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Crítica de cine

‘Sicario’: El hombre es un lobo para el hombre

La nueva película del canadiense Denis Villeneuve da una nueva vuelta de tuerca al tema de los cárteles de la droga en México, tomando préstamos de películas como ‘The Kingdom’, ‘La noche más oscura’ y ‘Traffic’

13/11/2015 - 

VALENCIA. En las últimas tres décadas el llamado cine de acción se ha debatido entre el espectáculo vacuo de fuegos artificiales (con eximios exponentes como la saga Jungla de cristal y abundante basura) y los filmes de cariz más realista. Quizá la más reconocida representante de este último tipo de producciones sea Kathryn Bigelow, ganadora del Óscar por En tierra hostil (2008) y autora de largometrajes tan dispares como la fantasía con vampiros Los viajeros de la noche (1987), el thriler Le llaman Bodhi (1991) o la fantasía futurista Días extraños (1995). Ella y otros cineastas como Michael Mann (Heat, 1995) han apostado por un tipo de películas en las que una buena intriga y espectaculares secuencias de acción iban envueltas de un barniz de aspecto más auténtico. Eran películas que viéndolas uno podía literalmente creérselas.

En esa línea cabría incluir Sicario, la última película del canadiense Denis Villeneuve (Incendies, Prisioneros, Enemy), que llega este viernes a los cines y que protagonizan Emily Blunt, Josh Brolin y Benicio del Toro. Filme de acción a la postre, con sus tiroteos, sus persecuciones, sus buenos y malos, Sicario sigue inteligentemente las sendas cinematográficas abiertas por Bigelow y otros cineastas y se convierte en una nueva e interesante aportación al género. Fue de hecho el propio Villeneuve quien invocó a la directora americana durante la presentación de Sicario en el festival de Cannes, donde la película cosechó buenas críticas, cuando admitió que una primera mirada sobre el material dramático le hizo pensar en una mezcla entre La noche más oscura y la insoslayable Traffic (Steven Soderbergh, 2000).

En el caso de Sicario y La noche más oscura el primer punto en común se halla en el rol principal: la agente del FBI que encarna Emily Blunt es talmente un remedo del personaje que interpretaba Jessica Chastain en La noche más oscura, herederas todas ellas de la agente Clarice Starling que encarnó Jodie Foster en El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991). Pero Villeneuve además adopta un tono sombrío de retrato de guerra para toda la historia, muy similar al que la estadounidense usó en sus dos últimos largometrajes. Por su parte, de Traffic se imita el afán realista en el uso de la luz, el hábil empleo del castellano e inglés, la cruda dureza de algunas secuencias que en ocasiones supera, y hasta el cierre con una secuencia deportiva decorativa.

El argumento de Sicario versa sobre Kate (Blunt), una agente del FBI, aún idealista, a la que le piden que se incorpore a un grupo de misiones especiales contra el narcotráfico liderado por un carismático Josh Brolin. La agente, que acaba de descubrir un depósito de cadáveres en Estados Unidos oculto en las paredes de una casa, por una mezcla de ambición y compromiso personal se suma a este grupo en el que se encuentra el asesor Alejandro Gillick (Del Toro, impresionante), un personaje que podría haber firmado Cormac McCarthy. Junto a ellos participará en operaciones que no acaba de entender, en la que los supuestos agentes de la ley no hacen más que incumplirla con tal de conseguir sus fines.

Si bien es una película llena de referentes cinematográficos y su argumento no es que sea precisamente el culmen de la originalidad, esto no significa que Sicario sea un mero pastiche o una película a la moda. En ella se percibe trabajo de campo, un intento de aproximación a la realidad que se quiere mostrar, aunque sea de manera tangencial. Así, antes de comenzar el rodaje los productores Edward McDonnell y Basil Iwanyk y parte del equipo de la película visitaron Ciudad Juárez. No encontraron ni una sola agencia estadounidense que les diera el visto bueno. Tuvieron que recurrir a un intermediario mexicano que había logrado meter a un equipo de la CNN, quien se puso en contacto con unos cuantos federales encubiertos que les llevaron en coche por la ciudad.

“Llevaban subfusiles automáticos en la parte delantera del coche y nos dijeron cosas muy concretas”, recordaba Basil Iwanyk recientemente,” como que debería llevar unas gafas encima, ya que uso lentillas, por si acaso nos paraban y nos secuestraban. Conducíamos un todoterreno blanco, porque solo los miembros de los cárteles usaban todoterrenos negros y, si ibas en uno negro, podían atacarte”. El tour idílico duró seis horas durante las cuales al equipo de localización no se le permitió bajar del vehículo más que dos veces. Un Mustang blanco les estuvo siguiendo porque estuvieron allí demasiado tiempo.

Esa sensación de agobio que vivieron durante la preproducción, esa situación de paranoia, quizá excesiva, inevitable, se traslada a Sicario, donde en todo momento la visión de Ciudad Juárez es asfixiante, como un espacio en guerra, demoniaco, una ilustración casi de la Santa Teresa de Roberto Bolaño en 2666, una tierra de lobos donde el hombre es un lobo para el hombre.

