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LA OPINIÓN PUBLICADA

El silencio de Adolfo Suárez y las sombras de la Transición

GUILLERMO LÓPEZ GARCÍA. 23/03/2014

LA OPINIÓN PUBLICADA

Guillermo López García

Profesor titular de Periodismo de la Universitat de València
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VALENCIA. Este viernes el hijo de Adolfo Suárez convocaba una rueda de prensa para anunciar el inminente fallecimiento de su padre. Desde ese momento, los medios de comunicación han comenzado un despliegue especial para cubrir, desde todas las ópticas posibles, la figura del expresidente. No es una labor fácil. Por la prominencia del personaje, pero sobre todo por la combinación entre lo mucho que se ha hablado y escrito sobre él y las incógnitas que, desde hace décadas, existen en torno a algunos aspectos cruciales de su trayectoria, como la legalización del PCE o -sobre todo- las auténticas razones de su dimisión. Es decir, que por un lado es difícil comentar algo nuevo y por otro hay cosas de las que no se sabe muy bien qué decir.

Adolfo Suárez llevaba muchos años retirado de la vida pública; no sólo de la política, que abandonó en 1991, tras constatar los malos resultados de su partido Centro Democrático y Social (CDS) en las elecciones municipales y autonómicas de ese año. Durante este tiempo, Suárez ha guardado silencio, los últimos años a consecuencia de su enfermedad. Pero, a decir verdad, guardó silencio, en lo sustancial, desde su dimisión como presidente del Gobierno, a principios de 1981, que preludió el golpe de Estado del 23F.

La Transición: un mito oxidado

Ese silencio de Suárez, por las razones que sean, ha contribuido a la mitificación generalizada de la época con la que le tocó lidiar, la Transición española. Como presidente del Gobierno, desde 1976 hasta su dimisión en 1981, fue uno de los principales protagonistas de los cambios que, en lo político y también en lo económico y social, llevó a cabo la sociedad española.

Suárez junto con otros expresidentes: Leopoldo Calvo Sotelo, José María Aznar y Felipe González 

Este proceso está hoy puesto en tela de juicio, por parte de muchos, por lo que tuvo de artificioso o de controlado; por sus limitaciones, más que por los cambios que propició. Pero los problemas de la Transición, más que la Transición misma, tal vez residan en que los frutos del proceso se hayan sacralizado, se hayan convertido en intocables. Y en que se apele permanentemente al espíritu de aquellos años, a lo que entonces se consiguió... para hacer justo lo contrario. Es decir, apelar al consenso y a la capacidad de aplicar reformas transformadoras para no hacer ni lo uno ni lo otro.

Por eso, para muchas personas (entre las que me incluyo) el modelo político de la Transición debería, como mínimo, afrontar una profunda remodelación. Sin que ello signifique, necesariamente, denostar lo que entonces, en la Transición, se logró. Sin que esto signifique, en definitiva, menoscabar el mérito de los que la protagonizaron. Desde mi punto de vista, es indudable que fueron más los aciertos que los errores; y que, además, muchos de los aciertos son directamente imputables a la labor de Suárez. A su valentía política en el período crucial de 1976-1977 y a su capacidad para navegar en un escenario más que complicado.

Un animal político genuino

Como dirigente político, Suárez fue un producto nato del régimen de Franco y en él alcanzó los puestos más elevados: gobernador civil, director general de RTVE, ministro y secretario general del Movimiento, y al final, en julio de 1976, presidente del Gobierno en sustitución de Carlos Arias Navarro. Sus méritos para alcanzar estas responsabilidades tuvieron menos que ver con su capacidad de gestión que con su habilidad para moverse entre las familias del franquismo y para hacerse con "padrinos" adecuados. Son muy ilustrativas al respecto las historias que cuenta Gregorio Morán en su biografía de Suárez (que es, con diferencia, la mejor de las disponibles).

 

Cuando llega a la presidencia del Gobierno, Suárez es, por tanto, un personaje gris, indefinido, pero de indudable adscripción franquista. Por eso su trayectoria en el año que dista entre su nombramiento y las Elecciones Generales de 1977 constituye el período más brillante de su presidencia: a partir de unas expectativas muy reducidas, con gran habilidad, Suárez logró lidiar con el golpismo ultraderechista y el terrorismo de extrema izquierda; apaciguó a los militares (aunque luego el asunto le estallaría en las manos unos años después); reformó las instituciones desde dentro para propiciar el paso paulatino (pero rápido) hacia un régimen democrático; integró a la oposición democrática, incluido el Partido Comunista; y, en fin, logró que se pasase de una dictadura a un sistema democrático sin demasiados traumas ni violencia (dadas las circunstancias).

Fue a partir de 1977, y sobre todo de 1979, tras su nueva victoria electoral, y ya con la Constitución aprobada, cuando la figura de Suárez comenzó a flaquear y a difuminarse a gran velocidad. Fracasó en la gestión de la economía y en la lucha contra el terrorismo de ETA. Pero, sobre todo, fracasó en el "frente interior", en sus relaciones con su propio partido, la UCD (un invento apresurado para federar a diversos movimientos del centro derecha en España) y con algunas instituciones. En particular, los militares y el propio rey de España, Juan Carlos I.

