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EL CABECICUBO

Todo por el share: debates, tertulias y otras bazofias de la televisión

ÁLVARO GONZÁLEZ. 23/02/2013

Mario Conde en el Gran Debate

Los intercambios de opinión con invitados que conozcan el tema del que hablan, que se respeten y no se insulten registran hasta diez veces menos audiencia

MADRID.  Para comprobar cómo han cambiado los tiempos, basta con echar un vistazo a los programas de debate televisados. Si uno vuelve a ver una emisión de La Clave, un espacio de hace treinta años, le invadirá una sensación de irrealidad. Como de ver televisión sin cortes publicitarios, sentirá un vacío, se dirá mirando a los contertulios ¿por qué no se interrumpen?

A toro pasado, al margen de la profundidad de los debates, entonces llamados coloquios, lo que más llama la atención es que, si La Clave se comparase con cualquier programa de discusión política actual, sería como situar en el mismo plano una misa en el Vaticano con una pelea de gallos en México.


Basta con echar mano de Youtube para recordar. En un programa sobre el marxismo, así, sin más, con filósofos franceses, Alfonso Ossorio, Tierno Galván y Santiago Carrillo, se produjo un hecho sin precedentes. El director del programa, José Luis Balbín, se quejó de que lo que estaba ocurriendo en el plató jamás había sucedido en La Clave. Bernard-Henri Lévy interpeló a Carrillo. Osó hablar a la vez que él mientras el secretario general del PCE tenía la palabra.

Balbín amenazó con apagarle los micrófonos. Carrillo dijo al respecto de que le cortaran: "El liberalismo de Bernard-Henri Lévy lo estamos viendo aquí". Todo por una interrupción que recordaba muy remotamente a Ana Mato un día que estuviera sedada.

Pero no había educación porque fuera un debate de mayor matiz filosófico. En otra ocasión, se emitió un programa dedicado a los problemas de Andalucía con Juan Manuel Sánchez-Gordillo, Julio Anguita y Hernández Mancha, donde el líder regional de Alianza Popular replicó que había pobres en todas partes, que cuando iba a Madrid también venía mendigos, y todo transcurrió con una paz y un sosiego ahora inimaginables.

Del mismo modo que se discutía sobre Cataluña, con paz y amor. La sociedad era más pobre, menos desarrollada culturalmente, la dictadura estaba cercana en el tiempo y, sin embargo, la palabra se respetaba con más educación que ahora, que las diferencias reales entre una postura política y otra son mucho menores y ningún invitado tiene cicatrices recientes de una estancia en prisión.



Si hasta en Más Allá para discutir sobre ocultismo, conciencias cósmicas, órdenes secretas y otras patochadas como las que ahora vende Cuarto Milenio, había una consideración y un saber estar que parecía un salón aristocrático del siglo XVIII.

El ejemplo más claro de cómo hemos evolucionado está en 59 segundos. Incapaces los contertulios de comportarse con educación y respeto a su oponente o resto de invitados, dando ya por hecho que todo iba a transcurrir a gritos, cuando pasaba el tiempo para cada intervención se cortaba automáticamente el sonido. Con la humillación, además, de que el micrófono iba bajando lentamente. Y raro es que alguno no se agachase al mismo tiempo para seguir gritando.

Miguel Ángel Rodríguez en '59 segundos'

No obstante, pese a su pobreza, los debates han invadido la programación informativa. Al principio, se atrevieron a introducirse, como un virus, por los informativos.

Ahí estuvieron en Telecinco Carlos Carnicero y Federico Jiménez Losantos comentando las noticias al final de cada entrega al más puro estilo tenis de mesa.

Un modelo, el de introducir comentarios, que le gustaba mucho a Luis Mariñas, hasta el punto de probarlo con Ana Botella, la esposa de José María Aznar cuando éste aún no era presidente.

Más adelante, ningún magacín de corazón matutino que se preciara podía prescindir de una tertulia política. Las dos más relevantes, la que tenía María Teresa Campos, con César Vidal y Arturo González como polos opuestos. Y la que ahora luce Ana Rosa Quintana, donde ha habido estrellas del show-bussines de la opinión campechana, como Miguel Ángel Revilla, o su propio exmarido, Alfonso Rojo.

