ya es virtual. Había pasado horas defendiendo con sus dedos a Huerta y recordando que Felipe González nombró a Carmen Alborch Ministra de Cultura. Nadie daba un duro por ella, recordó. Representaba supuesta frivolidad, aunque luego demostró estar a la altura. Pero para ser testigos del nuevo avatar con etiqueta y muñeco de absoluta crueldad política habría que esperar mucho tiempo, si es que alguien pensaba dar algo a este Gobierno que no parece tener demasiado margen de maniobra y camina como guiñol por mucho que Sánchez haya cambiado los paseos animados de Rajoy por estiramientos matutinos en Moncloa. Por cierto, Rajoy se ha ido a su puesto de registrador y no escoge puerta giratoria como tanto divino insidioso, jarrón chino o supuesto estratega internacional a nuestra costa.

También pensé que ese poder valenciano oblicuo del que tanto se hablaba en épocas socialistas y populares gozaba por fin de supuesto protagonismo en espacios claves de poder: Sanidad, Fomento, Agricultura y Cultura. Fue en ese momento cuando comprendí que nos estábamos equivocando en la crítica frívola, apresurada y prematura. Al menos, idealicé con ingenuidad, el ADN regionalista serviría para algo. Permitiría cumplir ciertos sueños. Ya imaginaba las vías del tren soterradas, la AP 7 gratis total, un nuevo puerto, medicamentos para todos, nuestra agricultura inundando los mercados de Europa, gran financiación autonómica e incluso al San Pío V brillando en todo su esplendor y un Palau de les Arts armado económicamente hasta los dientes. 

Fue entonces cuando recordé que en enero de 2017, entre boato y boato, nuestro autogobiernó paseó su cuerpo espiritual y fotográfico por las nuevas salas del Museo San Pío V, aún cerradas, para recordarnos que después de veinte años la ampliación estaba supuestamente concluida. O mucho tiempo también sin que el Ministerio hubiera enviado un simple mensaje de solidaridad y compromiso con el Palau del Les Arts. Después caí a la realidad, todo estaba igual. Así continúa. Fuera de nuestras fronteras continuamos sin existir. Y seguiremos en ello apenas quince días después. De hecho ya nos avisan de que no queda tiempo y lo imposible no deja de serlo hasta no se sabe cuándo.

Lo que nos espera ya no es compromiso. Este débil Gobierno va a tener que comenzar a estudiar de nuevo todas las promesas y expedientes. Nos vamos a quedar esperando a ver convertido el Museo de Bellas Artes en esa falsa promesa de museo “prototipo de referencia universal”. El autogobierno está en lo suyo. Aún no se sabe muy bien qué es, pero se le acaba el tiempo. Nos queda un año para nuevas elecciones autonómicas y hasta diría que menos o lo mismo para unas generales. Hasta entonces todo continuará en su mismo proceso. Lento y angustioso bagaje administrativo. Continuaremos sin real poder valenciano en Madrid por muchos nombres que ocupen despacho pasajero y figuren en el BOE. 

No creo que a José Luis Ábalos le dé tiempo siquiera a revisar todas las promesas que su antecesor, De la Serna, dejó como anuncios de predicador y conseguidor allá donde pisaba.

Moraleja. Ana Rosa estaba equivocada. No decide tanto como cree. Más. Esto no tiene arreglo. Es una quimera. Mientras tanto, el tiempo pasa. Poder sí. Pero imaginar un supuesto poder valenciano es un eufemismo, realidad etimológica incluida. Tiempo al tiempo. Sólo vamos a ver batalla interna de poder político. O sea, guerra de machetes. Por otro lado, diversión asegurada que compartir en las redes sociales. Nuestro pequeño, ficticio e inútil campo de batalla que creemos dirigir desde nuestra pantalla OLED mientras aguante la batería y nos continúen friendo con alegría a impuestos ahora ya de neoprogre, aunque Màxim se haya descolgado. 

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