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LAS REFORMAS NECESARIAS (I) 'Paul, Olivier y Alberto o la difícil evaluación de la política fiscal'

Por JAVIER FERRI (*). 30/10/2010
Paul Krugman (premio Nobel de Economía), Olivier Blanchard (economista jefe del FMI) y Alberto Alesina (profesor de Harvard)

Todas las economías del planeta atraviesan a lo largo de su historia ciclos económicos, que son más o menos acusados, y que originan fluctuaciones en variables como la producción, el empleo, la inversión o la inflación. Para contrarrestar estas fluctuaciones los gobiernos de todo el mundo suelen utilizar la política fiscal, modificando sus planes de ingresos o gastos. Así, en periodos como el actual, de bajo crecimiento o caída de la producción y aumento del desempleo, los gobiernos tienden a gastar más y a ingresar menos, con la lógica de que un mayor gasto público y una menor detracción de renta al sector privado a través de impuestos más reducidos contribuya a estimular la economía, paliando en parte los efectos negativos de la recesión. Aunque leído de esta forma la política fiscal parece plena de virtudes, lo cierto es que esa misma idea esconde también los principales ingredientes del debate tanto económico como político sobre la eficacia real de la utilización de la misma.

En efecto, si eligiéramos al azar un número lo suficientemente grande de economistas -o políticos- con criterio propio, y les preguntáramos su opinión sobre los méritos de un aumento del gasto público para luchar contra una recesión como la actual, nos sorprendería la disparidad de sus respuestas. Así, no sería difícil encontrar un primer grupo plenamente convencido de que la política fiscal es una potente herramienta de estabilización económica a disposición de los gobiernos, y que éstos están en la obligación de utilizar sobre la base de su elevada efectividad. Estos economistas no entenderían ninguna reticencia a la expansión generosa del gasto público en un periodo de debilidad en la demanda y el empleo como el actual. Llamemos a este colectivo el grupo de Krugman, por ser Paul Krugman, premio Nobel de Economía del año 2008 y azote de los republicanos, uno de los defensores más cualificados de este enfoque.

Un segundo grupo de economistas, sin embargo, se mostraría más escéptico. Son aquellos que piensan que aunque la política fiscal puede ayudar en el corto plazo, lo hace de una forma relativamente modesta, y eso es porque a través del proceso mediante el cual un euro adicional de gasto público se transforma en PIB y en empleo existen importantes fugas, en forma, por ejemplo, de variación relativa en los precios o cambios en la pauta de ahorro de las familias. Estos economistas serían mucho más cautelosos a la hora de recomendar aumentos indiscriminados del gasto público, pues contraponen los menores efectos a corto plazo de la política fiscal con un mayor coste a largo plazo en términos de menor competitividad y tipos de interés más altos. Llamemos a este segundo grupo, economistas tipo FMI, por ser Olivier Blanchard, economista jefe del Fondo, y reputado economista francés, partícipe de esta filosofía.

Un último grupo de esta encuesta ficticia de economistas apuntaría que, de conseguirse algo aumentando el gasto público, sería justo lo contrario de lo que se pretende. Es decir, una política fiscal expansiva que aumentara el gasto público afectaría, probablemente, de forma negativa al empleo y a la producción. Nombremos a este grupo, como economistas tipo Alesina, por considerar a Alberto Alesina, economista italiano profesor en la Universidad de Harvard, el principal exponente de esta hipótesis.

De lo dicho se deduce que si hiciéramos el experimento de sacar a Paul, Olivier y Alberto de la muestra, los encerráramos juntos en una misma sala, previo pago del caché correspondiente, y los instáramos a hablar sobre sus recetas de política fiscal para mitigar los efectos de la crisis, conseguiríamos seguro una acalorada discusión, con muy poco acuerdo sobre los efectos de la política fiscal en el corto plazo y con alguna convergencia entre Olivier y Alberto sobre los efectos a largo plazo. Pero, ¿por qué es tan difícil poner de acuerdo a tres economistas prestigiosos, y a su legión de discípulos y seguidores, sobre la eficacia de esta importante herramienta de política económica? La respuesta a esta cuestión puede darnos también una pista de por qué en Estados Unidos el debate político gira en torno a si aumentar el gasto público mucho o muchísimo, es decir, hacer la política fiscal más o menos expansiva, mientas que en Europa se trata de reducirlo con la misma fuerza pero con menos ilusión, lo que se conoce como proceso de consolidación fiscal.

