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CRÍTICA DE CINE / ESTRENO

Project X
La universidad es cosa 'seria'

08/06/2012 MANUEL DE LA FUENTE



VALENCIA. Hubo un tiempo en el que las universidades eran cosa seria. Porque hubo un tiempo en el que, de hecho, la sociedad era seria. Estaba bien visto cursar una carrera porque ello suponía adquirir no sólo conocimientos avanzados sino una preparación intelectual que garantizaba que esa misma sociedad estaría dirigida por la gente mejor preparada. Conceptos como la autonomía universitaria o la libertad de cátedra certificaban la independencia de la institución y su valor como garantía para el avance en todos los ámbitos, desde el social y político hasta el económico y cultural.

Pero de repente, todo eso cambió. Políticos de diverso pelaje y condición empezaron a ver que las universidades podían ser un negocio y empezaron a sospechar de esa independencia. En España se crearon universidades en todas las provincias, y con todas las carreras en cada una de ellas. Porque, de este modo, un aburrido municipio se convertía en un sitio lleno de estudiantes que animaban el cotarro, daban vidilla allá donde antes sólo había tristeza y bares ocupados por los parroquianos del lugar.

Y se produjo, además, otro fenómeno que también se dio en Estados Unidos: si la universidad no se plegaba al poder de turno, pues se creaban universidades absurdas, privadas, católicas y muy piadosas del Señor, que dijesen a todo "sí, bwana". El nuevo modelo lo resumió a la perfección Carlos Fabra cuando, hace algunos años, se refirió a lo que él creía que debería ser la gestión de la Universitat Jaume I con una advertencia tan escueta como contundente: "Qui paga, mana".

El cine reflejó de inmediato este cambio de paradigma. Si hasta los años 80 las universidades eran mostradas como centros de estudio, a partir de esa década se mostraron como lugares para la fiesta y el pitorreo. Hollywood empezó a vender la imagen que tienen los políticos conservadores al respecto del sistema educativo: que es un cachondeo.

Y se popularizaron las películas sobre estudiantes de instituto y universidad cuya herramienta principal de socialización era montar fiestas privadas que fuesen populares. Como en Estados Unidos el ámbito de fiesta es indoor (al contrario que en España, donde es outdoor), el éxito no se mide en ser el tío más cachondo, divertido y el que más liga, sino en ser el que organiza la fiesta más desmadrada.

Así, desde hace treinta años se ha establecido un tipo de películas que muestran que lo mejor del ir al cole o a la universidad es liarla parda en una fiesta. Lo demás es accesorio. Y el modelo ha llegado a España, de manera que aquellas películas como Porky's (1982) han dado lugar a ejemplos del cine patrio como Slam (2003), Fuga de cerebros (2009) o Fuga de cerebros 2 (2011). Películas que constatan cómo ha cambiado la percepción que se tiene del sistema educativo gracias a los esfuerzos denodados de la clase política por degradarlo.

El último ejemplo de este subgénero es Project X. La historia es la de siempre: un grupete de pringadillos que están en el último año de instituto montan una fiesta en casa de uno de ellos, aprovechando, como siempre, la ausencia de los padres durante el fin de semana. Como quieren ser los chicos populares, invitan a todo cristo, consiguiendo que las animadoras tetudas y los deportistas buenorros acudan, lo que sirve de reclamo para que la fiesta acabe siendo un éxito total.

Y desmesurado. Como la gente se pasa tanto con el alcohol y las pastillas, el desfase no es que derive en la destrucción de la casa (característica ineludible de estas películas) sino en un gran disturbio callejero, con coches quemados, enfrentamiento con la policía e incluso intervención de helicópteros y antidisturbios.

"¿Cuántos vinieron a la fiesta, hijo?", le pregunta al organizador su padre a la mañana siguiente. "1.500", responde el chaval. Y entonces la consternación paterna se transforma en orgullo porque su hijo lo ha logrado: tendrá que pagar un pastón, la familia se endeudará y el hijo será imputado por incitación a la violencia, pero todo acaba bien porque lo importante es eso, el triunfo social a partir de la fiesta.

La verdad es que la película tiene su miga. En primer lugar, por su tratamiento, ya que se presenta como un falso documental filmado por un amigo del protagonista, que va todo el rato cámara en mano recogiendo desde los preparativos de la fiesta hasta sus consecuencias. El falso documental es una técnica que usan varios directores, como Woody Allen, que vuelve a él periódicamente desde el principio de su carrera (Toma el dinero y corre, Zelig, Acordes y desacuerdos) por su efecto cómico a la hora de provocar una sensación de realidad. Y este tipo de falsos documentales subjetivos de cámara en mano buscan potenciar esa sensación de que estamos viviendo una crónica de los hechos tal y como sucedieron.

La técnica triunfó con El proyecto de la bruja de Blair y ha dado lugar a todo un reguero de peliculitas que nos intentan hacer creer, por ejemplo, que existen los trolls en Noruega (Trollhunter, estrenada en 2010) o que los adolescentes pueden tener superpoderes (Chronicle, estrenada hace un par de meses). En este caso, Project X nos dice, con ese tratamiento narrativo, que no estamos ante una película de ficción más, sino que las fiestas son así, el sistema educativo es así y es de esa manera como se consigue el éxito y la integración social en la sociedad norteamericana.

Por otro lado, no deja de tener gracia la relación causa-efecto que se establece en la película entre juergas con borracheras y altercados con la policía. Vamos, que la película bien podría ser la cinta de cabecera de Esperanza Aguirre, Paula Sánchez de León o todos esos politiquillos del tres al cuarto que no conciben que uno pueda concentrarse o manifestarse porque crea en el progreso social, no porque esté borracho o manipulado por sus padres. En Project X los altercados vienen porque están todos con un pedal de impresión y no quieren que la policía acabe con la fiesta y el cachondeo. Lo primero es lo primero y, si no, que se lo pregunten a los habitantes del pueblo de Cáceres que han votado esta semana que prefieren las fiestas con toros a las políticas de empleo.

Pero lo más sonrojante es ese final feliz en el que todo concluye en plan pelillos a la mar. Todo sea por la fiesta, viene a decir la película. ¿Estudiar? ¿Trabajar? ¿Para qué, si el triunfador absoluto que aparece es un jugador de rugby? Los demás son empollones que sólo piensan en libros, que no ligan con chicas, que no saben montar fiestas. En definitiva, unos auténticos perdedores que no saben de qué va el sistema educativo. Que miren a su alrededor.

Vale, antes el progreso se basaría en eso, en sacar buenas notas. Pero hoy ya no va de eso. Hoy hay que ser un macarra, vestir con corbata, dirigir un banco o un ministerio de cultura y hundir el sistema bancario o la educación y la cultura de este país. ¿A qué mayor realización puede aspirar el ser humano?

FICHA TÉCNICA

Título: Project X
Año
: 2012, Estados Unidos
Duración: 88'
Director: Nima Nourizadeh
Actores: Thomas Mann, Oliver Cooper, Jonathan Daniel Brown, Dax Flame

Sinopsis: Un estudiante de instituto organiza una fiesta en su casa una noche que sus padres se ausentan. La masiva asistencia de invitados deriva en disturbios callejeros y enfrentamientos con la policía.

El productor, Todd Phillips, es el realizador de películas como Resacón en Las Vegas, Salidos de cuentas o Resacón 2.

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