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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

Recordando a Prince un año después de su muerte

16/04/2017 - 

VALÈNCIA. El 21 de abril de 2016 falleció Prince. Su muerte fue tan inesperada como grande el vacío que dejó. Músico y estrella, el creador de Purple Rain, KissCream, por citar tres de sus canciones más conocidas, dejó una huella especialmente profunda en la década de los ochenta.

Controversy estaba en la cubeta de saldos de importación, sección discos de Viuda de Miguel Roca, pasaje Russafa. Esa cubeta me dio muchas alegrías. Siempre iban a parar allí discos que necesitaba incluso sin haberlos escuchado jamás. Bush Tetras, Brilliant, Foetus, Robyn Hitchcock, Method Actors, Can… Discos que se me antojaban inalcanzables y que aparecían inesperadamente ante tus narices, a precio de ganga. Y en esa cubeta estaba también Prince con su casaca púrpura y la chapita con la leyenda rude boy, mirando insolentemente a quien se pusiera delante de aquella portada. La copia americana todavía precintada de Controversy, se vino conmigo a casa y Prince ya nunca más salió de ella, de ninguna de las que habité desde entonces, ni de mi vida.

Música negra

Estoy hablando del año 1981. La música negra seguía segregada de la new wave, a pesar de que ésta, al igual que el rock & roll, cogía cuanto le apetecía de ella sin dar suficientemente las gracias. New romantics como Spandau Ballet hacían soul blanco si les apetecía, pero en determinados ambientes modernos, decir que te gustaba un artista negro era arriesgado. Talking Heads habían abierto descaradamente las compuertas para esa fusión con Remain In Light. Debbie Harry había granado su primer álbum como solista con Chic. Pero al mundo blanco seguía costándole mucho trabajo celebrar semejantes mezclas. Era música mal vista, demasiadas connotaciones con la demonizada música discotequera. Desde las páginas de Vibraciones, Patricia Godes se había esforzado por difundir los méritos de muchos de aquellos artistas. Nacho Canut contaba que fue ella quien introdujo a los Pegamoides en el funk y también quien hizo que Carlos Berlanga y Nacho se fijaran en Prince. Todavía faltaban meses para que se publicara Bailando.

Mente sucia

Antes que Controversy compré, en el mismo lugar y por el mismo procedimiento –buscando tesoros entre los saldos- Dirty Mind. La portada en blanco y negro, presentaba a Prince con medias, tanga y un pañuelo. El esqueleto de un colchón era el fondo, y todo ello no hacía más resaltar el mensaje del título: mente sucia. Aquella revelación me había sido anticipada a través de revistas musicales extranjeras. En el NME, Prince ya había posado de esa guisa. Luego solo faltaba encontrar el disco. Un álbum que se titula mente sucia es un álbum que había que tener, cualquier otro planteamiento era secundario. Cuando planté aquel elepé de Prince entre mis otros discos fui consciente de lo blanca que era mi discoteca, tan llena de punks, poetas afrancesados y gente de tez pálida en general. Una razón más para recibirlo con regocijo. Algo había cambiado seriamente en mi mundo privado.

En tanga y a lo loco

Dirty Mind era un disco de funk. Tenía unos teclados coloristas muy de la época, pero básicamente era funk. En cambio Controversy sonaba distinto. Había dejado de ser simplemente funky para fusionarse con lo que podríamos llamar el incipiente electro y la nueva ola americana tipo The Cars. Fue un placer escuchar aquellos sonidos sintéticos mezclados con la exquisitez de las guitarras funky, los falsetes y las percusiones electrónicas. El disco era irreverente del primer al último surco. Hablaba de masturbarse como quien habla de tomarse una Fanta. También hacía burla de Ronald Reagan, entonces nefasto presidente de los Estados Unidos. Tenía una larga balada soul –no estaba familiarizado con el género y para mí aquello era una novedad- titulada Do Me, baby, házmelo, cariño, jalonada por susurros y gemidos. Ningún artista pop había usado el sexo en su obra del modo en que lo hacía Prince.

La gran controversia

El gran tema era el que le daba título al disco. Controversy hablaba de la dualidad y lo hacía en primera persona. Una dicotomía a ritmo de funk cuya letra se entendía perfectamente. ¿Soy blanco o soy negro?, se preguntaba Prince. ¿Soy heterosexual o gay? ¿Creo en Dios o creo en mí? ¿Fue bueno para ti, fui lo que tú querías que fuese? No hacía falta más. Bueno sí, esa parte en el que recitaba el Padrenuestro que ya te dejaba turulato. Prince era la controversia hecha carne y se abstenía de ser etiquetado ni definido. Era mulato, creía en Dios pero también en el poder del sexo, y su lascivia estaba más allá de cualquier categoría sexual. A su lado, Little Richard era Laura Ingalls. La gente me llama maleducado / quisiera que todos fuésemos desnudos / quisiera que no hubiese ni blancos ni negros / quisiera que no hubiese reglas. Hay canciones que cuando las escuchas hacen lo mismo con tu mente y tu cuerpo que la llave cuando enciende el motor del coche. Treinta y cinco años después, me sigue pasando eso cada vez que escucho Controversy.

El fin del mundo

1999 llegó por sorpresa a Harmony, con una remesa de novedades. Prince ha grabado un doble álbum, me dije a mí mismo sorprendido. Después de examinar las fundas interiores, los títulos y las letras de las canciones y ver las fotos, me quedé tranquilo. Puede que se hubiese puesto apocalíptico, pero el disco seguía rezumando sexo. La música era más pop y electrónica. Entonces tuve una sensación que ya era habitual La cercanía del servicio militar estaba a punto de alejarme de todo aquello que conformaba mi vida; pronto perdería el contacto con lo que hiciesem Prince y un montón de artistas más. Es el recuerdo que asocio inevitablemente a 1999. Prince cada vez más gigantesco y yo a punto de ser separado de todo aquello que me gustaba para ir a hacer algo que detestaba. 1999 daba pábulo a las teorías que mantenían que el mundo terminaría con el cambio de milenio. Para mí, el mundo estaba a punto de acabarse.

El nacimiento de una estrella

Al poco tiempo de acabar la mili y regresar a Valencia salió Purple Rain. Prince se convirtió en una estrella mundial y partir de entonces, la década de los ochenta fue suya del mismo modo que la de los setenta lo fue de David Bowie. Por aquel entonces se iba a empezar a emitir Los bailes de Marte, el programa de radio que conducíamos Jorge Albi, Quique Serrano y yo. Pedro Almodóvar fue uno de las voces a la que le pedí que grabara un saludo para el recién nacido programa. Improvisó una parrafada divertidísima acerca del nuevo estatus de Prince y lo que debían ser 20 o 30 segundos de saludo se convirtieron en un resumen y análisis de la película Purple Rain, contado con su habitual desparpajo, que por aquel entonces, en un país todavía demasiado serio, siempre era una bendición. En cuanto a Prince, a partir de entonces se convirtió en un astro sin igual, una máquina de crear música. Dejó de conceder entrevistas –nunca dio muchas- y se parapetó en su mundo. Se convirtió en un misterio que no hacía falta descifrar, solo disfrutar cada vez que hacía un disco o salía un escenario. Con sus baches, con sus triunfos, todo eso fue hasta que, hace casi un año, murió.

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