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VALENCIA. La celebración de eventos con una elevada asistencia de público tienen un relevante impacto económico para la economía del lugar donde se celebran. Este es un hecho innegable, más si el riesgo de la inversión corre por cuenta de una empresa privada, algo que no siempre ha ocurrido en la reciente historia de la Comunitat Valenciana. Resulta, por tanto, poco discutible que el auge de los macrofestivales de música, con el Festival de Benicàssim (FIB) como referente inicial, supone unos ingresos importantes para empresas locales.

Pero de ahí a las cifras que estos días se vienen ofreciendo por parte de distintos organismos sobre el dinero que dejan estos eventos hay un trecho. Un ejemplo llegó este mismo jueves, cuando el concejal de Fiestas y Eventos de Benidorm, Conrado Hernández, aseguró que los asistentes a la última edición del Low Cost Festival dejó en los bares y hoteles de la ciudad 12 millones de euros.

Por partes. La organización asegura que el evento, de tres días de duración, congregó a 75.000 personas. Esta cifra ya de por si tiene trampa. La asistencia se calcula sumando el público de cada día, a razón de unos 25.000 diarios. La cuestión es que muchos de esos espectadores son los mismos todos los días.

Siendo generosos, se puede especular con que 30.000 personas distintas acudieron al festival. Dividir esa cifra por los 12 millones supone que cada uno se gastó en total 400 euros. Teniendo en cuenta el perfil de los asistentes a este tipo de eventos, jóvenes con poder adquisitivo limitado, la cifra parece exagerada, más teniendo en cuenta que no incluye el precio del abono, la principal inversión que hacen los asistentes, o el desplazamiento desde sus lugares de origen. 

El miércoles, la Diputación de Castellón realizó también una estimación sobre el gasto realizado por los asistentes a los distintos eventos musicales que se celebran en la provincia, especialmente el FIB y el Arenal Sound. Al primero se estima acudieron unos 30.000 espectadores y al Arenal 50.000. El impacto económico que lanzó el organismo provincial fue de 45 millones de euros. La división sale a 562 euros por asistente.  

Los organizadores de estos eventos suelen ofrecer estos informes de impacto económico para justificar el gasto de dinero público, en el caso de las administraciones, o las molestias que pueden ocasionar a la población en el caso de empresas privadas. Pero la fiabilidad de los mismos es más que discutible. Buena muestra fue el caos de cifras que la Generalitat ofreció con el supuesto impacto económico, por ejemplo, de la celebración del Gran Premio de Fórmula 1 en Valencia. 

No se trata de poner en duda que estos eventos -más cuando están respaldados por el público y no suponen un despilfarro de dinero público- son positivos para el sector hostelero de la zona donde se celebran. De hecho, los beneficios inducidos pueden ser superiores. Como ejemplo, el propio FIB. El festival pionero ha generado un caldo de cultivo que ha permitido el auge de otros eventos en la Comunitat Valenciana.

Además, estos acontecimientos arrastran no solo a la industria hostelera. Otras industrias vinculadas al montaje de la infraestructura necesaria para su celebración se ven beneficiadas. Además, se supone que los que acuden a Benicàssim, Benidorm o Burriana para los conciertos conocen las virtudes de estos municipios y en el futuro pueden acudir como turistas de sol y playa.

Pero de ahí a disparar el dinero contante y sonante que dejan los asistentes a estos festivales sin rigor y a lo loco solo puede provocar un espejismo. Un cuento de la lechera que lejos de poner en valor este negocio ofrezca una imagen distorsionada alejada de la realidad, generando expectativas que acaben en decepción.