La no coincidencia en cuanto a los efectos de la política fiscal entre nuestros tres economistas tiene una vertiente teórica, otra vertiente empírica y una dimensión "sensorial" que está condicionada por la forma en la que los individuos perciben el mundo. Como veremos a continuación, estas tres dimensiones están relacionadas o, utilizando un término que escuché en otro contexto, son las "tres caras de la misma moneda".

La teoría económica demuestra que la intensidad del efecto de la política fiscal es mayor cuanto más abundantes son las rigideces en la economía. Economías poco abiertas a la competencia exterior, con sistemas productivos poco flexibles, con empresas que tardan en reaccionar variando precios a los cambios observados de la demanda, con mercados de trabajo poco competitivos, en los que las condiciones laborales tardan en ajustarse a las circunstancias económicas, con un número elevado de hogares que "viven al día" gastando todo lo que ingresan, son economías en las que, según la teoría, el efecto de un aumento del gasto público debería ser importante. Pero, para complicar las cosas, junto al nivel de estas restricciones, resulta también fundamental conocer el modo en el que todas estas restricciones interactúan con la deuda pública modificando la prima de riesgo y por lo tanto el coste de la política fiscal. Y en este sentido las economías más rígidas son las que imponen también un mayor coste sobre la política fiscal.

¿Significa esto que Paul, Olivier y Alberto no conocen la teoría? Obviamente no, más bien quiere decir que los tres economistas tienen una percepción distinta -y aquí interviene la dimensión sensorial- del grado en el que las distintas rigideces afectan a las distintas economías, y de la capacidad de las mismas de esquivar la disciplina que imponen los mercados financieros internacionales por medio de aumentos en las primas de riesgo. Y esta distinta percepción se traslada también al debate político: en Estados Unidos -una economía flexible- los efectos sobre el PIB y el empleo de un aumento del gasto público podrían ser menores que en Europa -una economía más rígida-, pero lo que parece seguro es que el coste del aumento del gasto público en Europa es mucho mayor que en Estados Unidos, algo especialmente peligroso si consideramos que los beneficios de la política fiscal tienden a disminuir en el tiempo mientras que los costes se hacen cada vez mayores Así, mientras la economía americana aprovecha el margen positivo de la política fiscal -entendido como la diferencia entre los beneficios y los costes actualizados- para expandir el gasto, la economía europea se ve obligada a reducir el gasto obligada por el margen negativo de la política fiscal en muchos de sus países miembros.

Pero si, además, descendemos del nivel teórico al nivel empírico para descubrir qué es lo que nos dicen los datos extraídos de economías reales sobre la cuestión que nos interesa, el resultado no haría más que aumentar la frustración de nuestros tres economistas protagonistas. Y es que la evidencia empírica ha ofrecido y sigue ofreciendo resultados contradictorios.

La mayoría de los estudios empíricos se han centrado en estimar, a partir de los datos, lo que se conoce como el multiplicador del gasto público, es decir, el efecto que un euro de gasto público provoca sobre el PIB de una economía. Así, un multiplicador superior a la unidad apoyaría la hipótesis de Paul, un multiplicador positivo pero inferior a la unidad le daría la razón a Olivier y un multiplicador negativo justificaría el argumento de Alberto, a la vez que apoyaría plenamente, incluso desde el punto de vista del corto plazo, el proceso de consolidación fiscal europeo. Pues bien, rastreando la literatura especializada encontramos trabajos que estiman un multiplicador mayor que la unidad -no demasiados-, otros que obtienen multiplicadores comprendidos entre cero y uno -la mayoría- y unos pocos que estiman multiplicadores negativos. El porqué de estas divergencias merecería otro artículo, pero me gustaría reflejar aquí que gran parte de la culpa estriba en la dificultad de la identificación correcta tanto de lo que es una política fiscal discrecional -limpia de los efectos de los estabilizadores automáticos- como del mecanismo de transmisión de la política fiscal a la producción, lo que de nuevo se relaciona con la capacidad de captar en los modelos empíricos las restricciones efectivas de las economías.

¿Y cómo encaja España en toda esta historia? Lamentablemente nuestra economía ha tenido que asumir, porque así nos lo han comunicado claramente los mercados financieros internacionales adónde recurrimos para financiar nuestro déficit público, que la tasa de crecimiento de nuestra deuda tiene un límite y que éste se alcanzó en la primavera de este año. El mensaje al gobierno fue claro y aterrador: si quiere usted mantener el estado de bienestar y el coste que conlleva, o se desprende de restricciones y rigideces, o más vale que tenga un tesoro escondido en los sótanos de la Moncloa.

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Javier Ferri es profesor del Departamento de Análisis Económico de la Universidad de Valencia

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