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València a tota virolla

València en la pared: ¿activistas urbanos o artistas para embellecer los viejos muros?

Muros bonitos o muros útiles. Caminando junto a la artista y gestora cultural Teresa Juan resolvemos la posición de los artistas urbanos como palanca de políticas urbanas

27/01/2018 - 

VALÈNCIA. La proliferación del arte urbano como marca ciudad, la inclusión de algunos de los murales más destacados de la calle como postales icono, la complicidad entre gestores municipales y algunos de los mejores muralistas, corrobora una fase de alianza estratégica en la que València y el arte urbano se llevan bien, acaso se retroalimentan. Aparecen en las guías, en el relato autofabricado, en los museos. Una buena noticia, ¿verdad?

Sin embargo fuerza a parar y a hacerse un planteamiento: ¿nos estamos quedando con la vertiente activista del artista urbano, con su voluntad crítica y transformadora, o en cambio se limita a su derivada embellecedora, a su uso ornamental? Una resolución incómoda con respuesta dispersa. A ver…

La próxima campaña de Recuperem La Punta, en marzo, traerá a varios de los muralistas más reconocidos de Europa con el objetivo de visualizar (esto es, volver a visualizar) un conflicto que quiere arder de nuevo: La Punta y su necesidad de dignificación. Escif, Hyuro o Sam3 colaboran inicialmente con creaciones con las que sufragar los gastos. Es un caso paradigmático de cómo los artistas urbanos sirven de palanca para la concienciación colectiva, se convierten en actores principales para la elaboración mental de la ciudad.

Una de las impulsoras de Recuperem, Anaïs Florin, desliza: “los artistas como tal no contribuímos a replantear las políticas urbanas. Tratamos de acompañar las movilizaciones ciudadanas que son realmente las que hacen que se replanteen las cosas. Los artistas pueden generar imágenes de difusión, clarificar cosas, estar a la escucha de los problemas que se generan. En el caso de La Punta se trata de eso. Hay una acción artística pero ligada completamente a unas reivindicaciones del territorio, con lo cual no pasa por el filtro tan solo de lo artístico. Cuando denuncias políticas urbanas estás cuestionando el modelo de ciudad, como mínimo, buscando que haya una pregunta”.

Acciones recientes como las de Escif en el muro del IVAM o en la fachada del Teatre Micalet. “Escif habla del pasado del barrio del Carmen, de los antiguos habitantes que fueron expulsados y del movimiento de protesta que desencadenó”, explicaba José Miguel García Cortés en la presentación del muro. Como las de PichiAvo elaborando un mural gigante en la Ciudad Fallera.

El propósito de las creaciones urbanas, espejo y proyección del transeúnte, sirve de eje para reclamar la atención del usuario de las urbes. ¿Pero lo valoramos por su misión para agitar el tablero callejero?

“El campo del arte en la calle y de la pintura mural han vivido en los últimos años un proceso de desmaterialización muy agresivo”, explicaba hace unos meses Escif a Cultur Plaza. “En muy poco tiempo nos arrancaron los pies del suelo y todavía andamos aturdidos. Las grúas han subido tan rápido y tan alto, que los pintores olvidamos que la pintura viene de la tierra”.

La artista y gestora cultural Teresa Juan, experta en las relaciones entre el arte y la ciudad, conduce por las aristas de esa simbiosis por formular.

¿Cómo contribuyen los artistas urbanos a las políticas urbanas?
“Hemos sido, los ciudadanos, relegados a jugar simplemente un papel en lugar de ser la piedra angular de lo que nos tiene que hacer el papel (que son las políticas urbanas). Los artistas urbanos, en este panorama, son una figura clave. En primer lugar es necesario un replanteamiento de los espacios y esto lo permite el arte urbano porque (...) su lectura desafía y a menudo activa un mecanismo de representatividad”, define Juan.

¿Combaten la imagen de lo que debe ser una buena ciudad?
“Hay un discurso pretendido en torno a la idea de ciudad y esto implica, por tanto, un discurso, también pretendido, en torno a la idea de ciudadano. En ambos casos  bajo la premisa de lo que debería ser, es decir, de la ciudad buena, del ciudadano legítimo, del que debe perdurar y reproducirse. Todo ello bajo la necesidad de lanzar una imagen determinada al mundo, de asociarse con esta y solo esta.  Este discurso educa, y lo hace con toda su condición opresora. Sanciona lo diferente o establece mecanismos concretos a los que debe someterse lo otro para ser considerado en su centro.”

Y de repente la alerta, quizá el riesgo consustancial al artista: ser valorado más por lo bello de la creación que por sus intenciones.

¿Se percibe el peligro de que sólo se analicen las obras desde criterios estéticos?
“Sí. Me preocupa muchísimo. (...) La belleza de una intervención urbana está en lo generado a posteriori, en su capacidad espejo, en su cualidad vertebradora, en lo que resulta verdaderamente intangible, en las profundas implicaciones, en el gerundio que se puede producir (esa vocación experiencial) y en la posibilidad de haber generado. Esta fijación con lo estrictamente estético también es fruto de una educación: la ciudad debe ser bonita, pero bonita de un modo y tu radar de “lo bonito” debe ser este orden y no otro. Esa superficialidad es insultante y cercenadora. Creo que una ciudad hermosa es una ciudad en la que todos los ciudadanos son posibles y no una en la que los muros cumplen con criterios estéticos preestablecidos. Considero que hay muchas intervenciones cuyo discurso se asesina en pos de esa simple lectura. (...) El arte urbano actúa como provocador, como una especie de “acelerador” de posibilidades, no un adorno, y toda concepción del mismo basada en el ornamento invalida de un plumazo su verdadera potencia: y eso es peligroso”.

Anaïs Florin sugiere: “El peligro de los artistas urbanos, a veces, es que pretendiendo denunciar algunas políticas urbanas se acaba siendo capitalizado por otras”.

Muros que no sólo sean bonitos…


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