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DIARIOS DE COCINA

Sueños y pesadillas gastronómicas de verano

SERGIO ADELANTADO. 07/09/2013 O de cómo los nuevos mesías mediáticos, el sueño sobre los restaurantes perfectos y el miedo a una televisión voraz que persigue a la gastronomía

VALENCIA. Dicen que el verano es un buen momento para dejar de pensar y dejar reposar las vivencias, emociones, ideas y frustraciones que acumulamos durante el año. La realidad suele ser diferente y solemos llenar nuestro tiempo vacacional de experiencias y emociones que siguen atormentando nuestra mente con pensamientos y nuevas ideas.

Personalmente este verano he tenido cuatro 'sueños gastronómicos', inspirados en un verano viajero, lleno de contrastes y sorpresas, cuatro digestiones inacabadas, que me gustaría compartir. Han truncado la parada biológica que buscaba para mi mente, mientras mi cuerpo sí que podía descansar y sanar sus heridas.

El primer sueño, fue más bien una pesadilla en la que me encontraba rodeado de esta especie de nuevos profetas mesiánicos que tanto abundan por la red. No paraban de decirme lo que tenía que comer y beber, cómo debía vestir, qué pose debía tener en cada momento del día.

Perdón, pero resulta inoportable la gente que confunde la opinión con el sermón o la crítica con el egocentrismo. Amparados en el vacío imperante en la sociedad, proliferan estos nuevos sacerdotes, dogmatizando sobre estilo de vida, moda, gastronomía, viajes, incluso sobre cultura.

En mi pesadilla, todos éramos divididos en dos grupos por estos chamanes del siglo XXI. Los que vivían rodeados de glamour, con un estilo totalmente estudiado y posturizado, llenos de luz y color, y los que solo intentábamos buscar nuestro espacio para vivir, llenos de oscuridad y sombras.

Nos decían: "¡Si bebes champagne, sabrás comer¡ ¡Si lees mis posts, sabrás beber! ¡Sólo come slowfood y comida asiática!". Todos les creían, nadie se daba cuenta de que era todo mentira, solo les recomendaban lugares en donde ellos nunca pagaban la cuenta.

El segundo fue sobre el ya cercano otoño. Soñaba con el otoño como la estación perfecta para viajar en pareja o en solitario, para comer y disfrutar del tiempo perdido durante el verano. Soñaba que viajaba a restaurantes maravillosos, solo abiertos para nosotros y para algún otro viajero despistado.

Intentaré en las próximas semanas hablaros de esos restaurantes en donde soñé estar. Uno en la montaña, perdido entre los picos de Europa: Casa Marcial. Otro en el sur junto al mar, en un antiguo puerto pirata lleno de contrabandistas: Aponiente. Otro dentro de un escenario, en mitad del mundo, observando todo desde una atalaya, Azurmendi. En una casa llena de amor, humildad y honestidad, Q de Barella. Y finalmente en mitad de la nada, en terreno fronterizo, en tierra de conquistadores, tomando los mejores helados del mundo, Grate.

Cuando entrabas en cada uno de estos lugares, eran lo que parecían ser, olían igual dentro que fuera, mirando a los ojos de sus gentes, veías realmente como eran. No había trampas ni engaños. La emoción, que suele transmitirse por los sentidos, en estos lugares se comunica por la razón. Son lugares a los que quieres regresar justo en el momento de abandonarlos.

Al día siguiente, en mi tercer sueño, seguí imaginando que visitaba restaurantes en los que me sentía único. Aunque nunca pronunciaban mi nombre al entrar, parecía que me estaban esperando, que me conocían. No es exclusividad lo que me daban, era algo más sutil. Yo percibía algo especial, era como encontrar el tiempo que siempre se nos escapa de entre las manos, en un simple abrazo de bienvenida.

Un sabio loco, perdido en las montañas, me hizo casi llorar con un postre vegetal maravilloso. Un pirata irreverente que articulaba uno de los discursos gastronómicos mas claros y rotundos que recuerdo. Un hombre casi de otro tiempo me enseñaba a hacer helados y, algo más importante, a amar el trabajo que realiza cada día. Y finalmente el azar me llevo a una casa, cerca de la mía, en donde seguro que vuelvo a comer muchas veces.

El cuarto sueño llegó en una siesta forzosa tras una noche larga. Vivía en un mundo sin gastronomía. La televisión la había fagocitado. Después de seducir a cocineros, productores y críticos con innumerables obsequios, había destrozado la verdad que escondía la gastronomía. Todo era frívolo, todo dependía de su apariencia, de su audiencia. Las personas dejaron de emocionarse con la gastronomía.

La televisión se nutría compulsivamente de programas de cocina de todo tipo. Cada semana, un nuevo cocinero, un nuevo formato, programas para niños, para cocineros, para amas de casa, para todos los públicos. Era una locura, la televisión con su despiadada voracidad había entrado en el mundo de la cocina, al igual que en otros momentos entró en el de la música o en las casas de la gente.

Como este verano ha aprendido mi hijo pequeño que si remas fuerte durante un instante y eliges la ola adecuada, esta te llevará a toda velocidad hasta la orilla, aquí sigo mirando al horizonte buscando la ola perfecta que me lleve a la orilla soñada.

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