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Thunderbirds: marionetas contra el imperio del mal

En Inglaterra ya estaban acostumbrados a las series de ciencia ficción con marionetas creadas por Gerry y Sylvia Anderson. Pero en la España de los 60, y pese al obligatorio blanco y negro, Thunderbirds se convirtió en una serie tan deliciosa como exótica

| 22/05/2018 | 5 min, 23 seg

 VALÈNCIA.- Década de los sesenta del siglo XXI. Una isla en un punto indeterminado del pacífico. Y en ella, una lujosa mansión tras la cual se oculta una organización secreta llamada International Rescue. Se trata de un grupo científico que aparece en escena cada vez que el mal interviene. Algo así como una especie de comando paramilitar creado para abortar acciones violentas al margen de gobiernos y ejércitos. Son una unidad pacífica que no emplea la violencia salvo en casos de esos en los que no queda más opción que hacerlo. Todos sus componentes son varones y todos se apellidan Tracy, empezando por el patriarca del fraternal equipo, que ejerce de director. Y lo más importante, todos esos personajes no están encarnados por actores sino por marionetas.

La serie, estrenada en la televisión inglesa en1965, llegó a España con relativa puntualidad. Se llamaba Thunderbirds, como las diferentes naves que pilotaban los Scott para llevar a cabo sus misiones; aquí le añadieron el subtítulo que venía incluido con la traducción puertorriqueña: Guardianes del espacio. Se emitía los sábados por la mañana, que era el horario estelar para otros inolvidables programas infantiles, como El pato Saturnino. La serie, que duró solamente un año en pantalla, era para todos los públicos, aunque no iba exclusivamente dirigida a los niños. Sus tramas eran adultas y hablaban de complots, bombas y sabotajes, casi siempre urdidos por el mismo villano. La diferencia era que sus protagonistas eran unos  muñecos adorables que se movían por el método tradicional de hilos —muchas veces visibles— y alguna ayuda electrónica que permitía sincronizar los labios de los muñecos con los diálogos pregrabados. Dicha técnica fue bautizada por sus responsables como supermarionation.

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Los británicos Gerry y Sylvia Anderson ya tenían experiencia en creaciones similares. Suyas fueron series de marionetas previas como Stingray —otro título de culto con marionetas para los niños españoles que se pegaban al televisor los sábados por la mañana y que alucinaban con el Capitán Troy Tempest y la sirena muda Marina, que tenía su propia canción y todo— o El Capitán Marte y el XL5. Puede que su obra televisiva más recordada fuera Espacio: 1999, una variante de Star Trek interpretada por seres de carne y hueso —Martin Landau era uno de sus ‘protas’— con menos extraterrestres, más filosofía y que fue estrenada en los años setenta. Pero nadie puede negarle el encanto que tenían aquellas deliciosas marionetas uniformadas que se movían a pequeños brincos, desplazándose por la lujosa mansión sede de IR o aferrándose a los mandos de las deslumbrantes naves con las que combatían el mal. 

Scott, Virgil, Alan, Gordon y John eran los pilotos. Su padre, Jeff Tracy, era el comandante en jefe. Brains, que en la versión en español se llamaba Genio, era el ingeniero que había diseñado todo aquel increíble entramado con plataformas de lanzamiento subterráneas, cohetes, naves submarinas y estaciones espaciales. Junto a la familia estaba Kyrano, un mayordomo en la línea del Alfred de Batman, un tipo fiel y discreto que lo mismo te hace la cena que te ayuda a elegir el armamento para el próximo combate. Los Tracy contaban con una gran aliada, Lady Penélope Creighton-Ward, la agente de IR en Londres. La aristocrática Penélope, con su aire de Mayrén Beneyto avant la lettre y fumadora empedernida, funcionaba como infalible apoyo logístico. Subida en un deslumbrante Rolls Royce con la parte superior transparente  le daba su merecido a los villanos sin despeinarse el cardado, asistida por Parker, su efectivo chófer.

En cuanto al villano, siempre pagaba el pato él mismo. Más que nada porque él se lo buscaba. Presente ya desde el inicio del primer capítulo, el pérfido Hood está obsesionado por conocer los secretos y planes de IR. Se trata de una especie de mago completamente pelado y con unas pobladas cejas, algo así como la versión en negativo y sin depilar del profesor Xavier de los X Men. Hood tiene una ventaja sobre los Tracy: es hermano del sufrido Kyrano, y llega a controlar su mente para tener acceso a los tejemanejes de la familia de pilotos. Es a la serie lo que Spectra a James Bond, sólo que aquí, todas las maldades las planea y ejecuta él solito, en plan Juan Palomo. Por supuesto, nunca se sale con la suya, pero sus actos sirven para que los Thunderbirds, que gozaban de unos diseños primorosos, entren en escena.

Contemplada medio siglo después, Thunderbirds sigue manteniendo su encanto artesanal. Las maquetas de los edificios, los interiores y los exteriores son una maravilla. Las naves (que se comercializaron como juguetes, al igual que el coche de Lady Penélope) son dignas de estar expuestas en algún museo. La similitud en la estructura narrativa de los 32 capítulos que compusieron la serie funcionaba casi como un patrón. Cada uno de ellos comenzaba con la inminencia de un conflicto o amenaza y a eso de la mitad, los Tracy entraban en acción, siguiendo siempre el mismo ritual, que de paso servía para amortizar escenas de preparación y despegue de las naves que se repetían una y otra vez. La imposibilidad de vender la serie a Estados Unidos tras un par de intentos aceleró su desaparición. En su momento, Thunderbirds fue algo inusual, un ejercicio televisivo de Pop art a la inglesa, bañada por la modernidad del swinging London. Vistos hoy, sus defectos juegan más a favor de sus virtudes que otra cosa. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 43 de la revista Plaza

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