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OPINIÓN

La Economía del Bien Común en el nuevo Consell de la Generalitat valenciana

RAÚL COMPÉS LÓPEZ*. 10/07/2015 "Desde la nueva Conselleria se puede contribuir a demostrar que otro estilo de gestión pública y empresarial es posible..."

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VALENCIA. Con el nombramiento de Rafael Climent como Conseller de Economía Sostenible, Sectores Productivos, Comercio y Trabajo y de Francisco Álvarez como Director General de Economía Social y Emprendimiento, la Economía del Bien Común (EBC) ha entrado al nuevo Consell surgido de las últimas elecciones autonómicas. Comenzando por el segundo, el nuevo Director General es la más persona más representativa de la EBC en la Comunitat Valenciana.

Rafael Climent, conseller de Economía.Llega al puesto tras una larga y dilatada carrera dedicada al mundo bursátil y financiero. Buen conocedor de los entresijos del sistema económico, y a la manera de un Stiglitz valenciano, ha dedicado sus últimos años a denunciar los excesos del modelo económico surgido tras la caída del muro de Berlín en 1989. Adicionalmente, uniendo la experiencia del veterano con la ilusión del joven, ha desplegado una intensa labor pedagógica en libros, conferencias y programas de radio para explicar su visión alternativa. Por su parte, el nuevo Conseller ha desarrollado desde la Alcaldía de Muro de Alcoy una praxis de gobierno local basada en los principios de cooperación, participación y gestión pública prudente con intensa vocación social. Para ambos, la convergencia con los postulados de la EBC ha sido un proceso natural.

Aunque el concepto de "bien común" tiene una larga tradición, y en las últimas elecciones municipales han popularizado el complemento "en común" como marca política, lo que se conoce como Economía del Bien Común es un paradigma joven, relativamente en construcción y todavía poco conocido. Su formalización se debe al profesor de la Universidad de Viena Christian Felber, que publicó un libro con ese nombre a comienzos de la década actual. Su génesis se enmarca en el malestar provocado por la globalización neoliberal, que se ha visto agudizado por la crisis y, consecuentemente, en la búsqueda de alternativas originales al sistema neoclásico capitalista dirigido desde los centros del poder financiero internacional.

Simplificando, la EBC tiene dos dimensiones, una política y otra económica‐empresarial. La primera contiene un programa de gobierno que se resume en más participación por parte de los ciudadanos del proceso de toma de decisiones políticas, mayor énfasis en la reducción de las desigualdades y, como seguramente hubiera suscrito K. Polanyi, defensa de un modelo de sociedad en el que la economía sea un medio y no un fin, y que no invada todas las relaciones personales.

La segunda ofrece un mecanismo original para ir transformado paulatinamente y de abajo‐arriba el tejido productivo. Consiste en la adhesión voluntaria de las empresas a un código de buenas prácticas que va más allá de los estándares cada vez más descafeinados de la Responsabilidad Social Empresarial o Corporativa. Se trata de un sistema que intenta cuantificar y certificar la aportación al bien común por parte de las empresas, teniendo en cuenta la suma neta de las externalidades positivas que generan.

Para que este enfoque empresarial tenga éxito es preciso que converjan varios factores: en primer lugar, que cada vez sean más los empresarios convencidos de la necesidad de pasar del objetivo de maximizar el beneficio privado al beneficio social como fundamento de una economía sostenible; en segundo lugar, que cada vez sean más los consumidores que ejerzan su poder de compra para priorizar a los oferentes que crean más valor y, en tercer lugar, que las administraciones públicas reconozcan y compensen a las empresas que se alinean con este paradigma.

Todos estos mecanismos, aun siendo determinantes, se quedarían en meramente instrumentales si no estuvieran anclados en sólidos criterios programáticos. A este respecto, lo que distingue a la EBC de otras teorías es que retorna a los clásicos griegos para establecer el fundamento último de la actividad económica, que no es otro que la ética.

Esto supone una Productivos, Comercio y Trabajo, Social y Emprendimiento,  enmienda a la totalidad del supuesto liberal, establecido por A. Smith, de que la búsqueda del interés privado acaba conduciendo, aún sin quererlo ni perseguirlo los actores económicos, al interés general. Se trata de un planteamiento original que permite a la EBC rediseñar el terreno de juego en el que vienen produciéndose los debates sobre economía política desde hace más de un siglo. Dejando en segundo plano las categorías dicotómicas "Estado‐mercado" o "público‐ privado", típicas de la dialéctica capitalismo‐socialismo, recupera el proyecto aristotélico de oikonomía, que consiste en administrar bien "la casa" y no únicamente en ganar dinero.

