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La ciudad y sus vicios

Un día en el Jardín Botánico, donde Valencia halla (un poco de) esplendor

VICENT MOLINS. 20/12/2014 Cuando un jardín botánico es algo más que un jardín botánico. Visita a un emblema urbano de la mano de algunos de sus habitantes y de sus visitantes habituales  

VALENCIA. "No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes pero el Jardín Botánico es un parque dormido en el que uno puede sentirse árbol o prójimo siempre y cuando se cumpla un requisito previo. Que la ciudad exista tranquilamente lejos. (...) No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes pero el Jardín Botánico siempre ha tenido una agradable propensión a los sueños, a que los insectos suban por las piernas y la melancolía baje por los brazos hasta que uno cierra los puños y la atrapa. (...) No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes pero cuando la lluvia cae sobre el Botánico aquí se quedan sólo los fantasmas. Ustedes pueden irse. Yo me quedo".

Todo lo anterior lo escribió Benedetti en A la izquierda del roble. Se lo leí a Maite Sebastiá a propósito de la colección que los hombres de Siemprevivas presentaron en el Botánico de Valencia. También se escuchó en 2002 cuando el Botánico cumplía 200 años y en su interior se representaba la obra A l'ombra de l'ombú, en la que un viejo árbol de ombú, a punto de extinguirse, se dirigía al público para contarle lo suyo.

El jardín botánico de Valencia, aunque no tiene a la ciudad tranquilamente lejos, sino amenazantemente cerca, reúne casi todas las virtudes que enunció Benedetti. Después de todo un siglo XX de decadencia, con la riuà de 1957 como punto hanegador del parque dormido, la reparación total en los noventa dio a la urbe un lugar casi impoluto en el que creerse inmersos en Un mundo perdido. Las dos décadas de más esplendor en los últimos cien años. He quedado allí con gente.

Aquí está la Valencia mas calmada. El almez (llidoner) de la entrada envuelto por un edificio central que creció en torno a él, y no al revés. Retratado por Sebastião Salgado como quien capta al modelo más esbelto. "Es el punto de unión, la interacción entre el edificio y el jardín", dice Eva Pastor, trabajadora del lugar. Una bici estática a un lado para que al pedalear se encienda la iluminación navideña.

Jaime Güemes, a la izquierda

En el edifico central, al subir las primeras escaleras, el conservador, Jaime Güemes, del que oigo hablar continuamente entre charlas. En su despacho suena música clásica, se ve el jardín y la serenidad flota. "El conservador de un jardín botánico es como el conservador de un museo, con la diferencia de que aquí debemos alargar la vida de las especies y sustituirlas llegado el momento". Güemes llegó siendo imberbe y con el lugar arrastrando un abandono bíblico. "En 1989 sólo había 500 plantas". Parece solemne al referirse a una de las grandes diferencias del Botànic: su arboreto, un conjunto de árboles, algunos robles, cercanos a los 150 años, y al grupo de palmeras casi igual de ancianas. "Sobrevivieron al abandono". Y hoy gozan del esplendor. "Pueden vivir perfectamente cien años más".

Rick Treffers, holandés y cantante, es ese asiduo que viene buscando colarse en la boca del bosque. "Mi ex novia compró un bono de 'diez visitas'. El bono aún lo tengo como recuerdo agridulce. Me encanta el campo, pero vivir en el campo es un poco complicado para mí porque soy un bicho social y como músico tengo que juntarme con 'la peña'. El Botànic puede resolver este dilema, y puedo tener un harén de gatos sin obligación".

Otro cantante, Jorge Pérez (Tórtel), puso música hace pocos meses entre el rugido natural, con un concierto con olor a selva. "El Botànic me da la sensación del Edén. Recuerdo ir a visitarlo con mis padres cuando yo era crío, y aunque no tengo muchas fotos de niño mi padre gastó aquí un carrete haciéndome fotos durante un domingo. En la última noche de Todos los Santos toqué la última canción abajo entre mini esqueletos y pequeñas brujas de no más de un metro de estatura".

Los diseñadores de moda Siemprevivas, cuyo nombre homenajea a un género homónimo de 30 especies perennes que crecen delicadas sin apenas agua, desenfundaron su última colección tal que aquí. "Uno de los espacios más mágicos de la ciudad. El típico lugar que visitaríamos cuando vamos de viaje a cualquier parte del mundo. Escondido, casi desconocido, un oasis en medio del caos que te traslada casi sin darte cuenta. Pero el de Valencia con más motivo, por su riqueza arquitectónica". La inspiración de sus diseños, rezaba: "No necesitamos la grandiosidad ni los adornos innecesarios. Un jardín, con sus colores, sonidos y sensaciones es más que suficiente".

