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CINE DE CULTO

'The Rocky Horror Picture Show' se ha hecho mayor... pero no madura

La película nació abocada al fracaso pero se convirtió en un estreno que dura ya cuarenta años

3/10/2015 - 

VALENCIA. Se cuentan con los dedos de la mano las cintas más merecedoras del título de película de culto que The Rocky Horror Picture Show (Jim Sharman, 1975), de cuyo estreno se cumplen ahora cuarenta años y que sigue tan viva como siempre. En Valencia, la efeméride se podrá celebrar el próximo Halloween en La Rambleta con una proyección especial que promete ser más loca aún que las dos anterior (y eso que el listón quedó muy alto). Más complicado, eso sí, será que alguien se anime a programar el documental Rocky Horror salvó mi vida (Shawn Stutler, 2015).

Más allá de sus logros cinematográficos, la de TRHPS es un ejemplo único de cómo se escribe la historia de la cultura popular. Una historia que comienza cuando el actor y guionista británico Richard O’Brien se quedó en paro tras haber participado en musicales como Hair o Jesucristo Superstar. Para ocupar el tiempo, empezó a escribir un libreto en el que volcaría su pasión por el cine de terror, la ciencia ficción, el rock’n’roll y su compromiso con la defensa de los derechos de la comunidad LGTB (aunque es hetero, en contra de lo que dice la leyenda).

El guión, desquiciado como pocos, empieza cuando a una pareja, en plena luna de miel, se le para el coche frente al castillo de Frank N. Furter, que en ese momento celebra una fiesta rodeado de tipos de lo más extraño. Al final, descubren que en realidad es un transexual alienígena que está intentando crear a un musculoco en su laboratorio. Todo eso regado con temazos como Science Fiction/ Double Feature, The Time Warp, Sweet Transvestite o Don’t dream it, be it. En 1973, con ayuda de su amigo Jim Sharman, el texto se estrenó como musical… y fue un éxito.


De ahí a convertirse en película solo había un paso. Rodada en Inglaterra aprovechando algunos escenarios que ya había utilizado la productora Hammer para títulos como Las novias de Drácula (Terence Fisher, 1967), el productor Michael White (Monty Python y el Santo Grial, 1975) contrató (por eso del mercado internacional) a una jovencísima actriz norteamericana llamada Susan Sarandon que había despuntado en Primera Plana (Billy Wilder, 1974) e incluyó un cameo para Ozzy Osburne.

No pudo estar Mike Jagger, aunque se ofreció, porque el papel de Frank N. Furter que pidió ya se lo habían dado a Tim Curry. Y como querían a alguien de la Hammer, le propusieron a Vicent Price un papel que no pudo aceptar por problemas de agenda y que acabó en manos de Charles Gray (Mocata en la mítica producción de la Hammer La novia del diablo. Terence Fisher, 1968).

Un estreno condenado al fracaso

La película se estrenó el 26 de septiembre de 1975, el cartel -unos labios de mujer a la que se le veían los dientes- anunciaba con la frase “un par de mandíbulas diferentes” (una alusión a Tiburón que en EEUU se tituló mandíbulas, jaws). Que era algo diferente a lo que habían producido antes, lo tenían muy claro los ejecutivos de la 20th Century Fox a la hora de promocionarla.

Dos meses antes del estreno en el Westwood Theather de Los Ángeles, la productora empezó a distribuir más de 10.000 flyers por clubes, conciertos y en las colas de películas destinadas a un público joven. Incluso daba sobres con el franqueo pagado para comprar las entradas para el estreno por anticipado.

La estrategia fue un éxito… que duró que tres días. Pese a los sold outs iniciales, en una semana la sala estaba vacía. En el resto de cines en los que se proyectó, ni siquiera eso. La película se retiró y se suspendió incluso el estreno en Nueva York, el único lugar del planeta donde -en esos momentos- había todavía más frikis que en LA. Teniendo en cuenta que había costado un millón de dólares (sin contar la promoción), los 13.250 dólares de ingresos convertían a Cleopatra (Joseph L. Mankiewicz, 1963) en un auténtico blockbuster.

