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‘Adorada y añorada Victoria’, por J. Á. Vela del Campo

10/10/2012 A finales de este mes de octubre el teatro de La Zarzuela va a rendir un homenaje a la inolvidable soprano Victoria de los Ángeles
A finales de este mes de octubre el teatro de La Zarzuela va a rendir un homenaje a la inolvidable soprano Victoria de los Ángeles, con la presentación en Madrid del documental Brava, Victoria, complementado por un recital de Celso Albelo. La recaudación está destinada a fines sociales de la Fundación que lleva el nombre de la cantante.

He tenido ocasión de ver el mediometraje y les confieso que me he emocionado. Por la manera de cantar de Victoria, por su forma de ser. He recordado a Helena Mora cuando un día susurró confidencialmente que los temas cantados por Victoria son como “abrazos”. Lo son. Hay una naturalidad impagable en su aproximación a la música, un compromiso con la vida desde la sencillez, una espontaneidad sobrecogedora en la manera de recoger sus experiencias. En el documental hay escenas que penetran en lo más hondo y vuelven a traer a primer plano la personalidad y la ética de una de las cantantes más conmovedoras de la Historia. Desde su periodo de formación con Ars Musicae a su debú en el Festival de Bayreuth con una Elisabeth de Tannhäuser que Wieland Wagner calificó de “sutilmente espiritual, casi mística”. La “mejor cantante francesa de la historia”, como llegó a decir Le Figaro, se despidió de la ópera en 1980, precisamente en el teatro que ahora la recuerda, con una Mélisande de Debussy. Después volvería al mismo teatro en la primera edición de los ciclos de Lied. Es, pues, oportuno que este homenaje madrileño se celebre ahí.

“Lo que el Arte nos comunica, aunque lo haga por medio de los sentidos corporales, está siempre dirigido al espíritu. La pintura, la escultura, la danza, la arquitectura, el teatro, la literatura, la poesía, a pesar de su diversidad, son UNO y se corresponden entre sí, vengan de donde vengan: de lugares cercanos o lejanos, de épocas actuales o remotas”, dijo Victoria de los Ángeles cuando le concedieron la Medalla de Oro de las Bellas Artes en 1992. Y con ese humanismo a flor de piel que siempre desprendía se apoyó a continuación en el mismo discurso en citas o pensamientos de un pintor como Ramón Gaya o un poeta como Luis Cernuda. La cultura, el conocimiento, el ansia de saber, siempre estaban presentes en Victoria.

También, la amistad. Les cuento una anécdota. En cierta ocasión, a propósito de una cena que habían organizado en su honor los Amigos de la Ópera de Madrid me encargaron que organizase un coloquio con ella. Victoria solamente puso una condición: que se sentasen en la misma mesa, uno a su derecha y otro a su izquierda, los críticos de ABC y El País, Antonio Fernández-Cid y Enrique Franco, los dos enormes admiradores de la soprano pero sin especiales afinidades entre ellos por decirlo de una forma suave. Lo consiguió. Es más, llegaron a coincidir en señalar el personaje de Manon, de Massenet, como el más logrado de la carrera operística de Victoria.

En Diverdi tienen abundantes muestras del arte infinito de Victoria de los Ángeles: lieder o canciones populares; óperas de Wagner, Puccini, Bizet o Falla. Háganse un master con el documental Brava Victoria como chupito. Comprenderán aún mejor lo que significa ese concepto tan ambiguo y tan fundamental que conocemos como musicalidad.  

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