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CRÍTICA DE CINE

Calabria
Una obligación moral

CARLOS AIMEUR. 01/04/2015

VALENCIA. Entre noviembre y diciembre de 2010 la RAI 3 emitió un programa del periodista Roberto Saviano titulado Vente conmigo que duró nueve entregas. Fue un éxito tal que ganó en audiencia a la edición de turno de Gran Hermano y superó en share a un partido de la Champions entre el Inter de Milán y Barcelona. En cada uno de los programas Saviano realizaba largos monólogos sobre diferentes cuestiones que después reunió en un libro y que aparecieron publicados en España en 2012 por Anagrama. 

Uno de los más celebrados fue el que dedicó a la 'Ndrangheta. En él el periodista, que vive amenazado por la Camorra napolitana, recordaba la vieja leyenda según la cual tres de las mafias de Italia ('Ndrangheta calabresa, Mafia siciliana y Camorra) fueron creadas por tres caballeros españoles, Osso, Mastrosso y Carcagnosso (sic), "pertenecientes a una sociedad secreta de Toledo". Los tres habían huido de España hacia 1412 tras haber lavado con sangre el honor de una hermana violada por un hacendado prepotente. Según la leyenda los tres se ocultaron en la costa de Trapani durante 29 años, donde planificaron cómo debía ser una organización criminal y finalmente se fueron cada uno a un lugar. Carcagnoso, el más aventurero, acabó en el reino de Nápoles. Osso, el más holgazán, se quedó en Sicilia. Y Mastrosso cruzó el estrecho de Messina y llegó a Calabria.

El 91% de la superficie de Calabria son mitad montañas mitad colinas. Es una tierra dura, inhóspita, de hombres parcos en palabras y mujeres calladas, que aún hoy en muchos casos aceptan el papel secundario que se les impone. En ese escenario, según la leyenda, Mastrosso encontró un terreno fértil en el siglo XV para fundar la que es para los autores de Hermanos de sangre: Historias de la ‘Ndrangheta (Editorial Debate), el fiscal Niccola Grateri y el historiador Antonio Nicaso, "la mafia más poderosa de Italia".

Esta organización delictiva saltó a la primera página de los periódicos realmente hace menos de una década, a raíz de una masacre en Duisburg en 2007. Históricamente se había dedicado al contrabando de tabaco y al secuestro, y a mediados de los años sesenta la organización comenzó a crecer como cáncer y extendió su metástasis al Norte de Italia. "Porque es en el norte donde las organizaciones criminales, sobre todo la ‘Ndrangheta, hacen sus negocios", decía Saviano en Vente conmigo.

Enriquecida por el control del tráfico de cocaína en Italia, con tejemanejes en la construcción, muchas muertes discretas a sus espaldas y unos lazos sólidos y gruesos con la política, la 'Ndrangheta ha puesto y quitado alcaldes sin que nadie lo haya sabido. Fortalecida a partes iguales por el orgullo de sus miembros y los intereses creados, sometida a un férreo control por sus múltiples cabezas y un sistema de valores arcaico pero eficaz, la ‘Ndrangheta se ha hecho tan fuerte como temible. Con unos ritos secretos centenarios desconocidos hasta hace prácticamente unos años, hermética hasta lo enfermizo, la 'Ndrangheta ha crecido al margen de la prensa, de los medios, pero no es una leyenda; existe.

El arcano que rodea a la ‘Ndrangheta era y es tal que las películas sobre la mafia calabresa han sido tan escasas como dispersas, un vacío que en parte intenta cubrir Calabria. A partir de un libro de Giaccochino Giaco, Almas negras, Francesco Munzi ha construido en este largometraje un perfecto retrato de esa mafia, desde una perspectiva semidocumental que contribuye a entender las raíces del crimen, el porqué esas organizaciones se han mantenido y mantienen, y sin abandonar nunca la historia que narra. 