La historia de RHPS se hubiera acabado ahí si no llega a ser por un ejecutivo de la compañía, Tim Deegan, al que le había encantado. Pero sobre todo se dio cuenta de una cosa: el efímero éxito se había debido a que mucha gente que la vio pasó varias veces por taquilla. Eran los tiempos en los que el vídeo doméstico aún no se había popularizado.


Deegan apostó por una estrategia diferente. En 1971 la película El Topo de Alejandro Jodorowsky (una especie de tripi en celuloide) había comenzado a proyectarse en sesiones especiales nocturnas y, por increíble que pareciera, estaba dando dinero. En la misma lista estaban Pink Flamingos (la opus magna de Divine, dirigida por John Waters, 1972), Refeer Madness (una película delirante sobre los peligros de la marihuana filmada en 1936 por Louis J. Gasnier) o Rey de Corazones (una comedia antibelicista del francés Phillipe de Broca, 1966).

Siendo una película en la que se celebraba abiertamente la sexualidad de una manera nunca vista (nunca la transexualidad o la homosexualidad se habían tratado con tanto desparpajo), pasó lo que tenía que pasar: el boca a boca en la comunidad gay se convirtió en su mejor publicidad. Era la época del Glam, y de la ambigüedad que pregonaba David Bowie, y la tolerancia (más que el respeto) se empezaba a abrir paso.

Pero hubo más. La nueva estrategia fue un éxito que fue incluso más allá de lo previsible. Algunos cines empezaron a ofrecer descuentos (o entradas gratis) a los que acudieran disfrazados de alguno de los personajes. Pronto, el éxito desbordó a la comunidad gay: cualquiera que tuviera ganas de hacer el ganso un viernes por la tarde (y en las universidades había voluntarios a palas) tenía que pasar por taquilla.

Así comenzó la moda de acudir disfrazado, pero también la de cantar las canciones en voz alta, hacer coreografías, dispara con pistolas de agua durante las escenas de lluvia, tirar confeti o tostadas (¿con o sin mantequilla?, un debate que divide a los seguidores) y desarrollar una liturgia que bien conocen los fans (y que admite todo tipo de innovaciones).

A estas alturas, la película de Jim Sharman puede presumir del estreno más largo de la historia (cuatro décadas lleva proyectándose ininterrumpidamente), 140 millones de recaudación en EEUU (más de 50 millones de libras en Gran Bretaña) y el honor de figurar, desde 2005, en la lista de la National Film Preservation Board de película a conservar por ser “cultural, histórica y estéticamente destacada”.

Aunque años después Sharman intentó repetir el éxito con Shock Treatment (1981), retomando las andanzas de la pareja protagonista, fue un fracaso. Con motivo del 30 aniversario, la Fox anunció una remake que nunca prosperó, una idea que retomó el pasado abril y parece que va en serio: será un especial de dos horas dirigido por Kenneth Ortega, director de High School Musical (2006). En la memoria quedan un sinfín de referencias en distintas películas e incluso un episodio completo de Glee.

Pero, junto al fenómeno cinematográfico, estaba el fenómeno social. Como ha escrito la editora de Flavorwire Judy Berman en Vivimos en el mundo que Rocky Horror creó: “Años antes de que el matrimonio entre personas del mismo sexo alcanzara su masa crítica, en una época en la que la simple mención de una alianza entre gay y heteros en el campus pudiera parecer un juego de palabras (…) la película creó un lugar donde los social y sexualmente marginados podían reunirse cada semana y disfrutar de su mutua compañía”. Afortunadamente, ahora que sabemos que la homosexualidad es normal y lo patológico es la homofobia, películas como TRHPS son un simple divertimento.

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