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Desprestigio de la mentira

JOSÉ MARTÍNEZ RUBIO. 24/11/2012

Las teorías del caos

José Martínez Rubio

Becario de investigación en la Universitat de València
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VALENCIA. Hay hechos, palabras, escenas... que existen pero se estrellan contra el vacío. La mayoría se pierden pero otros se quedan aleteando un tiempo hasta manifestarse en pequeños detalles.

Hace unas semanas tuiteé algo que, por más que miro mi TL, no encuentro. Al parecer, nadie había visto esa confesión virtual o nadie la consideró de interés -a pesar del interés que me atrevo a calificar como "evidente"-. Al cabo de muchos días una amiga, en plena conversación de muchas cosas me preguntó de repente: "Oye, ¿eso de los gitanos era verdad?". Solo acerté a devolverle la pregunta mientras ganaba tiempo: "¿Qué gitanos?" (una respuesta nada original, vaya, pero intenté suplirlo arrugando la frente como extrañado...). Y entonces supe que todo queda, incluso lo más mínimo, y que todo vuelve como una amenaza, como una acusación, incluso lo más inocente.

"Sobre todo me encanta que me preguntes si era verdad", intenté desviar el tema. Siempre me ha preocupado el desprestigio de la mentira, esto es cierto. Y más cuando avanza ese espíritu inquisitorial contra ella, como si no fuera higiénica y balsámica, en ocasiones. Como si no fuera mejor, muchas veces, a lo que la vida nos va dejando. "Novelero", han llegado a decirme, incluso separándolo con guiones. "Lo mío son verdades poéticas", llegué a decir colmado de amargura en una pelea. Pero eso es otra historia. Mi amiga se reía mientras desarrollaba todo este circunloquio para no decirle que sí, que lo de los gitanos era cierto.

Y entre carcajadas le conté que en medio de un atasco (y esto es verdad), me removía yo en el asiento del coche intentando averiguar por qué no avanzábamos si estábamos todos pitando con entusiasmo. Avenida Aragón, para ser exactos. Hora punta y sin fútbol en Mestalla (como casi siempre). En esas estaba yo con mi desconcierto inmóvil cuando vi de reojo que un gitano, encerrado en su furgoneta mastodóntica, sacaba su cuerpo por la ventanilla y me daba golpes con los nudillos en la de mi copiloto ("mi copiloto" me parece demasiado técnico para una ausencia), que estaba entreabierta. Terminé de bajarla y quité la música para ver qué quería. "¡El más grande!", empezó a gritarme. "¡El más grande!".

Y apareció otra cabeza por su espalda y empezó: "¡Ole! ¡Grande! ¡El más grande!". Asustado por los elogios que gritaban a pleno pulmón y deseando que no se refirieran a mí, les interrumpí: "Pero grande, ¿quién?"... "¡Camarón! ¡Ole! ¡El más grande!". Y comenzaron a palmear en el momento justo en que los coches reanudaban la circulación. "¡Oleeeee!", les dije mientras arrancaba y escapaba a toda velocidad, avergonzado como un adolescente. Y en los semáforos de la Gran Vía procuré ponerme muy por delante de ellos para que no continuaran con su alegría calé al otro lado de la ventanilla.

Debí de tuitearlo en un ataque de estupor. "Es una agresión contra mi intimidad, ¿no?", le pregunté a mi amiga, a la que la historia no le pareció gran cosa. La intimidad es igual de higiénica y de balsámica como la mentira, porque no existe para los demás. Mi coche, mi música, mis grupos secretos de Whatsapp, mis listas de reproducción de Spotify... todo ello pertenece a un campo inconfesable y sería un drama que todo saliera a la luz. Una verdadera tragedia colectiva. Una hecatombe social. La intimidad, ese espacio oscuro que guardamos como un asesino guarda un cadáver, es decir, con angustia y con una normalidad fingida, es la contrapartida para que seamos personas mínimamente normales. Tampoco quiero saber yo de las intimidades de la gente... los prefiero higiénicos y balsámicos, con sus tormentos bien escondidos y sus secretos en guardia para no ser descubiertos. Lo normal.

"Si todo saliera a la luz...", le expliqué a mi amiga, "imagínate", y le puse carita de preocupación. Incluso ha sucedido alguna vez que un fallo técnico ha destapado en algún usuario los mensajes privados del Facebook. Tales golpes del destino, tal alarde de gratuidad, no hace bien a nadie.

Yo, que soy de Alaquàs, escucho a Camarón en el coche. Exacto. Y además, en más de una ocasión he atravesado los túneles del Paseo de la Pechina como si estuviera en un Mercedes blanco cantando "Volando voy". Y alguna vez he cruzado las Torres de Serrano con las ventanillas bajadas para que los turistas japoneses se sientan parte flamenca implicada. Y ya está. En los semáforos palmeo. Por la calle Colón subo el volumen. Pero lo hago a escondidas y a toda velocidad porque, básicamente, no tengo la menor idea de cantar y no me atrevería a hacerlo públicamente. Y creo que es mejor para todos. Incluso para los gitanos de la Avenida Aragón.

"Eres un novelero", me dijo mi amiga después de todo el rollo. Pero ella también sabe que la mentira refuerza la verdad, y que somos más o menos normales porque escondemos cosas inconfesables. Que revisamos compulsivamente las fotos de ciertos amigos, que buscamos nuestro nombre en Google, que perseguimos por la calle a alguien que nos parece interesante, que damos alguna vuelta de más a la manzana para poder cruzarnos de casualidad con quien queremos, que hemos votado a Zapatero, que volvemos a solas al bar del que acabamos de salir a ver si pasa de nuevo... que hemos votado a Rubalcaba, que pensamos en el futuro divorcio de los novios que acaban de casarse, que hemos votado a Alarte, que decimos "qué preciosidad de niño" delante de un gremlin... Todo eso, en realidad, nos hace mejores. Con permiso, creo haberlo demostrado.

Las teorías del caos

José Martínez Rubio

Becario de investigación en la Universitat de València
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2 comentarios

José Martínez Rubio escribió
25/11/2012 10:54

Espero que, a pesar de Camarón y de las paradojas sobre la verdad y la mentira, siga leyendo este blog y comentando. Un saludo, y gracias por el enlace.

24/11/2012 19:20

Buenas tardes: Ud no deja de sorprenderme tiene frases como que "la mentira refuerza la verdad" que tomada al "pie de la letra" es un sinsentido sin embargo, algunas veces detrás de una mentira hay una gran verdad. En cuanto a Camarón algunas veces por mas "aflamencado" que uno puede ser me resulta insufrible. Como me imagino que nadie de Cadiz va a leer de este comentario cuando vaya espero no sufrir "tirones de orejas".- Voy a poner un enlace de su artículo de hoy en mi blog por lo menos para que otros puedan leerlo.- Un saludo y buenas tardes y mañana ¡suerte Alonso¡ Alejandro Pillado Marbella 2012

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