Esta combinación de elementos, así como el enclaustramiento de Suárez, su renuncia a comparecer en el Congreso de los Diputados o ante los medios de comunicación, propiciaron su dimisión, nunca aclarada del todo, y todavía más emborronada si combinamos la frase que más se comentó de su declaración, "Yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España", el 29 de enero de 1981, con lo sucedido menos de un mes después: el golpe de Estado del 23-F.

Tal vez el principal problema de Suárez fue que realmente creyó que, como presidente del Gobierno, tenía no sólo la legitimidad, sino también el poder, para obrar con auténtica independencia, o al menos con autonomía, de ciertos poderes. O tal vez, sencillamente, el odio cerval que sentían por él los militares, el cainismo de sus compañeros de partido, el borboneo del Rey y los ataques de la oposición y de la prensa, lograron acabar con él.

Sea como fuere, Suárez logró dar una lección en su caída. No en el abandono de la política con el CDS en 1991, sino con su dimisión y su papel posterior en la jornada del 23F. La lección de Suárez fue doble: mostrar dignidad en la derrota, y también valor para enfrentarse a los golpistas.

Es mucho, y más si lo combinamos con los éxitos de su gestión, sobre todo al principio. Si, además, comparamos con lo que es habitual en la política española... el balance es tan positivo para Suárez como desolador para nosotros. Que es, por cierto, la impresión que uno se lleva al leer la mencionada biografía de Gregorio Morán: no es que hable bien de Suárez (es realmente difícil que Morán hable bien de alguien), pero comparado con lo que explica de los demás, Suárez alcanza una magnitud casi mitológica.

#prayfor... La enésima villanía de La Razón

Hace tiempo que el periódico La Razón se ha convertido en una caricatura de sí mismo. Y lo ha hecho conscientemente. Desde hace años, y sobre todo desde que el PP llegó al poder, la especialidad de La Razón y de su director, Francisco Marhuenda, es hacer todo lo posible por llamar la atención, por incordiar y por convertirse en el saco de arena ideal para entretener al público más crítico con la gestión del PP. Para ello, Marhuenda despliega su argumentario por miles de tertulias de televisión y de radio, y La Razón inunda las redes sociales con portadas propagandísticas.

Pero lo malo es cuando el propósito de la portada ni siquiera es propagandístico, sino que es, sencillamente, provocar. A costa del fallecimiento de alguien. Es lo que ocurrió con la infame portada del periódico del sábado, que fue recibida en las redes sociales (y allá donde se divulgó) como cabe imaginarse:

 

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Guillermo López García

Profesor titular de Periodismo de la Universitat de València
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4 comentarios

27/03/2014 13:35

Buenas tardes: hay que respetar todas las opiniones y pienso que,tiene Uds el "libre albedrío" de publicar las que les parezca oportuna.Sin embargo considero que, las palabras del Sr Conde que son posteriores a las misma no son adecuadas sobre todo porque hace mención a "ya que se fue uno porque no se fue el otro" fuera de lugar y mas en estos tiempos.Si tanto se le debe al Presidente Suarez no menos se le debe al Rey con sus "luces y sombras".- Atte Alejandro Pillado Marbella 2014

Conde escribió
24/03/2014 15:18

Alejandro Pillado Sotogrande: si son tan amigos, podía haberse quitado el otro también en su día e irse juntos a las cartas. Anda, que menudo comentario el tuyo, hijo.

24/03/2014 10:39

Buenos dias Guillermo; el sabado,cuando envié mi opinión sobre tu artículo parece que el mismo no llego.Ahora ya en España he de decirte que comparto el mismo has diseccionado muy bien la figura del Presidente Suarez. Fué sin duda la persona indicada para realizar el desmonte absoluto del regimen anterior,se rodeo de un buen equipo de "segunda" pero que resulto ser de primera.Finalizado su trabajo se marcho.En politica las segundas oportunidades son muy raras lamentablemente no tuvo su "segunda oportunidad" todos los halagos ahora ya son para la "galeria" del discurso del rey destacaría quizás una sola frase que, solo sale cuando hay un cierto sentimiento de amistad "Adolfo y yo".Un saludo Alejandro Pillado Sotogrande 2014

claramunt escribió
23/03/2014 13:30

El mite de la transició! D'acord amb la necessitat d'una profunda remodelació; ens agrada creure que els actors principals van ser els que figuren en els manuals i que els militars, tots els militars operaren sempre a la contra. No és cert , gent com Gutiérrez Mellado, però sobretot el general Cassinello des de el CESED, redactor del document "Ante el cambio" influït pel llibre de Francesc Cambó "Las Dictaduras", ajudaren a preparar la mort de Franco, la vinguda de Tarradellas i la legalització del Partit Comunista.

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