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CARTAS DESDE BOLONIA

Literatura del escándalo: el porno que nunca se hizo en España

JOSÉ MARTÍNEZ RUBIO. 16/03/2015

E. L. James, la autora de '50 sombras de Grey'.

BOLONIA. El éxito de taquilla y mentidero de 50 sombras de Grey podría tener una doble lectura totalmente contradictoria. Por un lado, algo positivo: la novela y la película han convertido en masivo un género como el erótico, tradicionalmente minoritario y socialmente relegados al armario público. Por otro, algo lamentable: novela (E. L. James) y película (Sam Taylor-Wood) reproducen modelos de dominación masculina, conservadurismo moral  y pacatería, ahora eso sí para un público masivo.

Por fin el sexo llega a manos de todos, parecía decir la industria. Y sobre todo de todas, pues muy pronto comenzó a circular a raíz de la novela de E. L. James un término que quiso ser un insulto y acabó siendo una etiqueta comercial repetida a lo tonto: el porno para mamás; siguiendo diversos razonamientos al respecto podríamos afirmar que el porno, como fenómeno, o bien era patrimonio del hombre, o bien en el caso de las "mamás" debía tener un envase que Sephen King equiparaba a la "basura". Como si las "mamás" de por sí no pudieran enfrentarse con los ojos abiertos a dos cuerpos desnudos, a uno o a tres, como lo hacen los "papás". Basura. Quisimos entender el concepto, pero acabó siendo igualmente imbécil.

Lamentablemente el sexo llega de este modo a manos de todos (y de todas). Porque 50 sombras de Grey tiene más de travesura adolescente y de risitas ahogadas que de liberación sexual femenina, y al final la lectura que dan la novela y la película es demoledora: "la forma de maquillar el acoso y el control que Grey ejerce sobre Steele va a ser -¿cómo no?- meterlo todo en un fantástico pack con lazo rojo donde se puede leer sin mucho esfuerzo ‘Amor Verdadero'". Amén.

Lejos queda la tradición de las letras de manifestar con total libertad lo que un hombre y una mujer desean con sus cuerpos y con sus mentes. Los conflictos que ese mismo deseo despierta. Sus prejuicios. Sus convulsiones sociales. Su manera de hacer estallar en mil pedazos todo orden y toda lógica. Lo del corazón es el añadido necesario para que la beatería minimice el escándalo y se programen los romances de Universal Pictures en las salas de cine de medio mundo. Porque a estas alturas ya se sabe: la película esconde los cuerpos y vela las escenas de sexo, como si el corazón fuera el principio de una renuncia.

PARIS, L'ORIGINE DU MONDE

Lo que E. L. James hizo mal o hizo a medias, ya lo habían hecho bien y con mayor consciencia otras autoras. Valérie Tasso publicó en 2003 Diario de una ninfómana con el consiguiente revuelo mediático, olvidado más bien pronto que tarde. Sin embargo, Tasso no aspiraba a medio hablar de BDSM y llevar el porno a mujeres que (casi) nunca hablaban de ello mitificando la violencia machista como Grey, sino que lo hacía consciente de las connotaciones culturales que se vuelcan en toda práctica sexual, de los modelos de comportamiento que se imponen en el amor y en los límites y condiciones que se establecen en el deseo de una mujer y en el deseo de un hombre.

Tasso era otro porno, menos gratuito y más pensado. Porque "porno" fue la etiqueta que estigmatizó toda literatura erótica, femenina o incluso social en época de censura. "Pornográfico" era un adjetivo que el franquismo repartía a diestro y siniestro, por ejemplo, para prohibir desde novelas Catherine Millet; con ella llegó el escándalo.sociales a obras que trataban temas femeninos. El problema de Tasso fue que la formación en sexología no garantizaba que el libro brillara en sentido literario.

El caso de Millet en Francia fue distinto. Catherine Millet sacudió estereotipos y vergüenzas ancestrales cuando en 2001 publicó con su firma la novela La vida sexual de Catherine M. Crítica de arte en los medios de referencia, Millet era la voz prestigiosa que se codeaba con Roland Barthes, Jacques Lacan y toda la intelligentsia francesa. Era mujer, y quizás la improbabilidad de tales confesiones autoficticias en voz de mujer, así como el juego de identificaciones y equívocos con la protagonista, hicieron que se dispararan las ventas de su obra.

Y eso que Francia había sido un ecosistema cultural distinto, mucho más propicio para la reivindicación de la mujer en el siglo XX y XXI. En 1984 Marguerite Duras había puesto en escena el deseo femenino y el poder de la sexualidad y la pasión frente al dinero o el estatus en un novelón como El amante. Además, en los sesenta, setenta y ochenta, nadie podía escapar a las lecciones implícitas y explícitas de Simone de Beauvoir y su feminismo teórico y práctico.

Desde Sade y desde Flaubert, Francia había sido un lugar distinto. Allá pasó la mitad de su vida Anaïs Nin, la gran precursora de la literatura erótica femenina con sus diarios, en los que contaba sin frenos situaciones de incesto, de lesbianismo o de poligamia, y quien influiría literaria y emocionalmente sobre Henry Miller. Miller vio cómo su novela Trópico de cáncer se prohibió en los Estados Unidos durante treinta años, hasta que pudo publicarse en 1961; sin embargo sí había sido publicada en París en 1934 gracias al patrocinio de Anaïs Nin. Y también en París apareció la primera edición de la Lolita de Nabokov, en 1955, a pesar de estar escrita originariamente en inglés.

