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València a tota virolla 

València tiene un problema con la transición: estos son nuestros mejores peores límites urbanos

20/10/2018 - 

VALÈNCIA. Fronteras, límites, murallones. València, ah, parece querer rodearse sobre sí misma, poner fosos a su propio ser, cavidades sobre un tablero que lleva al gran enigma: es València el centro metropolitano aspirante o un área urbana que ha crecido sin querer mirar a los bordes. Pues todo eso.

De ahí, de las dificultades no resueltas para ensancharnos, el gran problema con las transiciones urbanas, que ha traído multitud de cuartos traseros, espacios que existen sin existir, bordes que parecen el acantilado entre dos mundos.

Deberíamos proclamarnos la ciudad con los mejores peores límites urbanos. Un problema con la transición. La urbe cercada respecto a la huerta sigue sin dilucidar su evolución óptima y provoca que la digestión entre urbano y rural sea complicada.

Un viaje en marcha. Un recorrido -tortuoso, claro- de la mano de un cicerone visual, el fotógrafo Kike Taberner, y de uno de palabra y gesto, Josep Sorribes, pensador metropolitano, antiguo jefe de gabinete del exalcalde Pérez Casado.

Los límites urbanos no tienen quien les escriba. Intentémoslo.

“Son espacios que no son ni carne ni pescado ni todo lo contrario”, reformula Sorribes antes de iniciar la primera etapa. “En parte es producto de que Valencia tenía que ser downtown del área metropolitana pero no lo es, tendrá que ser algo”.

Parada 1.

Límite Beniferri

Noroeste

Foto: KIKE TABERNER.

Beniferri, mon amour. “¿Alguien sabe dónde está Beniferri?”, pregunta el profesor Sorribes. A vista de pájaro es apenas un rectángulo que cobija sin solución de continuidad un palacio de congresos, un casino… y unas contadas alquerías resistentes.

Un borde ciudad al norte que funciona como una cápsula de especial contraste. La evolución del desarrollismo de Cortes Valencianas chocó con un pedazo de casas rurales y nuevas construcciones que perviven por su propia ausencia, discretamente emplazadas, sin que nadie vaya a encontrarlas excepto cuando uno se sumerge en la visita el restaurante Tavella.

Una gran torre de tendido y el avistamiento, desde el burladero urbano, de la ciudad allí tan a lo lejos pero tan cerca, le confiere al Beniferri categoría de límite imperecedero. “Simplemente se quedó allí. Es probable que dentro de 50 años sigA igual”.

Parece que en cualquier momento Ryan Gosling vaya a hacer su alunizaje.

Parada 2. 

Límite La Torre. Torres Coresol.

Sur.

Foto: KIKE TABERNER.

“¡Qué barbaridad!”, exclama Sorribes ante el vistazo. Las torres de Coresol son un límite a lo Gotham entre la ciudad compacta y su vínculo con los pueblos del sur. Como un aviso del peor urbanismo y de la peor arquitectura para avisar que las murallas medievales han vuelto, pero en feo. Vías del tren, V30 y un río casi sin serlo; qué mejunje. Sorribes interviene: “mira el río, la única ciudad con dos ríos secos”. Hace unos años la actual concejal María Oliver contaba aquí su impresión: “Edificios que no generan calles donde encontrarse, ni comercios de barrio, ni espacios que construir colectivamente. Una serie de edificios que han ido construyendo a ritmo vertiginoso la no-Valencia que encontramos en todos los barrios periféricos y que avisan de que su función no es de borde con el entorno natural, sino que son una continuación de una ciudad agresiva que no piensa dejar de crecer". Puro aviso.

Está en las antípodas de lo que debería ser una transición ejemplar, vinculada con la huerta y el río, y no monstruosa y pesada. El efecto pantalla que básicamente advierte de un planeamiento al que le importa un pepino la convivencia con el entorno. Sorribes imagina lo que hubiera sido deseable, unas alturas progresivas que generaran un verdadero efecto transicional.

Parada 3. 

Límite a las espaldas de la Ciudad de las Artes y las Ciencias.

Sureste.

Foto: KIKE TABERNER.

Oda al no-lugar. El icono. Una de las mejores definiciones visuales de la contradicción entre ciudad respecto a un espacio que no se sabe si es huerta, urbe o simplemente nada. Las espaldas hacia el sur de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, en un límite comprendido entre Quatre Carreres, La Punta y Nazaret. Una visión clarividente de cuarto trasero en el que acumular los restos. 

“Esa impresión de no saber qué es”, señala Sorribes. “Ya hace mucho que la ciudad no vive de cruces adentro. El límite de la ciudad es que no tiene límite… pero esas transiciones entre espacios están mal estudiados, o ni tan siquiera están estudiados. No darle un uso concreto al suelo es peligroso porque luego o bien se recalifica o bien se degrada”.

La imagen de Taberner ofrece un grandioso espectáculo. El gran paradigma del límite no resuelto. Casas de campo en las faldas del Àgora, el jamonero y el Palau de les Arts. Dos mundos, dos promesas distintas, una memoria no reconciliada y una medianera con machada que ya quisiera Banksy: “hay lechugas”. 

Para entender València hay que llegar hasta aquí.

Parada 4.

Límite de Benimaclet.

Norte.

Foto: KIKE TABERNER.

La València que va al norte y que ejemplifica el corte preciso y brusco con la huerta. Su carácter agrícola revuelto con el barbecho de los solares de PAIs estancados. “Espero que el PAI de Benimaclet no depare una muralla como la de las torres Coresol, pero…”, sospecha Sorribes. Recuerda cuando en una de las promociones inmobiliarias rezaba en su cartelería: “‘la fachada norte que se merece la ciudad’... pues sí que se merece poco”.

El Espai Verd, el edificio totémico que ha acabado siendo a València lo que la Muralla Roja a Calp, sirve como boya para medir el avance: “quedaba allá a lo lejos de la ciudad… y ahora está acercándose; cada vez de la ciudad y menos de la huerta”.

Luego están los huertos urbanos, como una manera de generar bisagra entre urbe y la huerta extensa. Una sensación paradójica de recrear lo que está a apenas dos pasos. Como simular el mar delante del propio mar.

~~


València definitivamente no tiene límites, pero no ha resuelto el rompimiento de sus propias costuras por una esencia genética que acaba evocando a Blasco. Sorribes toma carrerilla: “somos muy blasquistas, de Blasco Ibáñez, esa ciudad rodeada de campo en la que los del centro eran señoritos que miraban con desdén a la huerta. Él no quería saber nada de la región, del entorno, quería ser Atenas, la República de Valencia”. Los bordes, hombre, los bordes.

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