Una de las secuencias más significativas de Sicario parece estar inspirada en esta vivencia de los productores. Transcurre en el primer tramo, cuando la comitiva estadounidense recorre Ciudad Juárez rodeada de vehículos policiales y se cruzan con un puente del que cuelgan cuatro decapitados. En ese momento el personaje de Benicio del Toro murmura: “Bienvenidos a Juárez”. No es de extrañar pues que el filme haya despertado malestar en esta ciudad mexicana. La postal que se muestra de ella en la película es terrible y, lo que es peor, está extraída directamente de una realidad no muy lejana. No es una parodia, sino un reflejo, un grabado. Y aterroriza.

Por si fuera poco, la sensación de verismo es aún mayor por los escenarios elegidos. Aunque el rodaje no se realizó en las mismas calles de Juárez, el paisaje que se ve en algunos planos generales es la auténtica Ciudad Juárez filmada ad hoc y la mayor parte de la grabación se hizo en las próximas El Paso (Texas), Veracruz (México) y Albuquerque (Nuevo México).

Villeneuve ha apostado por emplear los códigos del documental de cara a dotar de más realismo a su ficción y eso abarca desde los escenarios hasta los más mínimos detalles de planificación. Así ocurre en la secuencia de discusión entre el personaje de Josh Brolin y el de Emily Blunt al concluir la primera misión; no hay plano contraplano. Villeneuve apuesta por la imagen a distancia, un plano fijo, como si fuéramos meros testigos que vemos desde lejos lo que está pasando. Con esto ubica al espectador en una posición más creíble… y logra así realzar uno de los méritos indiscutibles del material escrito por el actor Taylor Sheridan: nunca se sabe qué a va pasar con certeza; sólo se puede intuir, sólo puede verse impotente porque no hay pistas, no hay asideros.

El argumento se ajusta a las inquietudes de Villeneuve como si fuera material propio y le permite al canadiense dar rienda suelta a todo su talento para retratar el horror. Del mismo modo que su terrible tiroteo del autobús en Incendies (2010) dejaba sin aliento, algunas de las secuencias de Sicario como ese tiroteo en el Puente de las Américas o la secuencia de la cena dejan al espectador sentado en la butaca, apabullado por el verismo de lo que acaba de contemplar. No hay nada gratuito, ni lúdico, ni rastro de postmodernidad. Es el retrato del terrible infierno que es la violencia bajo la cual el hombre pierde su identidad humana y se vuelve la bestia más cruel, la que no tiene piedad. Hobbes aprobaría este filme.

Junto a la crudeza narrativa cabe resaltar la habilidad artística de Villeneuve para plasmar la belleza de la frontera, la dureza y sequedad de esas tierras baldías, un paisaje que parece filmado por Godfrey Reggio. Para ello el canadiense se ha apoyado en el trabajo del director de fotografía Roger Deakins y el diseñador de producción Patrice Vermette.

Con el primero, tras trabajar juntos en Prisioneros, ha vuelto a formar tándem para articular un producto de una factura impecable que cumple con la primera premisa del cine contemporáneo: crea atmósferas. El tono general es naturalista y ahí los préstamos son múltiples e incluyen hasta guiños a clásicos del polar francés como los largometrajes de Alain Delon con Jean-Pierre Melville El silencio de un hombre (El samurái) (1967) y Círculo rojo (1970), según confesión del propio Deakins. Todo ello sazonado con la ambiental música del islandés Jóhann Jóhannsson, quien aporta sus envolventes melodías, atosigantes, que dotan al conjunto de ese aspecto siniestro que flota constantemente por toda la película.

Junto a ese retrato duro y áspero de la guerra contra el narcotráfico, Sicario aspira a aportar otro del Juárez en el que la vida sigue a pesar de todo. Es aquí donde refulge la labor del diseñador de producción Vermette, quien también colaboró con Villeneuve y Deakins en Prisioneros. Tomando como modelo el trabajo del fotógrafo Alex Webb, el retratista de las calles, Vermette apostó por la paleta de beis y arena para el lado estadounidense y el caleidoscopio multicromático para México, una anarquía de colores que aspira a reflejar el caos urbano, cómo la vida sale adelante pese a todo.

Pero si en el aspecto visual se consigue, no sucede lo mismo en el narrativo. Tomando un préstamo de The Kingdom (2007, Peter Berg), Sicario incluye una breve historia paralela de un policía mexicano, padre de familia, que acabará confluyendo con la principal, la que protagonizan Blunt y Benicio del Toro. El problema es que más que una historia paralela parece una narración suelta, una aportación dramática fallida y queda apabullada por la historia central. No es el único pero. También caben cuestionarse algunas decisiones en apariencia incoherentes de los personajes, sobre todo una del personaje de Blunt, pero son sólo detalles que no afectan a la solidez de un filme notable, una intensa película que evidencia que Villeneuve, por si alguien lo dudaba, merece aún más crédito de cara a esa secuela en ciernes de Blade Runner.


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