La del Botànic es una respiración a pulmón libre. Suenan altavoces y bocinas, la banda sonora de coches y carreteras a lo lejos, de cerca sonido a pájaros y a la gloriosa coreografía de unas especies que se desperezan día tras día. "Mira las cotorras -comenta Elisa Caballer, cicerone en esta inmersión-, vienen al botánico a esparcirse y por la noche se van a dormir a las Torres de Quart". Están como esperando a que maduren los nísperos, "es cuando ellas se dan el auténtico festín".

Encajado entre el río y las calles de una franja de la ciudad que todavía guarda regusto medieval, es un jardín de dimensiones pequeñas, las apropiadas para las aulas de botánica, su uso inicial, cuando se levantó fuera de la urbe, lo relativamente cerca para llegar a clase en poco tiempo, lo relativamente lejos para no sucumbir antes las fauces humanas. Poco a poco la ciudad fue cercándolo. En el horizonte el bambú mirando a las fachadas de la calle Turia.

Elisa Caballer lleva seis años trabajando en el Jardí Botànic. Lo recorre como caminando sobre unas páginas de sucesos en las que los jardineros van dando el aviso: "debajo de las palmeras han salido unas setas", "árbol centenario infectado por hongos...". Un gabinete de crisis diario que ríete tú de lo nuestro. "Mira la espina de la cruz, una planta crasa que me recuerda a avioncitos de papel". "Fíjate en la capuchina, una especie invasora. Cuando llueve el agua se queda en sus hojas circulares, que son como pequeñas tazas. Toca las gotas y te darás cuenta de cómo la planta las repele". 

Seguimos. "Mira arriba. Los operarios trabajan sobre los árboles más viejos, ya con achaques, son iaios, y cualquier mal movimiento puede ser decisivo para ellos". Desde las alturas, como limpiando el skyline, los operarios aéreos ven el jardín y el río, todo un manto verde, quizá una de las visiones más privilegiadas de la ciudad. "Queremos que la gente se ponga en el lugar de las plantas, y que entre el Oceanogràfic y el Bioparc hagan una parada aquí". Más les vale. "Pasemos ahora junto al ginkgo biloba, el árbol dorado. Las hojas que caen nos da pena quitarlas porque forman una alfombra dorada".

Y hacia allá el pino de Wollemi, un árbol casi fósil, del que se alimentaban los dinosaurios hace 146 millones de años. "Se creía extinguido, sólo hay un centenar en el mundo". La estima de Eva Pastor va dirigida a aquella palmera datilera de por aquí "con más de treinta brazos, que parece que en realidad sean treinta especies distintas. Es como una carcasa de fuegos artificiales".

Puestos a señalar espacios inolvidables, el consultor ambiental Andreu Escrivà se apea en los suyos: "el invernadero con las plantas carnívoras, una quimera del mundo natural que incluso ahora, después de estudiar las pizarras y libros, me cuesta entender. El ambiente caluroso, las estrecheces... Y en contraste con esa humedad entre vidrios, otro rincón: los cactus, los desiertos. Con las formas que el verde adopta para retener el agua, para sobrevivir a la sed extrema del desierto".

Cuando llega la noche... "una experiencia casi mística", describe Pastor. "La sensación de estar en el bosque da hasta un poco de miedo", aporta Caballer. Entonces las cotorras regresan a las Torres de Quart para empezar el sueño. Los animales nocturnos salen a la pista. Los robles ancianos se preparan para vivir cien años más. Como anunciaron los Siemprevivas, "no necesitamos la grandiosidad ni los adornos innecesarios. Un jardín, con sus colores, sonidos y sensaciones es más que suficiente". Como dejó escrito Benedetti, "no sé si alguna vez les ha pasado a ustedes pero cuando la lluvia cae sobre el Botánico aquí se quedan sólo los fantasmas. Ustedes pueden irse. Yo me quedo".

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4 comentarios

JON escribió
03/01/2015 00:43

Sense dubte, un dels racons més bonics i menys poc aprofitats de València. Parada imprescindible.

Toni escribió
20/12/2014 23:20

De jovencillo, allá a principio de los 80, cuando no iba a clase me compraba alguna novela de C. Ficción y me iba al jardín botánico a leerla tranquilamente. Qué tiempos aquellos, no voy a decir que fuesen buenos, pero sí añorables.

20/12/2014 15:59

Buen reportaje de los pocos lugares de Valencia que han logrado sobrevivir a los "depredadores urbanos" Alejandro Pillado Marbella 2014

rosario escribió
20/12/2014 09:47

muy bueno el reportaje, sin duda es un lugar único hay que visitarlo!!!1

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