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LA VIDA A CARA O CRUZ / OPINIÓN

Salchicha cha cha chá

5/07/2023 - 

Fue en casa de un amigo. Yo tendría unos treinta y, aunque no había ninguna necesidad, lo hice. Soy partidario de la cirugía estética, siempre que sea natural y discreta. Si gracias a algunos retoques se gana en seguridad y te sientes mejor, adelante. Así que puse la ciruplástica en marcha. Lo mejor de mí donado a la ciencia para hacer de la tierra un lugar más hermoso. Santiago era un chupasangre con experiencia, honesto y accesible para mi bolsillo. Esta intervención ya la había practicado otras veces, así que, sin dudarlo, me puse en sus manos.

«El viernes sobre las siete en mi casa. Recrearemos el nacimiento de Venus, ya verás. Y ya que vienes, cenamos».

Me tendí en la mesa de la cocina, que, aunque grande, dejaba mis pies colgando. Para que estuviera menos incómodo le puso mantel y almohada. Bermuda y calzoncillos acomodados bajo las rodillas. Santi había cogido material prestado del hospital: bisturí, hilo de sutura, agujas, algodón y anestesia. Limpió la zona con alcohol, betamina, mercroyodo, cristaldina, zotaljía y algún antiséptico más. Kika andaba a pocos metros zascandileando con la cena. Para celebrar el evento decidió cocinar embutido de Requena, artesano y de calidad. Valoro este tipo de detalles.

Fue en la parte inferior. Sabido es por cualquiera, y experimentado por mí a lo bestia, que esa es nuestra zona más sensible. Un pinchazo doloroso, frío y mentolado del Caribe recorrió parte de mi apéndice. Cuchillá, tajo sangriento y ahí que andábamos, cada uno a su receta: Kika, a la panceta, al lomo y la morcilla; Santi, a la salchicha y yo, para engañar al miedo, les conté mi guerra con un chorizo que intentó trincarme la cartera. La cena, buenísima. Y, a casa, que me fui.

A los pocos días noto humedad en la zona de mi fiambrera. Miro y descubro un rodal de sangre encebollada. Me acojoné. Aunque era de madrugada (como diseñador tomo decisiones al final) llamé a Santi buscando una solución milagrosa. Hubo suerte. Estaba de guardia. Así que, volando al hospital. Y miró el salami, que eso parecía. Algo en la costura había saltado y la vida se me estaba escapando.

«Tranquilo exagerao, no es nada; en un momento te pongo un par de puntos. Pero tío, tienes que controlarte, evitar que morcillee, cero erecciones. Mantén la mente fría. Nada de estimulación física, ya sabes, pero tampoco visual ni auditiva ni mental ni de ninguna clase. Aguanta unos días, aunque te cueste, o morirás desangrado [todo, mientras preparaba la aguja de sutura]».

«Santiago, perdona, ¿dónde vas con eso? Verás, es que no recuerdo que me hayas puesto la anestesia. La otra vez…».

«No, no, es mejor coser a pelo, sin nada».

«¿Cómo puedo pagar todo lo que haces por mí? Todo lo feliz que soy, este inmenso amor. Solamente con mi vida, pues ten mi vida, te la doy… ¡la madre que te parió!».

Aquello se solucionó y el embuchado quedó bien y hermoso.

Un par de años después volví a pasar por quirófano. Esta vez para ajustar una retaguardia con la que tenía relación de sobrasada. Aprovechando, le propuse al cirujano que echara un vistazo al fiambre. Acordamos una operación de vuelta y vuelta para dejarlo todo en orden. Aprobó la frenulectomía, pero, para dar esplendor, me propuso una frenuloplastia, que era lo mismo, pero mejoraba el aspecto de la longaniza para dejarla como salchicha de portada de revista juvenil. El entripado mallorquín aún creó algún problema, pero la salchicha cha cha chá ahí que sigue, humilde y voluntariosa. ¡La de alegrías que me ha dado! 

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