La tarea de promover esta filosofía en la agenda política y empresarial valenciana es hercúlea, pero Francisco Álvarez y Rafael Climent no están solos en esta tarea. En los valores de la EBC también militan otros personajes de la Comunitat Valenciana, con un arraigo especialmente intenso en la comarca del Alcoyá. De todos ellos, para hacer justicia a su liderazgo y significación, hay que citar a Juan Cascant y Francisco Usó.

El primero, desde la bodega el Celler de la Muntanya y la marca Microviña, defiende un modelo empresarial basado en el aprovechamiento de los recursos endógenos, la reivindicación del condenado minifundismo, la defensa de relaciones justas entre la empresa y el medio natural y social en el que se inserta y el fortalecimiento de la educación, el conocimiento y la cultura como vectores de cambio del sistema productivo.

El segundo, desde el corazón del triángulo de oro de la clementina, está luchando con la empresa Supernaranjas para consolidar una alternativa innovadora en un sector tradicional como el citrícola, que ha perdido buena parte de su pujanza y dinamismo en las dos últimas décadas. Para ello ha puesto a punto un modelo de negocio que aúna tradición y modernidad, venta directa con citroturismo y respeto del territorio con gestión moderna y empresarial; todo ello a partir de una pequeña y parcelada explotación, quinta‐esencia de la citricultura valenciana. Lo que hay en juego no es solo evitar que desaparezcan estas pequeñas explotaciones agrícolas, sino demostrar que es posible hacer rentables pequeñas empresas agroalimentarias. Lo que se dirime es si hay oportunidades para sobrevivir entre las amenazas de desaparecer o por absorción de las grandes empresas del sector o por abandono de la tierra, plaga que se extiende silenciosa por muchos rincones de la geografía agrícola valenciana, incluso en algunos de los más feraces como Borriana.

Pero la EBC no es una receta, ni tampoco una panacea, sino un marco abierto y flexible definido por unos nuevos principios. Por muy brillante que sea su desempeño y por mucho el apoyo social que concite, no es probable que el equipo capitaneado por Rafael Climent y Francisco Álvarez pueda cambiar en el corto plazo, y de forma sustancial, la estructura de la economía valencia, y ello a pesar de que la magnitud de los destrozos provocados por la crisis está pidiendo a gritos un impulso enérgico renovador.

No es tarea sencilla modificar un modelo productivo que tiene una poderosa inercia, que se nutre de reflejos y comportamientos típicos de una economía especulativa dependiente de unos pocos sectores, y que se encuentra en un entorno abierto y muy competitivo derivado de la globalización asimétrica neoliberal y la adaptación acelerada de los sistemas de producción al incesante cambio tecnológico. Sin embargo, desde la nueva Consellería se puede contribuir a demostrar que otro estilo de gestión pública y empresarial es posible, apoyar iniciativas innovadoras alineadas con este nuevo paradigma y catalizar los procesos de transformación de la economía valenciana. Para acabar, entrar en un gobierno de la mano de un paradigma que se nutre de un sustrato ético, de una nueva forma de virtud, significa que la responsabilidad es aún mayor y el margen de error menor. Por ello no está de más recordar el consejo de Einstein, que dice que "dar ejemplo no es la principal manera de influir, sino la única".

* Raúl Compés es profesor de la Univesidad Politécnica de Valencia

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5 comentarios

Javier escribió
11/07/2015 12:26

Excelente análisis del profesor Compés. Ahora lo importante es que Rafael Climent, Francisco Álvarez y el resto de actores no estén solos, y los planteamientos que tan clara como resumidamente ha expuesto Compés de la EBC impregnen las mentalidades del resto de actores del sistema, y contribuyan a un cambio de actitudes. Avanzar con paso firme y seguro en esta dirección parece, también, la única dirección para un futuro más sostenible.

Miguel escribió
10/07/2015 16:51

La economía del bien común está funcionando bien en otros países europeos. Es preciso que los empresarios valencianos cobren conciencia de lo que pueden hacer por la comunidad simolemente comprometiéndose un poco en los valores del bien común.

José Luis escribió
10/07/2015 13:40

Ja era hora que entraren aquestes propostes en les institucions valencianes. És el moment de mirar avant i gestionar els recursos pensant en els ciutadans i no en clusters clientelars i personatges de cobdícia extrema. Hi haurà un abans i un després a la Generalitat, a poc que es deixen treballar com saben a Rafa Climent i Paco Alvarez, un ticket imbatible social y económicament.

Josep Lluis Perez Verdu escribió
10/07/2015 11:19

Una nova i fresca saba flueix en la linea de la responsabilitat economica del nou Govern del Pais Valencia. Aixó em dona una gran esperança i em genera un caudal d'energia. Ara es l'hora!!. Ho podeu demostrar!!

Marta escribió
10/07/2015 08:52

Otro estilo de gestión es posible, una gestión que ponga el acento en cubrir las necesidades del ser humano, en la responsabilidad social y en el bien común. Estoy segura que eso nos haría mas felices a todos.

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