La peripecia de la familia de los Carbone sirve a Munzi para tejer un retrato certero que describe tanto los vínculos de esta mafia con los cárteles latinoamericanos (breve intervención incluida de Carlos Bardem al principio de la película), como sus relaciones con el poder político, y para ello emplea unas pocas palabras, gestos, miradas. Los hermanos Carbone se convierten en metáforas de la sociedad calabresa. Retratándoles, Munzi fija los criterios de vínculo con la mafia (colaboración activa e indiferencia) que se establecen en estas familias, con especial querencia por el punto de vista del mayor, Luciano, encarnado por Fabrizio Ferracane, un personaje que ha optado por una vida alejada del odio mientras sus dos hermanos se dedican con ahínco a los negocios criminales de la familia, uno como matón, Luigi (Marco Leonardi), y el otro como respetable y duro hombre de negocios, Rocco (Peppino Mazzotta).

Pese a partir de una historia de ficción, los personajes son tan intensos como verosímiles. A ello se une la forma de narrar de Munzi, que va de menos a más, con sus largos planos contemplativos y descriptivos, con sus silencios y sus elipsis, que hacen de Calabria más que un film, un documento, en el que a diferencia de casos similares el efectismo ha sido sustituido por la verdad y la espectacularidad por el dolor. Si el argumento de Calabria se construye sobre la idea del destino, según los criterios del clasicismo puro, la imagen se representa con brochazos románticos con esas descripciones del paisaje en secuencias casi oníricas. Y de esa combinación, en apariencia imposible, surge la fuerza visual de un largometraje epatante.

Munzi se adentra en el corazón del mal mostrando con precisión la forma tan particular que tienen los calabreses de relacionarse, tan distantes y amables; el doble significado que tiene que cierren una ventana de una casa cuando uno pasea por la calle; la discreción enfermiza y la tensión soterrada que rodea a cada conversación, con esas "frases a medias" a las que alude el personaje de la mujer de Rocco, norteña, moderna, sofisticada, desconcertada por la forma de ser calabresa ("yo no soy como vosotros", le espeta a su marido)... La galería de personajes rompe los pespuntes del cliché en gran parte gracias a la naturalidad de su reparto compuesto por actores profesionales y amateurs. Munzi ha seguido el modelo de cineastas como Ken Loach, y ha recurrido al uso de actores no profesionales que contribuyen a dotar si cabe de más realismo a una película que exuda verdad.

El drama se desata a partir de un conflicto nimio, evocando quizás la matanza de Dusiburg. Ésta se generó 16 años antes, cuando en unas fiestas de Carnaval de 1991 los miembros de una familia arrojaron huevos sobre el local de otra familia y causaron desperfectos en el coche de una tercera. En Calabria la semilla del odio son unas palabras de más, respondidas con el tiroteo a un local de una familia rival por parte del joven Leo, hijo de Luciano. Esta estúpida reacción es la que provoca que se abra la caja de Pandora y el odio, alimentado por más odio, jaleado por el orgullo y la ambición, acaban derivando en el abrupto y desconcertante final.

Tragedia griega, la película se desarrolla con una lógica implacable, arrastrando al espectador y obligándole a contemplar como la venganza emponzoña el alma, como la ira acaba con cualquier atisbo de esperanza, cuán difícil es ser un hombre justo y bueno desde la indiferencia. Y todo narrado con serenidad, sin recurrir a grandes palabras o actos, tan solo mostrando y en ocasiones ni eso, ya que algunos de los momentos más impactantes son precisamente las ya mencionadas elipsis. Calabria es un ejercicio de estilo cinematográfico modélico.

Áspera, dura, es posiblemente una de las diez mejores películas que se estrenarán este año en España. Sin embargo su desembarco en los cines comerciales ha sido prácticamente anecdótico, con apenas 18 copias en todo el país y unos visos de perdurabilidad bien magros. Uno de los filmes más honestos del año está condenado a permanecer sepultado entre comedias reiterativas y absurdos despliegues de efectos especiales, asfixiado por la enfermiza lógica de un mercado que convierte a cineastas mediocres en estrellas y que aplaude largometrajes denigrantes para la condición humana. Nada de ello empañará por el contrario el triunfo artístico que es Calabria, un filme tan excepcional como infrecuente, una rara avis que hay que preservar.

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