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Catalunya vs. Cataluña:
la solidaridad en entredicho

CARLOS DÍAZ GÜELL. 19/11/2014

MADRID. "Jo sóc catalana i res més". Tan contundente como simplona frase era pronunciada ante las cámaras de televisión por una mujer que estaba pacientemente esperando a depositar su papeleta el pasado 9 de noviembre y puede reflejar fielmente el pensamiento de la mayoría de los que ese día -y siguientes- votaron SI/SI, en un ejercicio que muchos consideran de manifiesta insolidaridad para con una población procedente de otras regiones españolas y de una transferencia del ahorro sin parangón con origen en las zonas más deprimidas de España.

La mujer, posiblemente forma parte de ese colectivo que sigue refiriéndose a los cientos de miles de andaluces, extremeños o murcianos como "charnegos", para el que España se reduce a Castilla y a Madrid y para los que el PP representa la extrema derecha y el facherio como lo son todos los que no están de acuerdo con los postulados nacionalistas-independentistas. Son aquellos que aun hoy aplauden a Pujol cuando fue a votar el 9 de noviembre y silenciaban a los pocos que le increpaban con la palabra "¡vergonya!".

Dijo Ortega ante las Cortes Generales de la II República el 13 de mayo de 1932 en la discusión del proyecto de Estatuto para Cataluña aquello de que el catalán "es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar, y al decir esto, conste que significo con ello, no sólo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los demás españoles".

Hoy, 82 años después, las cosas no han cambiado demasiado y tomando prestada la frase de Carod-Rovira, "el Barça es más que un club, Montserrat es más que una montaña, el Palau de la Música Catalana es más que un auditorio y la Caixa es más que una entidad de ahorro". El mismo Carod que acuñara el concepto de odio étnico para referirse al sentimiento existente entre ambas partes.

Con independencia de los muchos mensajes que se pueden extraer de los resultados del referéndum-ficción del pasado día 9 de noviembre, hay uno incontrovertible y es que la población "charnega" no está por el independentismo y "Súmate", plataforma con la que algunas fuerzas políticas como ERC y la ANC aspiraban a captar el voto de los castellano parlantes a favor de la independencia, ha cosechado un estrepitoso fracaso.

Que las muchas lecciones que se pueden extraer de la votación del día 9 sean o no aprendidas por ambos lados y que se acabe con esa confrontación tan estéril que gira en torno al victimismo permanente, por un lado, y al menosprecio hacia Cataluña, por el otro, solo conduce a que crezcan exponencialmente los seguidores del independentismo y que la amalgama sociológica existente en Cataluña sea, hoy por hoy, una barrera numérica infranqueable para el independentismo.

Lo cierto es que hoy la sociedad catalana está extraordinariamente fragmentada desde el punto de vista sociológico y étnico como consecuencia de los procesos migratorios internos que se produjeron en las primeras décadas de la segunda parte del siglo pasado procedentes de regiones como Andalucía, Extremadura, Castilla-la Mancha, Murcia o Galicia y sin cuya aportación no hubiera sido posible el alto nivel de desarrollo alcanzado en Cataluña y del que hoy gozan los oriundos y los llegados entonces de otras provincias.

Y ello, además, contó con el plus de que, a través las cajas catalanas, parte del ahorro de la España "subvencionada" se transfiriera a Cataluña, estimándose que por cada cien euros de ahorro en Cataluña se invierten 180 gracias a este mecanismo.

Los estudios indican que entre 1960 y 1980 salieron de Extremadura más de 500.000 ciudadanos, de los cuales un 84,5% buscaron acomodo en las regiones más desarrolladas del país de los cuales 180.000 tuvieron Madrid como destino, 150.000 se fueron a Cataluña y 80.000 se instalaron en el País Vasco.

Algo similar ocurrió con Andalucía lo que supuso que a comienzos de los años setenta, en Cataluña vivían 840.000 personas nacidas en Andalucía. Si a esta cifra añadimos los hijos nacidos ya en Cataluña, el total supera ampliamente el millón cien mil personas. Es decir: cerca de la mitad de los dos millones de andaluces que salieron de su tierra en pos de un futuro mejor, se instalaron en Cataluña y la magnitud de este fenómeno fue tal que hubo quien dio en bautizar a Cataluña como "la novena provincia andaluza".

Los almerienses fueron los primeros andaluces en emigrar. La crisis de la minería y el retroceso en el sector de la uva de mesa llevó a que en 1920, más de 40.000 almerienses se vieran obligados a emigrar, preferentemente con destino a Cataluña. Y de esa realidad salió el eslogan de que "como somos mayoría queremos un obispo de Almería".

La realidad indica que la oleada de extremeños, andaluces, murcianos, etc. pobló zonas como Santa Coloma de Gramanet, Sant Boi, Molins de Rey, Hospitalet, Esplugas o Cornellá que al día de hoy, siguen dando la espalda al independentismo, aunque solo sea porque todavía recuerdan cuando una minoría estúpida y cerrada les decía aquello de "fora morts de gana" o "charnego vete a tu tierra".

En total, cerca de tres millones de españoles de origen diverso, no catalán, siguen reclamando su protagonismo en el desarrollo económico de la región.

Hoy esa realidad es algo que el nacionalismo trata de modificar con programas de inversión lingüística y que tendrá sus efectos, sin duda, en generaciones venideras si el gobierno central no es consciente de que el problema existente en Cataluña no se resuelve con la conllevanza orteguiana, como lo demuestra el hecho de que el día a día está todavía salpicado de "anécdotas" como la protagonizada por el diputado de ICV, Joan Mena, hijo de no catalanes, al calificar de "hijos inmigrantes" a los llegados de otras provincias españolas, en un debate parlamentario sobre la política de inmersión lingüística.

Lo que resulta claro es que la confrontación permanente en una sociedad tan abierta como es la catalana, en particular, y la española, en general, se ha demostrado inútil y que el intercambio de pedradas de índole económica, histórica o cultural, siempre amoldables, según los intereses, tampoco aporta nada positivo. Porque a la altura en la que estamos, todo termina con expresiones tan gráficas como las recogidas en ciertos foros: "Nos la repampinfla..." o "nos importa un bledo".

Porque si la Generalidad denuncia que Cataluña es la décima comunidad en el ránking de recursos públicos recibidos per cápita, siempre saldrá alguien diciendo que Madrid es la duodécima. Porque si alguien afirma que Cataluña tiene una posición de dominio económico en Europa, siempre habrá alguien diciendo que el nivel de exportaciones de Cataluña a Aragón, es el mismo que a toda Francia, su principal mercado exterior con diferencia. Y si alguien dice que Espanya ens roba, siempre saldrá otro diciendo que el superávit catalán de la balanza de bienes con el resto de España es de más de 24.000 millones de euros, el doble de su déficit fiscal.

Todo es verdad o mentira; pero a ello se ha llegado con la participación y el sacrificio de cientos de miles de ciudadanos de otros territorios de España y ellos se merecen un respeto que el nacionalismo independentista parece no tener con ellos.

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