EL SIDA COMO ESCÁNDALO GAY

Si las ventas significan algo en el mundo de la sociología de la literatura, hay que saber que Catherine Millet vendió el doble de lo que vendió el fotógrafo y escritor Hervé Guibert, quien en 1990 conmovió a toda Francia con Al amigo que no me salvó la vida. Ese amigo que no le salvó la vida era Michel Foucault, el gran pope de la izquierda y de la intelectualidad francesa, y en esa novela de confesiones veladas Guibert relataba las sesiones de sadomasoquismo a las que acudía su amigo, los encuentros furtivos en los baños públicos de San Francisco y reveló, al fin, el secreto que muchos no le perdonarían que revelara: lo que mató a Michel Foucault fue el SIDA, la misma enfermedad que iba a matar a Guibert un año más tarde.

Reynaldo Arenas, una vida trágica.

Y la misma enfermedad que empujó a Reinaldo Arenas a suicidarse en 1990. Dos años después apareció su novela autobiográfica Antes que anochezca, llevada a la gran pantalla en 2001 con una interpretación magistral de Javier Bardem en el papel protagonista y dirigida Julian Schnabel. En la novela Arenas revisa su vida en Cuba, desde su niñez en Holguín, su juventud en La Habana y su exilio en Nueva York, atendiendo siempre a su condición homosexual y a sus encuentros sexuales en playas, parques, burdeles, casas propias y ajenas y que cuenta por miles. En Cuba solo pudo publicar Celestino antes del alba (1967), antes de ser encarcelado por homosexual y anticastrista, llevado a campos de trabajo y condenado por el partido, la universidad y todo el mundo cultural revolucionario.

La misma provocación, el mismo ruido y la misma poesía tenía la escritura de Pedro Lemebel. El chileno, que murió el pasado mes de enero, llevó a cabo intervenciones poéticas y políticas durante la dictadura de Augusto Pinochet y la transición a la democracia, se enfrentó a la izquierda ortodoxa con su manifiesto Hablo por mi diferencia y formó junto a Francisco Casas el grupo de agitación gay ‘Yeguas del Apocalipsis', que aparecían en actos públicos con reivindicaciones a lo Femen.

El movimiento gay en América Latina fue contestatario, ruidoso y de nuevo calificado como porno. Así ocurrió con Lemebel, pero también con los argentinos Néstor Perlongher, Osvaldo Lamborghini o el dramaturgo Copi, quien se atrevió a poner en escena en marzo de 1970 a Evita Perón interpretada por un travesti. Su versión del mito peronista se representó en París, donde vivía el autor, y a los pocos días explotó una bomba en el mismo teatro de L'Epée de Bois donde actuaban, Copi recibió amenazas de muerte por su pieza teatral y la prohibición expresa de regresar a Argentina.

ESPAÑA NO TIENE EROTISMO

En España lo gay de los ochenta fue Pedro Almodóvar, con más ruido que militancia, con más visibilidad que discurso crítico. España necesitaba sacudirse el franquismo a ritmo de ‘Gran Ganga, Gran Ganga' o ‘Me gusta ser una zorra', de las Vulpess, pero ¿y en literatura? ¿Terenci Moix? ¿Eduardo Mendicutti? ¿Álvaro Pombo?

Almudena Grandes, una referencia inexcusable. FOTO: DANIEL MORDZINSKI.

La editorial Tusquets creó en 1977 el Premio Sonrisa Vertical de narrativa erótica. Aprovechó el tirón que estaban experimentando los géneros populares, como el policial, la novela histórica o la novela rosa, que tendrían un recorrido muy próspero durante los años 80, especialmente en el caso de los dos primeros géneros. En 1989 Almudena Grandes se alzó con él gracias a Las edades de Lulú, la novela que la proyectó hacia el reconocimiento que le vendría más tarde por sus novelas sobre la Guerra Civil.

Pero Las edades de Lulú es casi el único título que se recuerda de la colección de Tusquets: ni los nombres de Luis Antonio de Villena, ganador en 1999, de Andreu Martín, ganador en 2001, o del valenciano Vicente Muñoz Puelles, ganador en 1981, permanecen como significativos dentro de un panorama literario más general.

Tras la escasa calidad de las últimas novelas, la editorial decidió suspender la concesión del premio en 2004. Hubo algún intento de rescatar el género sin mucho éxito: Lucía Etxebarría publicó en 2007 Lo que los hombres no saben, una compilación de cuentos que no trascendió más allá del gesto. Fue publicado en la colección La erótica, de Booket, el sello de bolsillo de Planeta, una colección que sobrevive con obras muy escasa calidad. Hoy en día habrá que ver qué dan de sí editoriales nuevas como Dos Bigotes, especializada en literatura gay.

Quizás como última obra destacable figuraría Historias del Kronen, de José Ángel Mañas, finalista del Premio Nadal en 1994, que se convirtió en un auténtico fenómeno de ventas. Y con problemas. Cuesta rastrear lo explícito. Cuesta rastrear los síntomas de lo escandaloso. Porque o bien la literatura no tiene ninguna capacidad de conmoción social, o bien los contornos de la estrechez y el conservadurismo de las 50 sombras de Grey están bien fijados en el campo cultural nacional.

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