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'EL CABECICUBO'

Fargo: cómo imaginar que Minnesota es una diputación española

ÁLVARO GONZÁLEZ. 13/09/2014 Canal+ estrena una serie basada en la mítica película de los Coen de los años 90

MADRID. Con la misma exactitud con la que en España se celebran las fiestas patronales de cada pueblo, entre otras tontunas, encumbrando la maldita tradición e incentivando el consumo de espirituosos que sostiene nuestra ramplona economía, los creyentes en cultura popular también cumplen como un reloj con sus liturgias. Ahora, concretamente, toca celebrar los años noventa.

Dicen que en tiempos de crisis todo está de moda a la vez para que no decaiga el consumo y este auge de los 90 que se nos viene encima no eclipsará al ochentero, pero si quiere ir a una fiesta de disfraces mañana yo le recomiendo que vaya de Baywatch, o los Vigilantes de la Playa, mejor que del Equipo A. Rumiar, redigerir los 90 es lo que toca, señora. El antagonismo entre las luminosas canciones de Corona o Aqua y las aburridas y pedantes de Nirvana o Pearl Jam desaparecerá por una reivindicación de todo en su conjunto, de lo que sea, sólo por ser de los 90.

No es ese el caso de la serie Fargo, pero algo tendrá de explotación de un mito un producto con el mismo nombre y ambiente que una película imprescindible de los noventa, que luego cambia por completo toda la historia.

Fargo fue la sexta película de los hermanos Coen. Todo lo que habían hecho antes era magnífico: Sangre Fácil, Arizona Baby, Muerte entre las flores, Barton Fink y El Gran Salto. Y lo que hicieron inmediatamente después, también: El Gran Lebowski, O Brother! y El hombre que nunca estuvo allí.

La seña de identidad de su estilo era la mezcla de géneros. En Fargo se trataba de la comedia y el cine negro. El argumento se regodeaba en el patetismo humano. La inutilidad, los don nadie. La mezquindad llevaba a individuos lamentables a abusar unos de otros y matarse entre ellos, pero el caso lo resolvía el personaje teóricamente más frágil, una mujer embarazada. No podía ser más tierno y a la vez rompedor.

Donde habíamos visto a Bogart, a Sean Connery, a Paul Newman o Harrison Ford, ahora teníamos a una señora embarazada; una persona vulnerable, sin un carisma apabullante, sin frases para la posteridad ni perfiles para los posters de los bares. Ya existía Se ha escrito un crimen en televisión, pero esto era otra cosa y en 1996 nos hacía mucha gracia.

No obstante, en la nueva Fargo, la serie que ha concluido antes de este verano y comenzará una segunda temporada en 2015, ya no hay nada rompedor. Se repiten los personajes, pero ya lo decían Faemino y Cansado a la hora de justificar la misma puesta en escena durante veinte años de carrera: parecido no es lo mismo. 

Tenemos una mujer policía más inteligente que los hombres que la rodean, pero ya no es como Frances McDormand andando torpemente con el bombo. Hay un mindundi avasallado como William H. Macy, pero éste parece más un pícaro de nuestra literatura que un genuino gilipollas que maquina el secuestro de su propia mujer. Hay también un psicópata, pero tampoco es un enfermo mental como Peter Stormare, es un supervillano al que poco falta para tener poderes y salir volando.

Y luego está el engaño. El primer capítulo es un calco del argumento de la película que luego transcurre por otros derroteros. Genera cierta confusión para quien haya visto la película, que podría traducirse en frustración, pero, sinceramente, mi Bitorrent estaba echando humo en cuanto acabó.

De modo que, ¿Es malo que juegue con la cinta de los Coen sin tener nada que ver? No, en absoluto. No vamos a tirarnos de los pelos, precisamente un periodista, porque se utilice algo harto conocido como percha o gancho de otro desarrollo.

Fargo en serie es trepidante y divertidísima. Recomendable para todos los públicos. No todo van a ser profundas reflexiones sobre la condición humana, aunque aquí no faltan quienes ven precisamente eso, no hay más que leer las críticas que ha recibido. Pero no es cuestión de pelearse por qué guionistas de televisión son los mejores filósofos de nuestro tiempo, en este espacio creemos que Fargo mola porque cada capítulo es como tirarse por un tobogán.

Tras triunfar en los premios Emmy, Canal + es la cadena que finalmente la emitirá en España. Decía alguien en Twitter, que dios me perdone por no recordar su nombre, que era fan de todas las historias que transcurrían en lugares helados. No falta ese encanto. Pero lo mejor de esta serie, puestos a darle un sentido, es lo bien que ensalza el discreto encanto de la miseria provinciana.

En España llamamos diputaciones a estos bellos espacios de poder caciquil y componendas. Cárceles del espíritu, lugares de odios incubados durante décadas donde el principal obstáculo para resolver un crimen es la propia policía. No sé si les suenan estas cosas de un negro episodio acontecido en esta España nuestra recientemente cuyo nombre omitiremos para no gastarnos la paga de Navidad en pleitear.

La gracia es que bastaría un sumario judicial de alguna calamidad ocurrida en España -lo que no quiere decir que en otras latitudes no ocurran- para elevar a los cielos la propuesta de una serie como ésta. No obstante, ya se emitió  precisamente en los 90 Mis crímenes favoritos, de la inolvidable periodista de El Caso Margarita Landi, la recordarán por aparecer en todas las fotos fumando en pipa, y no es algo que podamos decir que se considere de culto. Será por que nadie se ha enterado de que uno de sus episodios se titulaba "El último pico del Pirri". Venga, corran a buscarla.

En todo caso, en el debe de la serie hay que mencionar que el guión es más trampero que una gala de Gran Hermano. Ya saben, coincidencia tras coincidencia hasta la coincidencia final, pero los personajes, muy esperpénticos, compensan la tontuna. A veces, la descojonante personalidad de los personajes recuerda a los de Me llamo Earl. Es la América profunda en su máximo esplendor.

Aunque nada debería extrañarnos a los españoles cuando vemos que alguien accede a un puesto de mando en un cargo público sólo porque es el más viejo del lugar. Cuando alguien amasa una fortuna y luego va de working class hero aunque los millones le llovieron previamente de forma inesperada. Ni siquiera cuando al débil se le machaca por el hecho de serlo o el miedo al fracaso, al ser considerado un perdedor, conduce a las personas a cometer tropelías e insensateces.

Perdonen que miente a la bicha, pero no, esta Fargo no es HBO. Sin embargo, como todo lo que apetece verlo de un tirón comiendo pasta un sábado por la tarde en maratón de seis horas de sumisión catódica, hay que considerarlo como la leche. No la dejen pasar.

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