En cuanto a este último, con el revuelo formado por el vídeo de Beatriz Talegón, todo el que no creó la nota de prensa días antes, Alfonso Rojo la acusó de no haber trabajado en su vida. Ella le explicó, caso por caso, del Burger King a su posición actual, todo su historial laboral dejando en evidencia al tertuliano. Sin haberse documentado, no sólo gritaba sus opiniones sobre lo humano y lo divino, también sobre otras personas. Pero es que es la tónica habitual en estos espacios.



Ahora, el momento estrella de los debates es el prime time de los sábados, con La Noria reconvertida en El Gran Debate y La Sexta Noche. En el primero de ellos, los griteríos de varios contertulios a la vez son ya hasta populares, una seña de identidad. Durante sus dos o tres horas de duración, el espectador tal vez pueda quedarse con algún razonamiento si tiene suerte. Con lo cara que se vende la información en los telediarios, apenas un minuto y medio por tema, para berrear, a la parrilla le sobran horas.

Decir a estas alturas que la discrepancia se ha convertido en un entretenimiento y el debate consiste en imponer puntos de vista es ya un lugar común. Pero todavía hay otra faceta más grave, es la desinformación. Tan mala es la corrupción, por ejemplo, como que sólo se hable de ella, aunque resulte complicado.

Con todo, aun queda espacio para la esperanza. En La 2, un grupo de irreductibles informadores tiene un programa donde hay debates que mantienen los mínimos de dignidad. Ocurre en Para todos, un magacín matutino al que le cuesta superar el 1.0% de share. Está por delante, y eso que también lo ve muy poca gente, Aquí hay trabajo. Hasta puede hacer menos que That´s english, otra propuesta en la misma cadena que espanta a las grandes audiencias.

En Para todos cumplen una norma básica. A sus debates no van profesionales de la discusión, sino expertos en cada materia que se trata. Y los temas tampoco son siempre los mismos. Pueden versar sobre la viudedad, el aniversario del final de la guerra de Bosnia, de la caída del imperio romano a las pymes. Pero ya se ha dicho, la información, opinión y valoraciones bien servidas, con educación, respeto y conocimiento, no interesan a ni dios.

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4 comentarios

Manuel escribió
12/03/2013 00:15

Mucho mejor que trabajar http://histericapeninsula.blogspot.com.es/2013/03/mucho-mejor-que-trabajar.html

200 escribió
28/02/2013 14:17

Seguramente la diferencia está en que en La Clave podían fumar y ahora no y, claro, se ponen nerviosos. Nada que ver con falta de educación o respeto, hombre...

emigrante escribió
24/02/2013 19:00

No solo los debates, es toda la tele en general. Hasta los concursos inofensivos como La Rueda de la Fortuna, por ejemplo, antes el público se limitaba a aplaudir al final como en el teatro, ahora nadie está callado lo que me resulta muy molesto. Incluso he notado que los gritos siempre son los mismos lo que quiere decir que ni siquiera son auténticos. Antes había risas enlatadas en las telecomedias, ahora hay gritos enlatados a eso hemos llegado.

keenan escribió
24/02/2013 16:47

El post-nacionalcatolicismo tenia sun puntito. La gente guardaba las formas. Ayr estuve viendo el debate de la sexta sobre el caso Noos, y era para llorar. Que sí analisis del lenguaje corporal, que si implicacliones de que llevase escolta de la casa real... pero todo lo que hablaban era obvio, lo que todos ya sabemos, con la diferencia de que aqui había gritos y interrupciones constantes. Lo peor es que la sociedad se está tertulializando, y ahora Benito el albañil se siente totalmente legitimado para dar s opinión, aunque no tenga ni puta idea. Es un infierno verse atrapado en tertulias políticas de bar o de sobremesa con tu tío Luis, que se ha dedicado toda la vida a alicatar cuartos de baño cobrando la mitad en negro y a ver el futbol con el purito y el cognac. Y ahora dice el tio que que hijos de puta los de los sobres.

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