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OPINIÓN

La folclorización cultural o el berlusconismo valenciano

JOSÉ MARTÍNEZ RUBIO. 27/10/2014 "...tras la derrota, quizás podemos pensar que en Valencia nos cambiaron nuestra "natural" desinhibición sexual por una hipersexualización envasada"

VALENCIA. Los mejores caquis de Italia se cultivan en la Conca d'Oro, la tierra que rodea Misilmeri, un pequeño pueblo siciliano en el camino que va de Palermo a Corleone. O de Corleone a Palermo, lo mismo da. La terra dei vespri e degli aranci, y de los caquis, símbolo y realidad que une aún más la mítica provincia palermitana con L'Horta Sud. También mito. Y también realidad de la buena.

Que Italia y Valencia comparten ambiciones, desconcierto y estilazo es innegable. Que sustentan su vida cotidiana sobre un mismo escenario de ruinas, desde Taormina a Sagunto, desde Escipión a Alberto Fabra, también. Al fin y al cabo, es la resaca que dejan los tiempos a una y otra orilla del Mediterráneo: una larga espera de cualquier cosa que borre la sombra de la era Berlusconi, por un lado, y un lo-que-sea capaz de ofrecer algo más interesante que revivals de Nino Bravo, por otro.

En un escenario posberlusconi, Matteo Renzi saca brillo a su sonrisa con un 41% de voto en las europeas y un porcentaje similar en prime time. En un escenario posvalencianista, hasta "el candidato de Podemos" (sea quien sea) está llamado a gestionar ilusiones y decepciones al mismo tiempo, dentro de un marco cultural definido en términos de derrota.

Foto: Eva Mañez

BERLUSCONI O LA DERROTA VALENCIANA

El berlusconismo no es una etapa histórica, sino un sistema de valores integral que ha ido cambiando mentalidades y condiciones de vida durante los últimos veinte años. En cuanto a las condiciones de vida, basta con revisar los efectos de la Ley Gelmini (2011, aún en vigor), por ejemplo, traducidos en recorte de becas, rebaja monstruosa de inversión pública en investigación y en departamentos universitarios, desaparición de figuras docentes, bloqueo del acceso a una carrera profesional dentro de la universidad, etc.

Hasta la universidad ha perdido sus nombres, y las facultades han pasado a llamarse "scuole"; lo que no se nombra, no existe. O basta con revisar, una Ley de extranjería como la del ministro Maroni, que permitía patrullas ciudadanas para cazar inmigrantes ilegales (2009), o la anterior Ley Bossi-Fini, (2004), que avalaba la expulsión de extranjeros (no comunitarios) una vez hubieran perdido su puesto de trabajo, por ejemplo, sin importar cuánto tiempo hubieran residido y cotizado en Italia.

Pero estas leyes, al igual que el desarrollo de sistema de préstamos universitarios del actual Consell de la Generalitat, el desmantelamiento de las líneas educativas en valenciano, el cierre de RTVV o la impunidad con que se pasean algunos sujetos por la Procesión Cívica del 9 de Octubre vestidos (o disfrazados; véase la foto superior) de nazis... son solo el punto de llegada de un sistema cultural dedicado a folclorizar la política, a banalizar la vida pública y a colar entre tanto jaleo las leyes del shock.

Foto: Fotoagencia Valencia

A guanyar diners... Y no es que Joan Monleon fuera banal, pero sí aquellas chicas con las huchas sobre los pechos daban ya qué pensar. Año 89 - Año 92. Y Zaplana por llegar. Pero Telecinco ya había adoptado la marca de Il Cavaliere, y sacaba a las Mama Chicho a entretener al personal con sus frutas y sus pezoneras.

"Dels pecats del piu, déu se'n riu", debimos de pensar nosotros, valencianos de alegría, acostumbrados a la exuberancia de Rosita Amores y el Teatro Alcázar. Pero veinte años después, tras la derrota, quizás podemos pensar que en Valencia nos cambiaron nuestra "natural" desinhibición sexual por una hipersexualización envasada, filtrada tras el telediario y reída por los años en que España iba bien. En Italia funcionó y no creo que las tetas al aire hayan subvertido en la actualidad el rol femenino hacia lugares de dominación; precisamente, la trampa de enseñar carne radica en que deja otros cuerpos, otras formas y otras zonas de lo femenino por enseñar. Y a Cécile Kyenge la siguieron insultando.

Lo triste es tener que medir todo en términos de show, Paco Telefunken incluido, para ver cómo nos llevan nuestro País a negro.

Al principio fue Andreotti

Y poca gente se acuerda. Pero el precedente de Silvio, fue Giulio. El líder de la democracia cristiana, serio, con un traje oscuro y gafas de inocente, un anciano desde su juventud, conservador y cínico de pensamiento, palabra, obra y omisión (como la que le costó la vida a Aldo Moro, su rival, dicen). Salía en televisión con su lengua afilada y sus manos juntas, y la gente se reía porque no cuadraba el tamaño de su expresión a la delicadez de su cuerpo. A su muerte en 2013, todos recordaron sus chistes pero no tanto sus negocios y sus relaciones con la mafia, demostradas por la justicia. Una risa.

Por reírnos nos hemos reído de la estridencia de Francisco Camps y su señera al cuello, de los exabruptos de Alfonso Rus queriendo rematar a profesores, de las fotos de Sonia Castedo en pijama, en una habitación de hotel con el empresario Ortiz. Nos hemos reído como cuando Monleon preguntaba con picardía el ingrediente escogido de la paella rusa. Pero no nos ha hecho gracia.

Quizás otro componente de este posvalencianismo o posberlusconismo, aquí y allá, sea la espera divertida. La risa que sucede a la tragedia. El descreimiento. La resignación. Y la ironía cuando uno observa un mapa y comprueba que Alicante y Palermo están unidas también geográfica y geométricamente por el Paralelo 38 Norte. Ese que hemos perdido.

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