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ANÁLISIS

Pesadilla en la cocina (electoral)

MANUEL MUÑOZ. 25/05/2015

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VALENCIA. La caída del PP valenciano, que ha pasado de ejercer todo el poder institucional importante a la oposición en casi todas partes, ha sido como la del Imperio Romano del viejo chiste: rápida y estrepitosa. Después de 20 años de poder autonómico y hasta 24 de municipal en la capital, la jornada electoral ha dado al traste con todo ello y una izquierda transformada tomará el relevo con diversas formas de alianza.

La noche electoral muchos hablaban de sorpresa, especialmente por los abultados resultados de Compromís, que toma la delantera al PSPV hasta convertirse en segunda fuerza política en la ciudad de Valencia y que lo es tercera en las Cortes Valencianas, por delante de Ciudadanos, que no tendrá opción a decidir quién gobierna la Generalitat ni el ayuntamiento.

¿Sorpresa? No tanto, o sí en relación con lo que pronosticaban las encuestas que, por lo general daban mejores resultados a Ciudadanos y Podemos, y también al PP, en detrimento de Compromís. El fallo, muy probablemente ha estado en la cocina de los sondeos. Ante la falta de trayectoria histórica de estas dos fuerzas emergentes, su intención directa de voto ha sido generalmente tratada a una temperatura más alta de lo que la realidad ha evidenciado como razonable.

Por contra, con Compromís las encuestas se han quedado cortas, ya que con 19 diputados está muy cerca de los 23 que mantiene el PSPV en las Cortes Valencianas y en la ciudad de Valencia pisa los talones a los 10 que logra Rita Barberá. Esta se ha quedado en la mitad de los concejales que tenía, y solo uno por encima de los nueve que logró en 1991, cuando fue alcaldesa gracias a la alianza con hoy una extinta Unión Valenciana que entonces consiguió ocho, con el desaparecido Vicente González Lizondo como cabeza de lista.

Efectivamente, el problema de Podemos (con sus alianzas) y de Ciudadanos era, para las encuestas, la falta de la receta adecuada. Ahora ya se empiezan a ver resultados reales y en el futuro será más fácil procesarlos. Con la primera de estas dos formaciones, tras las elecciones europeas, se ha vivido una fiebre de omnipresencia y crecimiento en todas las encuestas que la realidad ha matizado. Y no es que no sea espectacular el fenómeno de Ada Colau en Barcelona y Manuela Carmena en Madrid, que lo es y mucho, sino que la representación lograda en los diversos territorios es cuanto menos desigual.

EL PRIMER CHOQUE EN ANDALUCÍA

En realidad el primer choque con la realidad que tuvieron las encuestas desde la aparición repentina y contra pronóstico de Podemos en las europeas fueron las elecciones de Andalucía. Ahí ya quedó claro que los números reales del partido de Pablo Iglesias estaban por debajo de las previsiones que lanzaban los sondeos. Y también que estas se quedan cortas con el PSOE y algo largas con el PP.

Es un territorio diferente y unas circunstancias distintas de lo que aquí encontramos, pero la primera deducción se ha demostrado correcta con el resultado del domingo: erraban quienes pronosticaban que la suma de PP y Ciudadanos (problemática en materializarse, por otra parte) daba mayoría absoluta en las Cortes Valencianas; acertaban quienes proyectaban una victoria de la izquierda, pero todos coincidían en dar menos representación a Compromís, que ha triplicado las que tenía en el Parlamento y en el Ayuntamiento de Valencia, y más a Podemos y Ciudadanos.

Parece lógico que la nueva izquierda que ofrece Podemos haya hecho poca mella en otra como Compromís más enraizada en el país. No ha sido las expectativas de crecimiento de Compromís lo que ha acabado yugulando Podemos, sino la presencia de Esquerra Unida, que por muy poco se ha quedado fuera de las Cortes y de muchos consistorios, incluido el de Valencia.

Por lo demás, la debacle del PP, envuelto hasta la saciedad e incluso el ridículo en numerosos casos de corrupción, se ha llevado pro delante a Alberto Fabra, que ha sido sin duda el que más ha intentado limpiar las listas de corruptos. Pero no hay que olvidar, como ha reiterado sistemáticamente la líder de Ciudadanos, Carolina Punset, que con el PP no se trataba solo de corrupción, sino también de gestión en muchos casos despilfarradora y desacertada. Y por solo citar dos enormes torpezas de Alberto Fabra habrá que recordar el cierre de Canal 9, con todo el esperpento que lo rodeó, y la llamada Ley de Señas de Identidad, que pretendió resucitar un cadáver, el del blaverismo de los setenta y ochenta, que hoy en día, con 33 años de Llei d'Ús a las espaldas, no es más que polvo, y, a diferencia del que glosaba Quevedo en el célebre soneto, en absoluto enamorado.

FINAL DEL RÉGIMEN

Así pues, con este estrepitoso hundimiento el PP cierra una larguísima etapa con ribetes de régimen en la que las mayorías absolutas de los últimos mandatos han sido un aliciente para la impunidad y la corrupción. En la que además han abundado proyectos faraónicos sin fuste de beneficio económico para la sociedad, junto a la enseñanza en barracones y la ausencia de una verdadera política industrial. En la que, fuera de los casos de corrupción, los diputados del PP han cobrado sobresueldos mientras que el paro, el subempleo y la crisis hacían estragos entre muchos de sus votantes. Una buena parte de ellos quizás han tardado mucho, pero el domingo le dio una contundente patada política en forma de papeleta.

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1 comentario

JJ escribió
26/05/2015 09:25

La Ley de señas de identidad, quizás la metida de pata más grande de Fabra, por excéntrica, anacrónica y surrealista. Un síntoma de que no supo imponerse a los trogloditas del PP, que son los responsables de no haberse enterado de nada hasta que han sido barridos. A ver qué pasa, Fabra merece tener manos libres para reformar el PP valenciano.

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